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Lectura

Rosario a guerra y fuego

Con la intención de alejarse de la historia que da cuenta de fechas, batallas y figuras, el periodista, escritor y editor rosarino Horacio Vargas intenta contar el pasado de la ciudad desde una perspectiva semejante a una non fiction


“¿Qué ve Estanislao López el 12 de enero de 1819 desde su cuartel general del Rosario? A los enemigos que se hallan reducidos a la estrechez de este pueblo, sin atreverse a dar un paso. A pesar de esto siguen en el proyecto de devastación, han incendiado una multitud de casas del Rosario, a la vista de todos”, narra Horacio Vargas en su libro Desde el Rosario, un texto que, según afirma su portada, es “la mejor crónica histórica sobre Rosario, a 200 años de haber sido incendiada”. Con la intención de alejarse de la historia que da cuenta de fechas, batallas y nombres de personalidades, el periodista y editor rosarino intenta contar el pasado de la ciudad desde una perspectiva semejante a la non fiction elaborada por Rodolfo Walsh y a la historia narrada de Andrés Rivera.

“No es un riguroso libro de historia de Rosario, ni una novela. Es un relato de hechos reales a partir del cruce entre el periodismo –el oficio de uno– y la literatura”, afirma el autor. El resultado es un atrayente y apasionado trabajo que permite retrotraernos dos siglos atrás a partir de los pensamientos, sentimientos y acciones de los que protagonizaron la historia de la ciudad. Sumado a esto, no faltan escenas dignas de la pantalla cinematográfica que permiten hacer crecer la imaginación sobre cómo fue la urbe y su gente hace 200 años.

Guerra a los porteños

No fue por casquivana ni esquiva, sino por el interés de  mantener la soberanía de su patria chica, de su pago, y de la provincia que iba naciendo al calor de la Revolución de Mayo, que Rosario primero aceptó el proyecto porteño, es decir rioplatense o argentino, de 1810 y luego se opuso. Por esta razón, la aldea que no fue fundada por españoles sino que surgió por ser un cruce de rutas comerciales, la terrestre que iba de Buenos Aires a Potosí, y la del río Paraná que unía a la metrópoli con Asunción del Paraguay, decidió unirse a la causa federal de José Gervasio de Artigas con la declaración de los Pueblos Libres en 1815. Desde entonces se inició la guerra contra los porteños con sucesivos avances de estos últimos y recuperaciones de los santafesinos. En una de las últimas arremetidas, los santafesinos estuvieron ya bajo el mando de López. Sin embargo, la operación de recuperación del espacio tuvo un episodio trágico para los rosarinos: el incendio de la aldea. De hecho, Rosario estuvo siempre en el escenario de guerra.

Ese es el nudo del relato de Vargas que se remonta, incluso, a los inicios de la aldea del Rosario, con sus primeros pobladores europeos de la época de la colonia hasta la arremetida final de las montoneras de López contra los porteños. “Las guerrillas de López atacan diariamente, se repliegan y vuelven a atacar. Balcarce se desespera cuando los montoneros arrebatan el ganado con que contaba para la subsistencia de la tropa”, narra Vargas en otro pasaje.

Rosario arde

“La última orden es incendiar el Rosario. Y los oficiales y la tropa que aún se mantiene a su lado, entre tanta deserción, cumplen con su exigencia y sale con sus antorchas de fuego –los extremos de los palos envueltos en un trozo de paño empapado de brea–, a quemar todo lo que encuentran a su paso”, describe de modo cinematográfico Vargas la acción desesperada del héroe de la Revolución de Mayo, a quien Rosario le dedicó una extensa calle.

“Arremeten con furia contra endebles ranchos y casas dispersas, pulperías de aleros saledizos, la plaza de carretas, el cementerio, el camino de poscas, las calles menores en la bajada grande”, es decir la actual bajada Sargento Cabral, es el raíd elegido al azar por los soldados porteños, según narra Vargas.

“Ciento sesenta y cuatro ranchos del Rosario han quedado reducidos a cenizas. Sólo se salvaron del fuego la Capilla (aunque un sector quedó destruido) y dieciséis casas. La de Justa Moreyra, de diez varas, no tiene más techos ni puertas, se ha desplomado, uno de los cuartos ha sido destruido hasta sus cimientos; de la casa de Rico sólo queda una viga de tronco. Lo mismo sucede con las casas de Juan, el aserrador; Matatoros; la finada tía Lucha; el indio Juan Ventura; el paraguayo Lorenzo”, describe con lujo de detalles el autor a los pobladores de la aldea del Rosario.

Nace una leyenda

Es claro y posible que el libro de Vargas termine generando una nueva forma de recordar la historia de Rosario. Una en la que los pobladores se enfrentaron a los porteños en pro de un federalismo que creían necesario. Tal vez se genere un mito o una leyenda sobre lo que hicieron los rosarinos para defender su ciudad cuando fue corrompida por los de Buenos Aires. Tal vez emerja una historia de buenos y malos que muchas veces trae complicaciones porque no está del todo claro quién está de cada lado. Por el momento, la historia contada en Desde el Rosario propone un puntapié inicial que sirve para volver a reflexionar sobre nuestro pasado, sobre la identidad de una ciudad que no fue fundada, que surgió como una aldea de cruce de mercancías, para más tarde ser reconocida como villa, y luego como ciudad.

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