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Quinquela tiene su estatua en el barrio de La Boca

La escultura, que tiene tres metros y medio de alto, lo muestra de mameluco y muñido de una espátula.

Un gigantesco Benito Quinquela Martín moldeado en yeso se yergue en las calles del barrio porteño de La Boca, donde se inauguró la escultura que en su honor diseñó Antonio Oriana, a pedido del museo Maguncia, en el 120º aniversario de su nacimiento.

La estatua –de más de tres metros y medio de alto– muestra al pintor que tuvo a ese barrio como musa y taller creativo, enfundado en un mameluco y muñido de herramientas de trabajo.

Bajo un costo de 250 mil pesos, la obra fue inaugurada ayer al mediodía sobre la avenida Pedro de Mendoza al 1800, frente al Riachuelo, telón de fondo de numerosos cuadros de Quinquela (1890-1977).

Pintor del color urbano, fue él quien bregó para cambiar las fachadas herrumbradas de La Boca por los amarillos y verdes intensos que hoy pueblan el famoso Caminito, referente dentro y fuera del país de una parte de la argentinidad.

También fue un filántropo que dejó como tributo al barrio que lo vio crecer una decena de escuelas, teatros y museos: “Cuanto hice y conseguí a mi barrio se lo debo. Por eso mis donaciones las considero devoluciones”, se lee al pie del flamante monumento que roza la tonelada de peso.

En principio, Oriana pensó realizar su escultura en bronce, aunque la idea fue “rápidamente descartada por el altísimo costo” del material, señaló a la prensa el escultor. Y fue entonces que puso manos a la obra en la construcción de los correspondientes moldes de yeso, con la íntima intención de “captar la actitud” de Quinquela.

Basado en una antigua foto que mostraba al pintor en una camisa rematada con el característico cuello de pajarita, reemplazó el cigarro que llevaba con gesto elegante por una espátula de albañil.

“Tenía montones de ésas, las usaba todo el tiempo. Las recortaba y con ellas esparcía la pastosidad del óleo”, indicó Orellana sobre este trabajador apasionado por el oficio, la idea de progreso y su tierra chica.

El humo de las chimeneas y las fábricas que se ve en muchos de los lienzos donde retrató el barrio “no existían en realidad”, eran “expresión de su propio deseo”, sostuvo por su parte el director del museo Maguncia, Walter Santoro.

Filosofía de arrabal

El artista cuyas pinturas forman parte de los principales museos del mundo fue abandonado poco después de nacer en la porteña Casa de los Expósitos, con una nota que decía: “Este niño ha sido bautizado con el nombre de Benito Juan Martín”.

Por eso su fecha de nacimiento es estimativa: los trabajadores del orfanato establecieron el 1º de marzo como su cumpleaños por el tamaño que tenía el niño cuando fue dejado frente a sus puertas, el 20 de marzo de 1890.

“Mi vieja me conquistó enseguida y desde el primer momento encontró en mí un hijo y un aliado”, recuerda Quinquela en su autobiografía (1963) al hablar de Justina Molina, la indígena correntina que lo adoptó a los seis años de edad junto con Manuel Chinchella; ella analfabeta y él un carbonero recién llegado de Italia.

Fue de niño, trabajando junto a su padre con los carboneros en el puerto, que comenzó a desarrollar su arte: aprovechaba los restos de carbón para dibujar cuanta superficie tuviera a la mano, relata el propio pintor en la autobiografía recogida por Andrés Muñoz, con esa filosofía de arrabal que lo acompañó toda su vida.

Quinquela retrató y reinventó su aldea dentro y fuera del arte: “Incluso pintó su cajón: no quería ser enterrado en una caja negra como el carbón de sus primeros trazos. Decía que había que morir como se vivía y él había decidido vivir con color”, sintetizó Santoro. 

Sus pinturas muestran la actividad, vigor y rudeza de la vida diaria en los puertos, “el interés del hombre más allá del artista. Y sobre los principios y creencias de ese hombre se levanta este monumento: más allá de su arte, a más acá, en su humanidad”, concluyó el director del museo.

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