Edición Impresa

Que las personas de bien vivan en paz

Por: Mariano L. Savia

Los coches fúnebres transportando los restos del teniente Darío Fabián García y el subteniente Rubén Darío Fangio ingresaban lentamente al cementerio de San Nicolás, la ciudad de la Virgen, a quien miles de policías argentinos la consideran su generala. Rodeaban al cortejo motocicletas policiales y gran cantidad de familiares, camaradas y amigos. Para muchos, tranquilizaban las palabras del capellán explicando que quienes entregan la vida por los demás no deben mostrar credencial alguna a su ingreso a la guardia del Cielo. Los componentes de la Banda de Música ejecutaban la Marcha Fúnebre, pero mientras lo hacían, sollozaban por sus compañeros. No era para menos: todos conocían a esos dos hombres a quienes podía confiárseles lo más preciado. Y así lo hicieron hasta el final. Los dieciocho ladrones no pudieron llevarse los 20 millones que ellos protegían. El jefe de policía, comisario general Carlos Poggi, exteriorizó sus sentimientos: “Estos malvivientes tienen placer por matar y desprecio por la vida ajena y propia”.

Las horas habían pasado vertiginosas. Dos días atrás, en la autopista Panamericana, a la altura de la localidad de Garín, los hampones pretendieron desvalijar un camión blindado y al resistirse García y Fangio fueron asesinados sin piedad. El sargento Juan Lafalce quedó con la mano izquierda prácticamente seccionada.

Otro caso

Hugo Debonis aceleró el Peugeot 307 por la autopista Rosario-Santa Fe. A su lado, su custodio, el suboficial mayor Julio Argentino Mariño, permanecía atento. Todos conocieron a Mariño en la Policía de Rosario. De andar sereno, porte elegante, carácter mesurado, cabellera cuidada, ostentaba los galardones de los conocedores a fondo de todas las formas del delito, fama ganada tras una decorosa carrera de treinta años en comisarías, Robos y Hurtos, Unidades Especiales y la Patrulla de Caminos. Muchos oficiales superiores asimilaron con él las primeras lecciones de ese trajinar duro y persistente de batallar contra el delito. Mariño había adquirido sus conocimientos en las aulas de la Escuela de Suboficiales y en el Centro de Instrucción, pero lo mejor de sus destrezas provenían de la «universidad de la calle».

Llevaban dinero a bordo del vehículo y ambos, Debonis y Mariño, probablemente tenían fresco en la mente el recuerdo de lo sucedido días antes en Buenos Aires. En un momento, como lo explicó la jueza Alejandra Rodenas, “se vieron envueltos en una ráfaga de balazos de calibre importante”. La banda estaba integrada por seis individuos con armas de grueso calibre. Se comunicaban entre sí por radio y se desplazaban en modernos vehículos.

Es difícil reconstruir lo sucedido, pero según algunas evidencias y teniendo en cuenta el carácter de Mariño, seguramente, al advertir lo que se avecinaba, se defendió con su pistola. Un disparo le dio en la nuca terminando con su existencia. Debonis recibió otros cuatro que lo dejaron grave.

“Esta gente tenía un nivel de organización que excede incluso al de la Policía provincial y nos preocupa mucho”, dijo también la jueza Rodenas.

Requerimientos de la hora

Los dos hechos relatados causaron tres muertes y otros tantos heridos y tienen mucho en común. Fueron perpetrados por malvivientes tan organizados como crueles y seguros de que su deleznable accionar podría concluir en impunidad. De todas maneras, aunque todos sean detenidos y en el supuesto de que las penas se apliquen como corresponde, nadie podrá devolver a estos servidores del orden a sus familiares y a las instituciones que los contaron entre los mejores. En todo caso, la investigación exitosa, colocará en evidencia el más notable fracaso de la prevención.

En algunos países del mundo –lo expresábamos hace poco– la seguridad colapsó. Río de Janeiro, sin ir más lejos, es el claro ejemplo del poder del crimen organizado en la región. Las policías argentinas a esta altura de los acontecimientos deben adecuar sus estructuras tácticas y estratégicas a las nuevas operatorias de bandas poderosas, bien pertrechadas y con una organización fuertemente constituida.

Examinemos los dos escenarios de las acciones delictivas a las que hemos hecho referencia: ambas se consumaron en rutas, en cercanías de desvíos o colectoras. Queda un único recurso para enfrentar estas eventualidades, a fin de que no se torne más riesgosa la cura que la enfermedad: las fuerzas de seguridad modernas deben operar también en las alturas.

La primera policía en incorporar aeronaves fue la de Nueva York, en 1940, y le siguió la de Los Ángeles, en 1956, aunque recién comenzó a utilizar helicópteros en 1965.

En 1994 la Unidad Regional II contaba con un helicóptero Hughes que integraba cada tercio del Comando Radioeléctrico y se había construido una flamante base aérea en la localidad de Alvear, utilizándose también el Aeropuerto Internacional Islas Malvinas y el helipuerto de la Prefectura Naval Argentina en caso de ser necesario. Buenos Aires, Córdoba, Entre Ríos, Mendoza, Salta, Chaco y Neuquén han provisto a sus fuerzas del orden de helicópteros. El Cuerpo Federal de Aviación posee no sólo máquinas afectadas a funciones de seguridad, sino también para servicios sanitarios con base en el hospital Churruca.

Suele alegarse en contra del uso de estas modernas herramientas que su costo es por hora muy elevado, aunque generalmente en las cifras se incluyen los sueldos de los tripulantes, que de todos modos igual serían pagados en otras funciones. Asimismo, la vigilancia aérea reduce notablemente la cantidad de patrulleros en las calles.

Cualquiera sea el precio operativo, si los 20 millones del blindado de la provincia de Buenos Aires hubieran sido trasladados con el apoyo de dos helicópteros, tal vez García y Fangio aún estarían entre nosotros.

Entre muchas otras ventajas que ofrece su utilización, casi no existe terreno donde un helicóptero no pueda despegar o aterrizar. Puede mantenerse a una altura prudencial, a salvo de los ataques. Para misiones ofensivas es viable utilizar una máquina bien armada, con la cual es posible actuar de igual a igual ante delincuentes armados con fusiles FAL. Para tareas de reconocimiento, uno de los aparatos puede volar sobre las copas de los árboles y el restante a gran altura brindando cobertura y comunicaciones. Las aeronaves permiten enfrentar con mayores posibilidades de éxito a delincuentes peligrosos y en banda.

En enero de 2008, la Policía de Madrid notificó la asombrosa operatividad de este medio, luego de que desde un helicóptero EC 135 se dirigió un operativo en el que desarticuló una peligrosa banda de ladrones de coches.

Para hacer frente a quienes pueden llegar a alterar la paz de los hogares con sus métodos infames para quebrantar la ley, las policías argentinas no deben estar equipadas al nivel de los criminales… sino mucho mejor.

Así lo ha entendido un gran líder de este tiempo, el presidente de Brasil Luiz Inácio Lula da Silva, cuando ordenó el asalto para detener a las bandas de narcotraficantes en las favelas, consciente de la gravedad y las consecuencias que podría entrañar tan grave mandato. Pensando en su pueblo, exclamó: “Se necesita que las personas de bien vivan en paz en este país”.

Comentarios