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Sociedad

Pionero de la antipsiquiatría

El médico psiquiatra David Cooper cuestionó las prácticas de la psiquiatría ortodoxa. Fue un luchador incansable por la eliminación del manicomio, institución que consideraba represiva y su reemplazo por comunidades terapéuticas.


David Cooper, médico psiquiatra sudafricano, considerado junto con Ronald Laing pionero de la antipsiquiatría, término que acuñó para señalar su puesta en cuestión de las prácticas de la psiquiatría ortodoxa.

Sus propuestas generaron polémicas y evidenciaron cómo es posible detectar en las contradicciones y flagrantes mecanismos de dominación, explotación y opresión social el origen de alteraciones en la salud mental.

Los desarrollos teóricos de Cooper realizan un cruce epistemológico entre elementos del materialismo histórico de Karl Marx y postulados del existencialismo filosófico de Jean Paul Sartre.

Fue un luchador incansable por la eliminación del manicomio institución considerada represiva y tendiente a una “normalización alienada”, y su reemplazo por comunidades terapéuticas fundadas en una lógica a contracorriente del capitalismo domesticador de las conductas disidentes.

Terapias no convencionales

David Cooper nació en Ciudad del Cabo, Sudáfrica, en 1931. Como afirma uno de sus biógrafos: “Después de estudiar música, se orientó hacia la medicina, graduándose en 1955. Ejerció su profesión inicialmente en un centro médico reservado a los negros. En términos políticos estuvo vinculado un tiempo al Partido Comunista militando en plena clandestinidad. Años más tarde evolucionó hacia posiciones anarquistas. Se instaló después en Londres, donde se unió a su primera compañera de vida, con la que engendró tres hijos”. “Años más tarde fue el compañero de Juliet Mitchell, destacada activista del movimiento feminista anglosajón y especialista en el pensamiento lacaniano”.

En el año 1962 creó el célebre Pabellón 21, en el interior de un vasto hospital psiquiátrico de la periferia de Londres. Como reseña un ensayo: “David Cooper puso en práctica las tesis sartreanas, y más en general en la fenomenología existencial, en ese lugar puso en obra una práctica de impugnación de la nosografía psiquiátrica que iba a llevarlo a rechazar radicalmente la tradición occidental heredada de Eugen Bleuter.

Como todos los artífices de la antipsiquiatría, él veía en la locura, y sobre todo en la esquizofrenia, no una enfermedad mental, sino una experiencia, un viaje, un pasaje.

También comenzó de manera muy pragmática a pedirle al personal tratante que ya no hiciera nada. En una oportunidad le dijo a un paciente internado: le doy este truco llamado Largactil para que podamos ocuparnos de cosas más urgentes. Finalmente, decidió permitir que en los corredores y habitaciones del establecimiento se acumularan los desperdicios.

Gracias a ese pasaje al acto, los enfermos podían descender al infierno, hacer una regresión, manosear sus excrementos, volver a encontrar una especie de estado arcaico, y después ascender hacia el mundo de los vivos. Cooper propuso que ex enfermos se convirtieran en enfermeros y que los internados tuvieran derecho a la sexualidad. A pesar de los fracasos y conflictos, la experiencia fue concluyente. En todo caso, demostró que en ciertas condiciones particulares, la esquizofrenia, considerada incurable, se podía curar”.

Antipsiquiatría

En 1965, Cooper creó con Laing y Aaron Esterson la Philadelphia Association and Mental Health Charity, también el Hospital de Kingsley Hall, destinado a personas con esquizofrenia.

En el año 1967 en coordinación con Gregory Bateson, Stokeley Carmichaël y Herbert Marcuse, fue activo partícipe en Londres en el gran congreso mundial denominado “de dialéctica y liberación”: Esta autoconvocatoria se proponía poner de manifiesto el “progreso del infierno en el mundo”. Según un comentarista: “El coloquio duró dieciséis horas, e inscribió a la antipsiquiatría en la sensibilidad libertaria. Reunió a negros norteamericanos, feministas, estudiantes rebeldes de Berlín occidental y representantes de todos los movimientos tercermundistas. De tal modo, la utopía cooperiana de una locura destrabada encontró una nueva bandera: la de los oprimidos del mundo, en lucha por su reconocimiento. Muy pronto Cooper asumió la defensa de los disidentes soviéticos, víctimas de internaciones abusivas, y propuso la creación de un gran movimiento de “disidencia intelectual- basado en una nueva definición de la actividad creadora”.

A partir de 1972 David Cooper se instaló en la ciudad de París, impulsó actividades prácticas con numerosos psicoanalistas de la corriente lacaniana y del movimiento de psicoterapia institucional compartían sus métodos. Pueden mencionarse entre otros y otras a Maud Mannoni, Octave Mannoni y Félix Guattari. Todos ellos expresaron que se negaban a practicar la psiquiatría o a integrarse en cualquier institución formativa”.

Debido a sus posiciones y propuestas terapéuticas y políticas, Cooper tuvo una vida errante y padeció la estrechez económica. Esto no impidió su activa participación en todos los combates de la izquierda intelectual francesa en favor de los homosexuales, los locos, los disidentes y los presos, junto a figuras como Michel Foucault (1926-1984), Robert Castel o Gilles Deleuze (1925-1995).

Algunas reflexiones de Cooper

Las propuestas de David Cooper buscan rasgar los velos de la impostura y que los humanos vivamos sin ataduras ni prejuicios. Estas son algunas de sus reflexiones: “Deseo establecer la diferencia entre amor y compasión. El amor es, fundamentalmente, una situación entre dos personas, aunque, cualquier persona puede estar incluida en varias situaciones semejantes de dos personas; mientras que la compasión puede extenderse a la mayoría de las personas del mundo e, incluso, abarcar el cosmos. El amor supone una implicación total y un compromiso total con el otro, junto con la correspondencia sexual central, aunque no necesariamente exclusiva. Ésta es, aproximadamente, la versión corriente del amor, versión que debe ser desestructurada y después reestructurada. La versión corriente del amor ya no puede sustentarse, en virtud de sus limitaciones”.

“En síntesis, el amor sólo puede ser re-inventado mediante la abolición de la familia nuclear burguesa que lo ha destruido. La familia debe ser reemplazada por comunas en las que el sexo no sea considerado una propiedad privada. Lo que en la vida familiar burguesa pasa por ser amor es nada menos que reacción política. En castellano se designa hijo político al yerno: las relaciones familiares legalizadas son políticas, y se trata de política reaccionaria. El supuesto filosófico de que la naturaleza humana no puede cambiar, se convierte en una regla familiar implícita contra el cambio. Un joven al que conocí en Inglaterra visitó a un psiquiatra porque se sentía perseguido por su suegra más allá de todo límite de posible aceptación. Por consejo del psiquiatra (después de investigar a fondo el caso), el joven emigró a Australia. Allí se inició en el paracaidismo de caída libre, como desafío último a su desesperación (disfrazada como su muerte). Un día en que estaba practicando la caída libre entrevió a su suegra cayendo detrás de él. Ella abrió el paracaídas; él fue lo bastante afortunado para recordar que debía hacer lo mismo.

“Amar el amor a uno mismo lo suficiente para amar a otro lo lleva a uno a ir más allá del pathos de la familia burguesa y el pathos de los primeros intentos de formación de comunas que ahora experimentamos, hacia el amor que reposa en la verdad del otro lado de la revolución que debemos hacer”. Sus ensayos más importantes son: Razón y violencia (1964), en coautoría con R.D. Laing, Psiquiatría y antipsiquiatría (1967), La muerte de la familia (1971), El lenguaje de la locura (1978). Su vida se agotó en París en 1986.

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