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Problemática de este tiempo: “No quiero crecer”

La psicóloga y socióloga chilena Pilar Sordo aborda en su libro No quiero crecer. Viva la diferencia para padres con hijos adolescentes una problemática que se remonta en el tiempo y que, a su juicio, arranca con la falta de apasionamiento de los adultos en su vida cotidiana. Columnista de varios medios de su país, Sordo aseguró en una entrevista que durante mucho tiempo escuchó la frase “no quiero crecer” y comenzó a preguntarse por qué tantos chicos decían esto.

La psicóloga y socióloga chilena Pilar Sordo aborda en su libro No quiero crecer. Viva la diferencia para padres con hijos adolescentes una problemática que se remonta en el tiempo y que, a su juicio, arranca con la falta de apasionamiento de los adultos en su vida cotidiana. Columnista de varios medios de su país, Sordo aseguró en una entrevista que durante mucho tiempo escuchó la frase “no quiero crecer” y comenzó a preguntarse por qué tantos chicos decían esto.

“Durante más de dos años investigué y encontré muchos puntos de contacto entre la falta de compromiso de los chicos y la conducta de los adultos”, reveló.

El libro, editado por Norma, está dividido en edades, comenzando desde los 9 a los 11 años, un período en el que “aparece el tema de la pubertad y los cambios físicos”, y de los 11 a los 13 cuando a los cambios físicos se suman los psicológicos. También se refiere a los adolescentes de 13 a 15 y de 15 a 18 años y los jóvenes de 18 a 24 y de 24 a 30.

Sordo señala en qué momento comenzaron los cambios que hoy se manifiestan en los chicos.

“Creo que los abandonamos al salir a trabajar pensando que el tener cosas nos iba a producir felicidad, en un contexto de paternidad que erróneamente se entiende que se debe ser amigo de los hijos y no se pone ningún límite, lo cual me parece un error garrafal”, opina Sordo.

“Tenemos una generación abandonada psicológicamente, poco contenida tanto desde el afecto como los límites y la disciplina. Se ha enfatizado una sociedad basada en los derechos y no en los deberes y por lo tanto las obligaciones parecen ir esfumándose”, sostiene la investigadora.

“Los adultos no quieren pagar costos –sentencia–. Se perdió el rito familiar: no hay mesa para encontrarse, para charlar, para escuchar al otro. Cuando existe la posibilidad de estar todos juntos, también están todas las pantallas de televisión encendidas y por lo tanto el diálogo es nulo”.

¿Cómo poner límites entonces a los chicos sin pasar al autoritarismo?

“La autoridad no pasa por el grito o el golpe. Pasa por la claridad y la consistencia. Pasa por entender que los que mandan en la casa son los adultos y que en la casa se hace lo que la madre o el padre dice y punto, guste o no”.

La psicóloga explica que la democratización de la familia es consecuencia de los derechos, la libertad de expresión, y un montón de cosas que cayeron sobre la casa y no se supieron manejar. “Se produjeron daños”, asegura.

“Es más fácil educar con límites claros –apunta– porque es una expresión de amor ordenarle el mundo a los hijos”.

Para Sordo “el adolescente debe salir al mundo medianamente estructurado, lo que implica una responsabilidad paterna y no de los colegios. Hay un desplazamiento de las obligaciones a la escuela, pero no se puede pedir en el afuera lo que se debe hacer dentro del hogar. La labor educadora depende absolutamente de los padres”, reflexiona.

Según la especialista, “es necesario volver a resucitar los mitos familiares. Hay que entender que el dios pantalla no puede gobernar una casa. Los grandes tienen que regular, informar y ordenar el mundo de los chicos que no están preparados para tomar ningún tipo de decisión”.

“`No quiero crecer es una frase que incluye una crítica permanente al mundo y está en los adultos el poder cambiarlo”, finaliza.

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