Ciudad

#NiUnaMenos

Sobrevivir a la violencia diaria

“Las cosas no sucedieron de un momento a otro sino que fue todo un proceso, que se fue dando para someterme al maltrato de una manera normal”, confiesa la mujer, quien recuerda con exactitud el día en que recibió el primer golpe.


“Era una tarde de febrero, estábamos solos en la casa discutiendo en la pieza de mi hijo Matías que entonces tenía 4 años, pero si me preguntás el motivo de la pelea te juro que no me acuerdo cuál fue. Yo levanté la voz, él la levantó más y así las cosas se salieron de control. Él me dijo: ‘¿A quién le gritás, hija de puta?’”, cuenta Sandra. Después, en un abrir y cerrar de ojos, todo terminó (o empezó) con un puñetazo en un oído que le provocó un desmayo. Quedó tendida en el suelo por unos segundos y se levantó como atontada, sin entender lo que había pasado. “Esa fue la primera vez y, como la mayoría de las mujeres imaginamos, creí que sería la última”, dice hoy, a casi 15 años del primer golpe. Pero lo que ignoraba era que vendrían numerosas situaciones de violencia similares o peores, de las que le llevaría años poder salir.

Para minimizar la mala pasada, asoció la violenta reacción de su marido con una fuerte presión laboral por la que estaba atravesando, y lo disculpó. Tal vez, porque cada persona canaliza sus problemas de diferentes maneras o afronta la verdad con mayor o menor estoicismo: ese instinto de supervivencia que lleva a las personas a aceptar la adversidad de la manera que les ocasione el menor daño posible. Así, en contrapartida con aquel hecho, el matrimonio pareció continuar su camino y el recuerdo del primer golpe aquella tarde de febrero parecía haber quedado atrás.

“En octubre de ese mismo año recibimos una gran noticia: ¡un bebé venía en camino! Yo estaba por darle su primer hijo –Matías era hijo de un matrimonio anterior–. Él recibió la noticia con emoción, lloraba como un chico y me confesó que lo que estaba pasando era obra de Dios porque él no podía tener hijos”, recuerda la mujer. Sin embargo, a los pocos meses de haber conocido la buena nueva, una noche todo volvió a oscurecerse. “Esa noche yo estaba volviendo del trabajo. Eran las nueve. En realidad, yo siempre llegaba a las ocho y media pero ese día perdí el colectivo y se me hizo media hora tarde. Me llamó la atención que todas las luces de la casa estaban apagadas y cuando entré, Matías estaba jugando el patio de atrás”, relata. Al cruzar la puerta, pasó lo impensado y, tras una fuerte discusión sobre la que cuenta que se sintió “avasallada, torturada y fue golpeada una y otra vez”, tuvo una hemorragia instantánea.

“Así como estaba me echó de casa, sangrando. Tenía fuertes dolores en la panza. Me quedé sentada en la puerta una media hora y cuando pasó un taxi me fui al hospital”, dice.

Pero en la guardia, los médicos no pudieron parar los coágulos de sangre pesados y dolorosos y una ecografía confirmó la pérdida del embarazo. Las enfermeras localizaron a su esposo a la madrugada y él llegó al hospital echándole la culpa de lo que había pasado y condicionándola a que tenía que dejar de trabajar si quería continuar la relación.

Sandra remite a “una decisión de Dios” un nuevo embarazo. Pero nada cambió: fueron nueve meses tormentosos en los que su pareja puso en duda su paternidad y utilizaba esa sospecha para torturarla. Cuando nació él bebé, el quiso hacerse un análisis de paternidad. “El resultado dio que él era el padre con un 99.89 por ciento, eso me dio tranquilidad pero las cosas fueron cada vez peor. Dejé de amamantar al bebé a las dos semanas, mis amigos dejaron de venir a casa y mis padres y mis hermanos no podían hablarme por teléfono porque si él estaba en la casa todo podía terminar en una tragedia”, recuerda.

Sandra asegura que “las cosas no sucedieron de un momento a otro” sino que fue todo un proceso para someterla al maltrato de una manera “normal”. El primer paso fue hacerla renunciar a su empleo. “Me decía que una mujer con hijos no podía trabajar. También me dijo que ni se me ocurriera terminar mi carrera porque era otra de las cosas incompatibles con las tareas de la casa”, señala.

Ante la gente, ella cuenta que “él era siempre el centro de la fiesta, un tipo divertido pero por supuesto yo era su bufón preferido, siempre me exponía con bromas de mal gusto y me humillaba delante de cualquier persona”.

A dos años de convivencia, la vida de Sandra se había vuelto un verdadero infierno. Ella ya no trabajaba más fuera de la casa ni tampoco tenía posibilidades. Su mundo se circunscribía al cuidado de los chicos y de los quehaceres domésticos. “Tenía que limpiar la casa todos los días desde muy temprano bajo sus indicaciones y sin omitir ningún detalle. Cuando volvía de trabajar al mediodía, él pasaba el dedo por los muebles para ver si yo había usado el plumero, también revisaba debajo de las camas para comprobar si había barrido”, asegura.

Cuando el bebé no había cumplido tres meses, tuvieron la noticia de que otro venía en camino. “El nacimiento de otro varón pareció reavivar sus obsesiones y se puso más violento. Una noche me intentó ahorcar y mi hijo Matías, con apenas 7 años, llamó al Comando diciendo «mi papá la quiere matar a mi mamá». La Policía nunca llegó, tal vez pensando que era una broma”, se lamenta. A partir de ese episodio, ella dormía en la pieza de los chicos con la puerta cerrada con llave por dentro porque “todas las noches se despedía diciéndome que podía amanecer muerta”.

Una noche, Sandra cuenta que a punta de pistola la dejó afuera de la casa. Los chicos habían quedado adentro con él y entonces fue a la comisaría de su barrio a hacer la denuncia. Allí le sucedió algo que cambió el rumbo de su vida para siempre: “Me atendió un sumariante joven, le conté mi problema y le dije que si hacía la denuncia la golpiza sería mucho peor al regresar. El muchacho me escuchó muy conmovido y en un papel en blanco anotó el Teléfono Verde de la Municipalidad”.

Sandra llamó al Teléfono Verde. Recuerda que una voz dulce pero firme de mujer, al otro lado de la línea, le aconsejó mantener la calma y le dio una cita para ese mismo día.

Le aconsejó, también que llevara los documentos y otros elementos básicos de los niños. Cerca del mediodía llegaron los cuatro a la oficina municipal. Ella no llevaba dinero encima porque no manejaba la plata de la casa ni tenía acceso a ella. Después de dos entrevistas con una psicóloga y una trabajadora social, los llevaron al refugio transitorio que en ese entonces funcionaba en barrio Tablada. En el lugar les brindaron atención psicológica constante, talleres y comida. Podían hablar por teléfono con sus padres o amigos con total libertad.

“En el albergue conocí a varias mujeres, una de ellas era Andrea, tenía 25 años y siete hijos: el más grande de 8 años y así todos en hilera para abajo. Esa mamá hacía un año que vivía en el albergue, consiguió trabajo y al mes que yo llegué se fue. Para mí ella era un ejemplo. Pero a los tres meses yo me fui del albergue y un día abro el diario y leo que un hombre había dejado en terapia intensiva a la madre de sus siete hijos. Era Andrea. Lloré de rabia”, dice.

Por todo lo que pasó, Sandra sabe que hoy no se debe recurrir a una comisaría sino directamente a la Fiscalía en turno o llamar al Teléfono Verde de la Municipalidad. Cuando salió del albergue, su marido la encontró y le dio una golpiza que le desfiguró el rostro. “El médico legista de Tribunales me dijo algo que nunca voy a olvidar: «¿Sabés cuántas minas como vos atendía y después las volví a atender pero con las patitas para adelante?. Te doy un consejo: Separáte». Eso me dijo el tipo. No es fácil, pero se puede”, concluye.

(*) Los nombres fueron cambiados a pedido de la mujer. Las causas en contra de su ex esposo, que constan de nueve expedientes, están en un Tribunal Colegiado de Familia de Rosario.

El Monumento, centro de encuentro

Diversas organizaciones sociales, gremiales y políticas, como así también periodistas y ciudadanos en general se harán eco hoy de la convocatoria a nivel nacional de la marcha “Ni una menos”, que comenzará alrededor de las 15.30 en el Monumento Nacional a la Bandera. De allí, las columnas se dirigirán a la plaza Montenegro, de San Luis y San Martín, en donde a las 17 se llevará a cabo el acto central. Cabe señalar que el disparador de la marcha, que se desarrollará en el mismo horario en numerosas ciudades del país, fue la aparición del cuerpo sin vida de la adolescente de 14 años Chiara Páez, oriunda de Rufino. El macabro hallazgo ocurrió el mes pasado y la Justicia investiga si se trató de un crimen por violencia de género. En tanto, según datos aportados por el Ministerio Público de la Acusación, unas diez mujeres fueron víctimas de femicidios en los últimos seis meses en la provincia mientras que ingresaron a la Fiscalía cerca de dos mil denuncias en los que va del año por violencia familiar.

Caso Chiara

Hoy, a las 9, tendrá lugar la audiencia en la que se conocerá el fallo de la Cámara de Apelación en lo Penal de Venado Tuerto acerca de la apelación realizada por la defensa a la prisión preventiva del hombre y la mujer privados de su libertad por el homicidio de Chiara, la menor de 14 años, ocurrido en Rufino.

Comentarios