Observatorio

Cámara oscura

Se apagó la aguda mirada que hizo foco sobre las injusticias

De los mejores del mundo en su oficio, el fotógrafo Robert Frank murió este martes, luego de una existencia dedicada a desnudar la realidad con sublime nostalgia


Al fotógrafo Robert Frank le gustaba definirse con una frase que le había robado a su admirado Johnny Cash. Decía: “Soy un peregrino y un forastero” a quien le pedía una definición sobre su extensa carrera y sobre el lugar al que creía haber llegado. Entonces insistía: “Sigo siendo un outsider porque el lugar a donde llegué no es el que esperaba”. Su peregrinaje por el vasto territorio norteamericano lo legitimó en Los americanos con 83 instantáneas sobre sus contemporáneos, a los que fotografió en el interior profundo estadounidense y en situaciones de lo más diversas. Al modo en que lo hacían sus contemporáneos de la Generation Beat con sus cuentos y novelas. Basta pensar solamente en En el camino, el magnífico retrato de Jack Kerouac  sobre la acumulación de sobrevivientes de la estafa de la tierra prometida. Frank había sido amigo de los poetas beats, del  mismo Kerouac y de Allen Ginsberg y Gregory Corso, con quienes se reunía en interminables sesiones donde se intentaba dar cuenta de que no existía diferencia alguna entre la vida que se elegía y el arte que se practicaba. Eso ocurría en New York en los fervorosos años 50 y hacia fines de la década, Frank publicaría el libro que se convertiría en una suerte de Biblia para los aficionados. El cine sería su segundo credo y en 1959 filmó junto al artista plástico Alfred Leslie Pull my Daisy (Arranca mi margarita) con un guion del mismo Kerouac basado en su propio libro Beat Generation. A partir de allí filmaría sin parar –se cuentan más de 30 títulos– y tuvo como guionista a una promesa como Sam Shepard y actores como William Borroughs, Allen Gingsberg y Joe Strummer (de The Clash). En 1972 filmaría Cocksukers Blues (El blues del chupapijas) durante una gira que hizo junto a los Rolling Stones, un material tan desprejuiciado y con tanto desparpajo que la propia banda británica pidió que se dejara de exhibir.

Espíritu antiamericano

“Cuando terminás de ver estas fotos no sabés si una jukebox es más triste que un ataúd”, había escrito Jack Kerouac cuando The Americans fue publicado en Estados Unidos luego de tener una primera edición en Francia. Frank había recorrido 30 estados y tomado 27 mil imágenes para dar forma a un profundo aguafuerte gráfico que desnudaba la hipocresía, la alienación, las injusticias y las diferencias sociales y raciales que alimentaban el cotidiano de Estados Unidos con un lenguaje esclarecedor pocas veces visto en la fotografía. Luego de la salida de The Americans, los republicanos pusieron el grito en el cielo y se lo acusó de que tenía un espíritu antiamericano e incluso de que era mal fotógrafo, cuando todavía en el pasaporte de Frank figuraba su ciudadanía suiza. De lo que no cabía duda era que las fotografías de ese libro desafiaban desde lo artístico la idea documental de esa práctica a partir de recursos como sobreexposiciones, desenfoques, utilizando películas con grano, con copias contrastadas que pulseaban con los estándares estéticos del momento pero que fundamentalmente revelaban el modo en que el autor veía esa realidad. Hay una imagen en el libro que Frank tomó en Nuevo México y que muestra a unos empleados de una gasolinera sobre los que brilla un cartel de neones que dice Save (que significa ahorrar, pero también salvar). La ironía de esa foto atraviesa el tiempo puesto que con los problemas energéticos vinculados al petróleo, resulta profética.

Inconformista y curioso

Sobre el final de su vida Frank continuaba siendo el tipo inconformista, curioso y muy coherente con su ideario que mucho le debía al anarquismo más incontaminado, pero todavía dispuesto a hacer arte con sus fotos, a las que había vuelto luego del frenesí que vivió con el cine. Su pasado había sido la imagen fija y a ella volvería siempre con un ímpetu renovado y una ideología que lo llevaba a bucear antes en la respiración que transmitía una imagen que en los elementos de composición. Para vivir no se privó de ejercer con la cámara los diversos y posibles empleos a los que su uso determinaba. Fue fotógrafo comercial y fotógrafo asistente de la tienda Harper’s Bazaar; trabajó para la revista Life a la que dio un prestigio gráfico inusual hasta entonces. Estuvo en Bolivia y Perú donde tomó fotos de carácter casi antropológico pero a través de una expresión donde se privilegiaba lo que denotaba la realidad de esos lugares. A principios de los cincuenta recorrió Europa trabajando para varias publicaciones, sobre todo francesas e inglesas.

Mirar y sentir

Ya muy reconocido, en los setenta, junto a su segunda mujer se mudó a un pequeño pueblo en Nueva Escocia, Canadá y allí plasmaría una serie autobiográfica de fotos a las que llamó Las líneas de mi mano; experimentó con polaroids, con collages y agregó texto a sus fotografías. Sus dos hijos morirían en forma trágica lo que provocaría que su obra adquiriese un tono desgarrador, más próximo a la pérdida y a la memoria. “Antes, mi trabajo era tratar de plasmar lo que veía y a partir de lo que ocurrió con mis hijos pasó a ser sobre lo que sentía”, dijo Frank en ese momento. Frank fue un autor que privilegió los sentimientos pero lo hizo de la forma que entendía que le era más propicia, es decir, posando su mirada sobre la realidad. En sus mejores momentos la posó sobre la población negra, los olvidados de la Segunda Guerra, los marginados, donde no había forma de escapar a esa realidad prodigada con eficaz potencia estética. “Hago siempre las mismas imágenes. Siempre miro hacia afuera, en un intento de ver hacia dentro. Intento decir algo que sea verdad. Pero quizás nada sea verdaderamente real. Excepto lo que está ahí afuera”, decía Frank. Así vivió hasta su muerte, ocurrida ayer en Inverness, una pequeña localidad de Nova Scotia, en Canadá, a los 94 años.

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