Ciudad

Entrevista

Sacerdote asegura que en Rosario no hay paco

Fabián Belay está al frente de la Asociación Civil Comunidad del Padre Misericordioso, donde dan alojamiento y contención a personas con adicciones. “Hoy se habla de policonsumo”, señaló el religioso.


El gobernador de Santa Fe, Miguel Lifschitz, entregó días atrás un subsidio a la Asociación Civil Comunidad del Padre Misericordioso, de Lorenzo Batlle al 4300, en barrio La Cerámica, para la compra del inmueble donde actualmente presta atención a personas con problemas de adicciones. La entidad, sin fines de lucro, depende de la Pastoral Social de Drogadependencia del Arzobispado de la ciudad. Al frente de ese lugar se encuentra el padre Fabián Belay, quien habló con El Ciudadano y afirmó que la problemática de las adicciones viene creciendo en los últimos 15 años. “Se incrementó en este cuarto de década, es un flagelo que crece cada vez mas”, afirmó.

Belay se ordenó sacerdote en 2009, y tuvo como primer destino la Catedral de Rosario. Allí participó de las salidas nocturnas semanales a distintos puntos de la ciudad y el testimonio de un pibe en la plaza de la Maternidad Martin lo volcó definitivamente a ocuparse del tema de la drogadicción.  “Me impactó mucho un pibe de unos 20 años que me dijo: «Lo único que espero es morir en esa plaza, ¿qué otra cosa puedo hacer de mí?, ¿cómo hago para salir de esto ?»”, señaló el religioso.

—¿Cuál es la realidad de las adicciones?

—Creemos que el tema del consumo es un problema cultural, social y sanitario, tiene muchas aristas, fue mutando en distintos momentos. Antes no existía la previa, hubo un cambio porque el alcohol está cada vez más estimulado en los medios de comunicación, hay mucha inversión en publicidad, se ve en todos los sectores: bajos, medios, y altos. Hoy ya se habla de policonsumo: consumen cocaína, fármacos, marihuana y alcohol, entre otros. Y en los sectores más bajos el Poxiran. Afortunadamente el paco no se ve en Rosario.

—¿Cómo se sale adelante?

—Es una cuestión de trabajar la realidad del consumo, de trabajarlo a través de grandes redes que articulen los recursos con los que la sociedad cuenta, a través del Estado, las instituciones intermedias, las escuelas, los centros de salud, el club del barrio, las ONG que interactúan en un barrio, la Iglesia y otras congregaciones. Hoy somos más conscientes de que es una problemática que nos se resuelve con un solo dispositivo, sino con todos.

—¿Qué papel viene jugando el Estado en el tema?

—Hasta este momento asumió un lugar de sumar fuerzas, de articular. En especial, en esta convocatoria, se busca que la respuesta sea lo más integral posible.

—¿Cómo es la modalidad de internación en el Padre Misericordioso?

—Visitamos a las personas en la calle junto con profesionales, voluntarios y colaboradores que trabajan en la institución. Se hace un recorrido semanal, generamos un vínculo con ellos, si no se da ese vínculo, ninguno se abre.

—¿Con qué tipos de personas trabajan?

—La internación es para personas que no tienen dónde vivir y para casos en que la adicción está muy avanzada. Ante esa realidad se ofrece una internación donde interactúan médicos, psicólogos, trabajadores sociales, terapeutas y talleristas. La dimensión de lo espiritual es parte de la interdisciplinalidad del tratamiento. Se trabaja mucho el poder poner en palabra lo que están viviendo, su historia, sus emociones, la situaciones dolorosas que transcurrieron en sus vidas, sus pensamientos. Eso es lo más importante: que recuperen la confianza en sí mismos y en los demás, reconciliarse con su historia. Se trabaja en terapia de grupo e individual, hay muchos espacios terapéuticos.

—¿Qué es lo más importante del tratamiento?

—La revinculación con la familia desde el primer momento, pensar en la reinserción, la capacitación en oficios, y la revinculación o primer acceso al sistema de salud pública. El que necesite pedir ayuda puede hacerlo en nuestra sede, que está en Zeballos 668, la Casa del Arzobispado.

—¿En qué utilizarán el subsidio que les entregó la provincia?

—El dinero es para comprar el terreno de dos hectáreas que está al lado del que alquilamos actualmente. El objetivo es agrandar el predio, seguir construyendo pequeñas casas donde se puedan alojar hasta 10 personas por cada lugar y en el transcurso de este año lograr construir tres. Uno de los objetivos es que recuperen el vínculo de familia, el valor de la vivienda digna y los hábitos de convivencia que se dan en una familia. Resignificar lo que tiene que ver con la vida familiar y social.

El hogar ampliará la capacidad: de 15 a 40 plazas

El Hogar del Padre Misericordioso inauguró en diciembre de 2013 para atender a adictos sin recursos económicos y en situación de calle. Funciona en Lorenzo Batlle 4302, en la zona noroeste de la ciudad y opera bajo la órbita de la Asociación Civil Comunidad del Padre Misericordioso. Actualmente, el inmueble alberga 15 plazas y, para este año, se espera que llegue a 40 con las obras proyectadas a partir de un aporte realizado por el gobierno provincial.

El hogar cuenta con profesionales y voluntarios, un plantel de psicólogos que también contienen y asisten a los padres en reuniones semanales que se realizan y también voluntarios que recorren la ciudad una vez por semana a partir de las 9 de la noche.

“Vamos a las plazas, a la Terminal de Ómnibus, al Heca. La idea es acercarnos a ofrecerles comida, abrigo y tener un primer contacto. En el hogar brindamos un tratamiento integral, similar a cualquiera que se pueda recibir en clínicas que tratan la adicción; estos tratamientos cuestan entre 8 y 10 mil pesos por mes, nosotros al trabajar con personas sin recursos económicos los ofrecemos gratuitos”, indica Belay.

Curas barriales como Edgardo Montaldo en Ludueña, Alberto Murialdo en Tío Rolo, o Joaquín Núñez en Bella Vista hace tiempo que denuncian la soledad en que trabajan para enfrentar el flagelo de la droga en su territorio y la cantidad de jóvenes que mueren en enfrentamientos o por la misma droga.

“Es la población más dura y más frustrante para trabajar. Un adicto, para recuperase, necesita un «para qué» y necesita también gente que apueste por él y eso no existe. Muchos de estos chicos que están en la calle no tienen familia o hace tiempo que no saben nada de ellos. Un muchacho que estuvo con nosotros, por ejemplo, estuvo cinco años preso y cinco en la calle, dimos con su madre, que hacía 10 años no sabía nada de él y lo creía muerto”, recordó Belay.

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