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Radiografía de dos verticalismos

La ya desembozada pelea de Cristina Kirchner y Hugo Moyano trae una sucesión de consecuencias que son incalculables desde lo gubernamental, desde lo político y desde lo personal.

La ya desembozada pelea de Cristina Kirchner y Hugo Moyano trae una sucesión de consecuencias que son incalculables desde lo gubernamental, desde lo político y desde lo personal.

Para el gobierno, se abrió desde el lanzamiento de la movilización del miércoles próximo una carrera desesperada para minar todas las lealtades posibles hacia Moyano. Un funcionario de rango que trabaja cerca del Poder Ejecutivo lo graficó diciendo que se le venían encima cuatro o cinco días sin dormir para conseguir firmas de adhesión a la presidenta que lo dejen solo al gremialista en Plaza de Mayo. “Nuestro mayor triunfo sería que sólo hubiera remeras y banderas verdes”, confesó el mismo hombre en referencia al color emblema de Camioneros.

Basta ver lo que ya está pasando en algunos sindicatos en donde las jerarquías quieren marchar con Moyano pero las dirigencias intermedias se sienten tentadas por sus convicciones kirchneristas o por alguna otra promesa de beneficios muy seductoras. En los gremios, salvo en los gurkas opositores como Luis Barrionuevo o Momo Venegas, de lo que se trata es de alinearse con un reclamo lógico por las asignaciones familiares y por Ganancias sin dejar de mirar la gran pelea, que es la sucesión del secretario de la CGT el 12 de julio.

En lo político, el kirchnerismo, ya se sabe, es verticalista, dogmático y obediente. Cualquier atisbo de sacar un dedo del pie del plato es fulminado con el ostracismo. “Y Cristina te confina a Kamchatka”, dice el mismo funcionario que pide reserva. Los trazos gruesos de este accionar pueden verse en otrora leales como Juan Cabandié o en el propio gobernador Daniel Scioli. Este último es hoy considerado un “neoliberal deseado por la derecha”, como lo define el no tan outsider Luis D’Elía, y efectivamente ninguneado por el gobierno. Fue contundente cuando desde la Casa Rosada se siguió negociando con el vicegobernador Gabriel Mariotto el día de más tensión con el paro de camioneros, aun cuando el ex motonauta había regresado de su viaje personal por motivos médicos, según se adujo.

Es impactante la ausencia de reacción de la oposición. No saben qué decir. O quizá no tengan nada para hacerlo. La afortunadamente minúscula derecha local lee con atención lo ocurrido en Paraguay. Qué bueno sería, hay que decirlo, que el arco democrático argentino se sentara a la misma mesa y condenara ese sumarísimo e inconstitucional juicio político que derrocó a Fernando Lugo.

Otra parte de la dirigencia asegura en privado que no quiere quedar “pegada con Moyano”, a quien definen como un arrepentido transitorio. “Vuelve a arreglar ni bien le den cabida en el gobierno”, explicó en privado un diputado que supo liderar el Grupo A de la Cámara. De paso, es bueno recordar que aquel tándem de legisladores anti-K quedó licuado y apenas dio un retoño con el flamante encuentro de diputados del PRO, Eduardo Amadeo y la incombustible Patricia Bullrich, entre otros. Otros se entreveran en sus interminables internas y no salen a fijar posición. ¿Puede el Frente Amplio Progresista de Hermes Binner, si aspira a algo más que conseguir algunos legisladores, seguir sin pronunciarse con contundencia por estas horas apelando a la inveterada medianía verbal de su líder? ¿Es hoy Hugo Moyano el líder de la oposición?

Esta última pregunta desencadena las consecuencias personales a las que se hacía referencia. Una encuesta reservada pedida por el Poder Ejecutivo muestra que el nivel de adhesión a Cristina Kirchner ha caído sensiblemente. De casi 52 puntos de apoyo a la gestión de hace un mes hoy apenas se pasan los 40. Pero, a la par de esto, no hay líder en el segundo puesto de las preferencias que le haga sombra. Hugo Moyano tiene más imagen negativa que la propia presidenta, especialmente en la clase media que “no puede digerir al camionero ni siquiera a la hora de oponerse a Cristina, a quien no soportan”. Así lo explica la encuestadora oficial. La pregunta sería más directa. ¿Puede el principal aliado K ser hoy, por motivos personales antes que políticos, el catalizador de los que critican a esta gestión? ¿Es creíble ver al líder de los camioneros sentado en los estudios de televisión que supo hasta hace poco bloquear por mandato del poder?

Noticia desde el más acá

En medio de la crisis política murió en nuestra ciudad Cipriana Rodríguez de Ross, la fundadora de una de las librerías más bellas del país. Murió Chiche Ross. Entre tanta mezquindad personal de los inquilinos del poder acercarse a su recuerdo quizá permita sobrellevar mejor el presente.

Hace un tiempo escribía sobre ese lugar: con Ross aprendí que una librería huele. Aún no sé a qué. Pero huele. Ayer mismo fui hasta la peatonal Córdoba y entré al local para ver si lo desentrañaba. No es el papel ni su tinta, no. Aunque debería serlo. Pero no. Ha de ser a esa mezcla insólita de gente que quiso decir algo, poesía, ilusión, amores y lo entregó en forma de libro, para que el resto se vea seducido a la hora de masajearlo en el escaparate. Quizá sea al recuerdo de una presencia. De una señora de mirada omnipresente. Sentada en el mostrador del ingreso, erguida, con peinado de los que se ven en los cuadros de las reinas, con un collar que resaltaba su pecho seguro, distante pero al alcance de la pregunta del que dudaba sobre un libro. La dueña. Chiche, la viuda del fundador. Y sin embargo, para mí, fue siempre la abuela. ¿La abuela de quién? De alguien, qué se yo. De tanto pasear por las estanterías cuando pibe supe que ella era la abuela, que además estaban las hijas y luego las nietas. ¿Todas mujeres? Sí. Luego conocidas, la librería es de mujeres. Y, a lo mejor, fue por eso que se olía tan bien.

La muerte de Chiche no mereció el análisis de la crisis Cristina-Moyano. Y es injusto. Porque ella condujo un verdadero testimonio de la memoria colectiva, sólido como su edificio y no como la acomodaticia verborrea de los que pregonan recordar la historia por izquierda y cierran desde el poder por derecha. Siento que nos contempla. La miro, la estoy mirando ahora mismo, y percibo que ella me devuelve la mirada. Directo a los ojos. Me mira. Nos observa. Será que mujeres y hombres que parieron sus libros y confiaron en ella para que custodiaran sus ideas son un esperma vital de fuerza indetenible. Será que desde allí se milita con sus libros en la convicción de que vale la pena seguir pensando. Y disintiendo. Y creando. Y emocionando. Y esos mandatos hacen nacer memoria hacia el futuro.

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