Coronavirus

Crónicas de cuarentena

Simplemente Hermes: el soñador que atravesó la alta política para llegar a ser ciudadano común

Una anécdota veraniega sirve como excusa para mostrar la medida de un político que logró acceder a un rango superior: el de ciudadano común. Una medida que no desmerece su trayectoria, sino que más bien lo enaltece en un hacer para otros, a la medida de cada uno.


Elisa Bearzotti

Especial para El Ciudadano

Enero en Villa Gesell. La playa abarrotada de gente recorría el conocido sendero de sombrilla y mar, despidiendo el típico aroma familiar de los veranos argentinos. En medio del tumulto destacaba la figura de un hombre alto, un tanto desgarbado, con sonrisa permanente en sus ojos claros, mirando el mar. Los rosarinos que estábamos allí detectamos enseguida la figura del intendente Hermes Binner, sin custodia ni obstáculos que impidiesen el abordaje. Con algo de curiosidad y mucho de cholulismo nos acercamos para saludarlo, agradecerle la gestión y comentarle algunas inquietudes vecinales, amparados por el lento transcurrir del tiempo vacacional.

“¡Ah, rosarinos! ¡Qué alegría!”, dijo mientras nos saludaba con una sonrisa… Y la charla fluyó sin prisa, abarcando proyectos presentes y futuros, algunos de improbable ejecución, de acuerdo a los parámetros de la época. Para transformar nuestra mirada escéptica y contagiarnos la esperanza que habitaba la suya, nos contó sobre la futura avenida de la Costa, habló de expropiación y de espacios que conectarían la ciudad con el Paraná, de plazas y parques inexistentes, de inversiones millonarias y de un río definitivamente amigado con los habitantes de la ciudad. Nos miramos incrédulos y quizás en nuestros labios asomó una sonrisa socarrona. Entonces, redobló sus esfuerzos para lograr convencernos de la factibilidad de los planes, se agachó y comenzó a dibujar sobre la arena la traza de la futura vía, arrancando desde avenida Pellegrini hasta el (en ese momento aún inexistente) puente Rosario-Victoria. Se notaba que era feliz al poder compartir su pasión con los beneficiarios directos de las acciones de gobierno y que nuestro acercamiento, aún si interfería con sus merecidas vacaciones, no le molestaba en absoluto.

Lo volví a ver en varias ocasiones, como seguramente le sucedió a cualquier rosarino, ya que su cotidianeidad estaba teñida de caminatas y apretones de manos: circulando en las inmediaciones del Palacio Municipal, en el parque Independencia, en eventos y reuniones, en restaurantes e inauguraciones. En ninguna de esas ocasiones fue agredido o abucheado, o mantuvo algún tipo de altercado con las personas presentes. Parece poco, pero resulta un exceso en un país atravesado por grietas, denuncias cruzadas, acusaciones, insultos desmesurados, “aprietes”.

Mirando retrospectivamente he visto muy pocos políticos que logren visitar el espacio de la anécdota pequeña, simple, que marca la cercanía con el ciudadano común y anula la distancia con el poder en el gesto cercano, la sonrisa abierta, la mirada posada sobre la gente. Y resulta muy esperanzador que, aún en tiempos de frágiles y frías tecnologías, sea posible reconocer a un líder que empatiza por su hacer cotidiano y sensible.

En ese sentido, y hoy, en el marco de la crisis sanitaria por la pandemia de coronavirus, más que nunca resulta importante destacar su figura, ya que Rosario está siendo reconocida a nivel internacional por la respuesta brindada gracias a los efectores públicos que están en los barrios, cerca de la gente, lo que permite un seguimiento individual de los pocos casos registrados. Esa revolución, iniciada hace casi 30 años, da cuenta de la diferencia entre las acciones de gobierno pensadas para el bien común o aquellas otras diseñadas para la supervivencia y la entronización del funcionario de turno.

Pero más allá de sus políticas de largo alcance en descentralización municipal y Salud Pública, lo que importa de verdad son las flores que cuelgan de las ventanas y puertas de la que fuera su casa rosarina, los carteles escritos a mano, los comentarios en redes sociales sin agresiones ni diferencias ideológicas, los mensajes de la gente común. Partió de un modo sencillo, como sencillo se veía. Pero cada vez que nos acercamos al río y nos apoyamos en la baranda, caminamos por los bares costeros, o desandamos en 20 minutos el trayecto hasta la Florida, su nombre resuena en el paisaje rosarino, entrando en la lista de imprescindibles para toda la eternidad.

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