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Procesan a una mujer por el homicidio de su esposo

El juez de Instrucción Luis Caterina encontró elementos para acusar a la viuda, su amante y su sobrino.

El homicidio de un hombre oriundo de la localidad bonaerense de Temperley, ocurrido en enero de este año en la zona noroeste de Rosario, desentrañó una trágica historia pasional que involucró a su esposa, al amante de ella y al sobrino de la mujer, quienes esta semana fueron procesados por premeditar y cometer el asesinato. Los reiterados maltratos físicos y psicológicos, además de otros vejámenes que a menudo denunciaba la viuda, madre de cinco hijos y casi 30 años menor que su marido, dejaron en un segundo plano su perfil de víctima para sentarla en el banquillo de los acusados y procesarla, junto a su amante y su sobrino, como coautores de homicidio.

Basilio Vargas tenía 60 años cuando fue asesinado de un disparo en la cabeza el 10 de enero pasado, a la una de la madrugada, en la puerta de la casa de su cuñada, ubicada en inmediaciones de Schweitzer y Acevedo, en la zona norte de barrio Fisherton, a metros del arroyo Ludueña. Su esposa y su hijo más pequeño descendieron de la camioneta que él conducía e ingresaron a la vivienda ubicada en Acevedo al 1200 bis, cuando dos hombres en moto se acercaron a la ventanilla del conductor y sin mediar palabra le dieron un certero disparo en la cabeza que le ocasionó la muerte en forma instantánea.

Desde un primer momento se descartó el móvil de robo, ya que no faltaban elementos del rodado ni pertenencias de Vargas, explicaron en su momento fuentes del caso.

Pocas horas después, la Policía detuvo al primer sospechoso, Fernando L., un remisero de 31 años oriundo de la localidad bonaerense de Lanús, a quien se lo sindicó como amante de la esposa del hombre asesinado.

Un día después del homicidio, la viuda de Vargas, Elizabeth T., de 34 años, escribió una carta e intentó suicidarse inhalando vapores de cianuro. La mujer fue hospitalizada en grave estado en un centro asistencial bonaerense, donde recuperó su salud y semanas después fue trasladada en condición de detenida a Rosario.

En tanto, algunos días después del asesinato, se presentó de manera espontánea en los Tribunales provinciales, ubicados en Montevideo y Balcarce, Gabriel V. T., un albañil de 22 años, sobrino del matrimonio, que era buscado por los pesquisas. Tanto éste como Fernando L. eran investigados como supuestos autores materiales del asesinato.

De víctima a victimario

En sendas declaraciones indagatorias, el trío negó las acusaciones del homicidio, aunque sus argumentos no fueron válidos para el juez de Instrucción de la 3ª Nominación, Luis María Caterina, quien los procesó como coautores de un crimen premeditado.

Entre las consideraciones que argumenta en su resolución, el magistrado tiene en cuenta que “no se constató la faltante de elemento alguno”, lo que “lleva a descartar que el robo haya sido el móvil del homicidio”.

En ese sentido fue la misma situación de hostilidad que denunciaba la esposa de Vargas la que puso a la mujer como principal sospechosa del crimen. “Quien introduce otras posibilidades sobre el móvil, y que puedan haber sido personas conocidas, es precisamente la esposa del occiso en reiteradas oportunidades: relata extensamente los problemas que tenía con su esposo, malos tratos y vejaciones de diversa índole que detalla a las que era sometida, incluso obligándola a ejercer alguna forma de prostitución, con el fin de conseguir, mantener o afianzar relaciones comerciales”, señala el fallo.

Asimismo, el conocimiento de esa relación teñida de maltratos por parte del sobrino de la mujer y del remisero y la intención de ambos de revertir esa situación también complicó al trío. En una declaración citada en la resolución judicial, Elizabeth relata que su sobrino Gabriel conocía cómo era la relación entre ambos y que muchas veces le decía: «Tía, cómo aguantás a tu marido, eso no es de hombre, yo lo mato»”. Asimismo, ante algunas situaciones posteriores a la violencia, ambos detenidos le habrían ofrecido “asustar” a Vargas para que dejara de hacerla sufrir.

Por último, las declaraciones de un testigo terminaron de comprometer las versiones de los imputados sobre el lugar en el que se encontraban durante el momento del homicidio, al igual que la ubicación del rodado utilizado para cometer el delito.

Uno de esos testimonios pertenece a un sobrino de Elizabeth quien asegura que en los minutos precedentes al disparo fatal se cruzó con la mujer, quien le dijo: “Tengo que hacer sonar un número”, y que luego llamó y cerró el celular. Según ese testigo, dos minutos después sonó un disparo. Se especula que el llamado fue una señal de aviso de que Vargas ya estaba en el lugar y que ella ya había descendido del vehículo y “tenía coartada”.

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