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Salta 2141: testimonios de una mañana trágica en Rosario

De un segundo para otro vecinos, transeúntes, obreros fueron testigos absortos de lo imposible y muchos de ellos se transformaron en improvisados rescatistas o en víctimas rescatadas. Estos son algunos de ellos, junto al que no estuvo.


Por Agustín Aranda y Diego Montilla

La agenda de trabajo de Miguel Ocampo, gasista matriculado, todavía lleva un asiento: “Salta 2141”.  Ayer a las 10 debía reparar el depósito de un baño de uno de los departamentos de las tres estructuras hoy en ruinas. El destino o el azar dictó que se le hiciera tarde y no pudiera concretar la cita laboral. El hombre, que también realiza trabajos de plomería, conoce bien el edificio de calle Salta, epicentro de la tragedia que cobró la vida de al menos doce personas y dejó decenas de heridos: desde hace años trabaja para la administradora del consorcio haciendo mantenimiento de plomería y gas en seis departamentos.

Según contó, cada torre tiene 10 pisos, salvo la del medio que tenía 9 y en su mayoría eran de dos dormitorios. El edificio contaba con 61 departamentos. “La construcción debe tener unos 40 años”, evaluó Ocampo. “Desde el principio, cuando hablaban de que el edificio tenía una caldera, sabía que no era así. La semana pasada me habían llamado: me dijeron que Litoral Gas había ido por un problema y les había dejado una constancia de trabajos por hacer”, reveló a El Ciudadano.

El gasista fue consultado por otra administradora del grupo de departamentos y lo llevó a observar la conexión de ingreso. “La llave de ingreso estaba vieja”, recordó. Atareado, Ocampo no aceptó el trabajo y la tarea recayó en otra persona. De hecho, un empleado que trabaja para Ocampo vio cerca de las 9 cómo un trabajador manipulaba en la entrada del palier del edificio la cámara de ingreso del gas. “No conozco quien era el gasista que estaba trabajando”, apuntó el hombre.

Ocampo elaboró, presionado por la consulta periodística, una hipótesis de qué ocurrió en la mañana de ayer. “Estuvieron manipulando la llave de ingreso que trae el suministro desde la red que pasa por debajo de la calle hacia los reguladores y luego a los domicilios. Diría que cerraron la llave, cambiaron los reguladores y cuando abrieron la llave se rompió. El caño, de 4 centímetros de diámetro y que tiene una presión de un kilo y medio de gas, llenó el ingreso del edificio. En segundos encontró algún fuego o un chispazo de electricidad y explotó”. Según Ocampo, para la operación es necesario alertar primero a la guardia de Litoral Gas. Pero pocos lo hacen.

“Estaban en bolas y la chica tenía la espalda quemada” (Por Lucía Demarchi)

Quince minutos antes de las diez Flavia se puso encima lo que tenía a mano, bajó a la calle y corrió. Poco antes la había aturdido un estruendo que la sacó de la cama. El instinto la hizo seguir el reguero de vidrios rotos que seguía varias cuadras. Al levantar la vista vio que a doscientos metros emanaban llamaradas de un edificio. Las sirenas la hicieron volver en sí, y siguió hasta el lugar de la catástrofe. “Había dos bomberos con una manguerita intentando apagar el fuego”, describió sin poder creerlo.

Miguel estaba en su departamento y vio cómo las ventanas salían de sus marcos. Su edificio fue alcanzado por la onda expansiva de la explosión, que reventó los vidrios del primer piso al noveno. Corrió las dos cuadras que lo separaban de las llamas y se encontró con una escena irreal: un joven salía con su novia en brazos de una casa de pasillo ubicada junto al edificio. “Estaban los dos en bolas y dormidos. La chica tenía toda la espalda quemada y los ojos abiertos”, contó. Lo socorrieron entre varios y lo acompañaron dos cuadras al trote, hasta llegar a la ambulancia más cercana. Las heridas, para la joven, fueron fatales.

Pilar vive en la esquina. Pensó que el zumbido era de una removedora de cemento, pero cuando llegó a la vereda no vio nada, y la ahogó el olor a gas. Reingresó. “Tenía a mi perra arriba y tenía miedo de que pasara algo”, explicó. Pero no fue más allá del palier. Allí, junto al portero, vieron explotar los vidrios de varios edificios, incluido el suyo.

Una escena casi idéntica se dio en la pinturería de Salta y Balcarce. Un cliente, Daniel, y el dueño comenzaron a escuchar el zumbido y, aunque pensaron que era el camión de la basura salieron a la calle, olfatearon el aire y olieron gas. “Cerrá la persiana”, fue la orden del propietario a uno de sus empleados, pensando en proteger los grandes ventanales de vidrio. No llegaron. La explosión hizo añicos todos los cristales y las cinco personas que estaban adentro terminaron tajeadas.

“Hoy a la mañana dejé a mi hermana durmiendo”. Adrián, vestido de traje, estaba devastado. Se le  caían las lágrimas detrás de uno de los vallados dispuestos en los alrededores. Cerca de él, Marcelo miraba la misma escena. Las manos le quedaron blancas después de buscar más de 20 minutos a su “patrona” entre los escombros. El techo del local de venta de cuadros ubicado por calle Salta, donde trabajaba el hombre, se les vino encima, y la dueña, Adriana, se llevó la peor parte. Consiguieron rescatarla, pero murió poco después.

“La heladera de ella estaba en mi pieza” (Por Aléxis Louhau)

“Hace quince días una vecina del noveno piso tenía un problema con el gas. Por eso, hoy mandaron a un gasista matriculado para arreglar el regulador. Hoy me desperté, escuches una pequeña explosión y empecé a sentir mucho olor a gas. Les dije a mis hijas que agarren lo que puedan y salimos corriendo a la calle.

Minutos después vimos la tremenda explosión que destrozó todo”, detalló el hombre de unos 50 años. No quiso dar su nombre, pero mientras hablaba sonaba como un superviviente.

Cómo él, vecinos, transeúntes, automovilistas, trabajadores se trasformaron de un segundo a otro en improvisados rescatistas o en víctimas rescatadas, hasta que empezaron a llegar los equipos organizados. Estos son algunos de ellos.

Un obrero que se encontraba trabajando a metros del lugar en algo que nada tenía que ver con el gas fue, junto a sus compañeros, de los primeros en llegar: “Llevamos una escalera de la obra y ayudamos a rescatar a los que pudimos. El panorama era inimaginable: había montañas de piedras y gente por todos lados. Una mujer que estaba durmiendo quedó complemente cubierta de escombros. Había chicos de ocho o diez años también cubiertos. Vimos un hombre que estaba sin cabeza. En total, pudimos rescatar unas quince personas. Después, llegaron los Bomberos y ahí los dejamos trabajar tranquilos”. Marcos, uno de los tantos socorristas que participaron de las tareas de rescate, detalló que, al momento de ingresar a la zona del siniestro, todo era aterrador.

“Estuve trabajando unos 45 minutos en el lugar. Pudimos ver un hueco donde tendría que haber un edificio, te da escalofríos. Lo más impresionante fue escuchar el llanto de una criatura, que a los diez minutos dejó de llorar.

Eso me erizó la piel. Por suerte pudimos salvar a mucha gente. No hay mayor satisfacción que poder salvarle la vida a alguien”, se consoló con sinceridad.

Otra de las víctimas, una docente que vive en el edificio que explotó y tampoco quiso dar su nombre, relató que se encontraba en el living de su casa cuando sintió el estallido. “La onda me tiró para atrás y me choqué con una pared. No veía absolutamente nada. No sabía dónde estaba parada porque habían volado algunas paredes. Me tuvieron que sacar con un arnés por el balcón porque el pasillo y las escaleras no existían más.

No quedó nada, perdí todo”, relató la mujer con una venda ensangrentada en la mano izquierda y aún con restos de tierra y escombros en la ropa, mientras preguntaba con desesperación a los médicos de los servicios de emergencias por el paradero de su madre desaparecida.

Franco es un joven que perdió su empleo hace una semana. Estaba recostado al momento del estruendo. “Estaba medio dormido, porque venía postergando la alarma del celular. De repente, escuché un ruido a aire, como un compresor. Segundos después sentí una explosión enorme y volaron las paredes de mi casa, quedé al borde del precipicio. En ese momento, escucho la voz de mi vecina que pedía auxilio y fui hasta donde estaba ella. Empecé a remover escombros con mis manos y pude sacarla. Había gente gritando por todos lados. No entendía nada, tenía la heladera de la casa de ella tirada en mi pieza”. Franco vivía en lo que fue un séptimo piso, y todavía tenía la voz temblorosa al contar lo que pasó, mientras abrazaba con fuerza a su novia, envuelta en llanto.

Otro de los que dio su testimonio es hermano de Débora Gianángelo, una chica de 21 años que se encontraba desaparecida. “Parece que en la Argentina siempre tiene que pasar una catástrofe para que se tomen medidas de seguridad. Esa vida que te falta no te la recupera más nadie. Las cocinas no tenían válvulas de seguridad. Hace un mes que tenían problemas en el suministro de gas”, señaló con indignación.

Como una película de terror (Por Agustín Aranda)

Son las 8.30 y Pilar cierra la hornalla de la cocina tras calentar el agua para un té con galletitas, desayuno previo a salir a trabajar. Al bajar de su departamento, la esquina de Salta y Balcarce parece extraña para la joven psicóloga que vive hace dos años en el lugar. El ruido que imaginaba de una mezcladora de cemento no proviene de un camión.

Al interrogante se suma el olor a gas. Una familia carga unos bolsos y se apura salir de los departamentos ubicados a mitad de cuadra. Otro grupo de personas que esperan el colectivo en la esquina se alarman y empiezan a correr hacia bulevar Oroño. Algunos buscan cortar el tránsito que viene por Salta. Alarmada, Pilar sube por el ascensor y piensa en qué hay dentro de su departamento.

Su novio está trabajando y su objetivo ahora es su perra, Rita, un espécimen blanco y negro diminuto, con rasgos de murciélago. Toma la correa, enlaza el animal y baja. En el palier discute con el portero del edificio sobre qué hacer: alertar a los vecinos o llamar al 911. Interrumpe la charla un ruido seguido de una lluvia de vidrios que no logra herirla.

La puerta de su edificio estaba ubicada en la ochava protegida por unos negocios que sirven como refugio. Los escombros llueven y tapizan el asfalto. Ese cemento conoce de tragedias. Hace 16 años recibía el cuerpo sin vida de Daniela Caruso, una joven de 16 años que fue atropellada junto a su amiga, María Celeste Haiek, de 22 años, por Sebastián Pira, todavía prófugo de la ley.

El teléfono celular de Pilar no anda y está aturdida. Son las 9.50 y empieza a escuchar la sirena de las primeras unidades de Policía en moto. La tarea de los uniformados es ordenar el tránsito y liberar el paso para los rescatistas. Una lengua de fuego se retuerce desde un garaje a mitad de cuadra. Su teléfono marca las 10 y ve llegar la primera ambulancia. La joven llora pero no está herida, sólo retirará una astilla de vidrio del pelo. Los rescatistas corren a sus costados y le indican que debe evacuar un área de cinco cuadras de distancia ya que el gas continúa viciando el ambiente. El suministro no se cerrará hasta las 13. La joven recibe llamados, mensajes de texto de familiares y amigos al observar cómo la onda expansiva resintió vidrieras de hasta una cuadra a la redonda. El desconcierto la lleva a buscar a una amiga que vive en la zona y alejarse.

Son las 11.30 y Pilar mira incrédula a una adolescente vestida de gala que modela para un camarógrafo en el parque ribereño de Balcarce y Wheelwright, a cuatro cuadras de la tragedia. La psicóloga reproduce los relatos mediáticos matutinos: una caldera de un edificio y repetidas denuncias de los vecinos (aunque ella hace meses que no ve a un operario de Litoral Gas). Todavía no se enteró de las vidas perdidas.

Los alrededores de Salta al 2100 devuelven cientos de historias como la de Pilar. Rostros incrédulos ante el aparato de emergencia: Bomberos, Policía y hasta Gendarmería Nacional, están allí junto a ambulacias, Defensa Civil, la GUM. Todavía resta conocer qué pasó en Salta 2141, cómo se contendrá a las víctimas y qué penas corresponden a los responsables. En 2011 Stephen Daldry lanzó el film Tan cerca, tan fuerte, que narra la historia de un joven cuyo padre falleció en el atentado del 11 de septiembre de 2001 a las Torres Gemelas en Nueva York. Aquella humareda, para quienes no vieron el atentado a la Amia, por ejemplo, era similar a la de calle Salta. A partir de un hallazgo intrigante en el ropero del padre, el niño investiga y se conecta con cientos de personas que fueron afectadas para dotar de sentido a la tragedia. Por un largo tiempo, las historias de muchos rosarinos girarán en torno de lo que ocurrió ayer por la mañana en Salta al 2100.

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