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Pedro “hornea” la adversidad

Por: Luciana Sosa. Tiene 48 años y está totalmente ciego desde hace 15. Es panadero aficionado y junto a su familia creó una miniempresa que los sostiene. La falta de visión agudizó su sensibilidad, y comparte ese saber.

Pedro Escobar tiene 48 años, cuatro hijos y lleva 15 viviendo en la ceguera plena. Desde hace un año espera paciente la habilitación formal desde el municipio para abrir su panificación. Se especializa en pizzas, alfajores de maicena, pastafrolas y en Navidad tuvo encargos por más de 1.500 pandulces. Su vida fue marcada por la lucha constante ante su discapacidad y el apoyo de su familia ha sido el pilar más importante. “Si yo no hubiera tenido el apoyo de mi esposa e hijos, de esperar sólo una ayuda estatal, hoy estaría viviendo en un caño”, compartió con algo de bronca y desesperanza por la jubilación especial que nunca llega. Su compañera de vida y laboral, Andrea Berardi, es la que sostiene la mirada de cerca en el leudado de las masas, en su horneado y en la fuerza que tuvo Pedro a lo largo de estos años.

El proyecto se llama Martina, como la menor de sus hijos. Pedro y su familia viven en Campbell 2429, y una vez habilitados abrirán la venta al público. Mientras tanto, se sostienen gracias a la confianza de sus vecinos y amigos y algún que otro comerciante que ya ha probado su elaboración y la demanda.

Mientras tanto, alterna el amasado y horneado de exquisiteces con sus sesiones de masajes, reflexología y digitopuntura. “Ya que gané mucha más sensibilidad en el tacto, le doy un uso más importante, por eso aprendí estas actividades que brindo a los que lo solicitan”, compartió.

—¿Cómo nació el proyecto y por qué decidiste trabajar con la panificación?

—La verdad es que muchas opciones no tuve, había que salir adelante tras mi ceguera y con cuatro hijos era imposible bajar los brazos. Nací con fórceps, y desde entonces mi ojo izquierdo quedó ovalado. Con el derecho directamente nunca pude ver. Tuve miopía desde siempre y usaba lentes de contacto hasta que un día, manejando el auto, tuve un desprendimiento de retina y para salvar la visión me sometieron a 15 cirugías. Mientras tanto la familia seguía creciendo y yo esperaba volver a ver. Después de trabajar en una agencia de lotería del centro y en una agencia de vigilancia privada, con los asuntos administrativos y una computadora que hablaba mediante un sistema especial, tuve que encontrar otra salida. Sabía algo de pastelería así que me perfeccioné y mi casa terminó quedando bajo un montón de pizzas y tapas de alfajorcitos.

—¿La presión de una familia numerosa y el adaptarte a tu ceguera fueron difíciles?

— Había que salir adelante y en la parte psicológica, cuando te pasa algo por el estilo, es importante la contención familiar. Si no la hubiera tenido hoy sería tan útil como una planta. Integro el equipo de fútbol de salón en Newell’s y pertenezco a una asociación de ciegos. Pero está claro que si no tenés una familia o gente amiga que confía en vos y te apoya todo resulta muy duro, porque la sociedad no está preparada para tener entre los suyos a una persona ciega.

—¿Hubo discriminación a nivel laboral?

—Es difícil que la gente confíe en uno, sobre todo por desconocimiento, porque luego de ver lo bien que me desempeñaba quedaban sorprendidos.

—(Andrea) Una de las sorpresas fue cuando trabajamos “los dos” para una imprenta. Se pidió gente para armar bolsas de cartón, esas que se entregan en las casas de ropa de hombres y de mujeres y eran de marcas muy importantes. Fui, aprendí a armarlas y trabajaba desde casa. Le enseñé entonces a Pedro cómo armarlas y yo las entregaba. Un día me entregaron bolsas que me habían separado especialmente, porque eran delicadas y yo era “la única” que les hacía el trabajo prolijamente. Fue ese día que decidimos ir juntos ante mi patrona y contarle la verdad. La mujer quedó sorprendida y reconoció que de haberlo sabido antes no me hubiera dado el empleo, pero estaba muy conforme con la labor de Pedro. Ante la discapacidad de mi marido, yo tenía que aumentar mis horas de trabajo, llegaba a trabajar unas 14 horas diarias y él se quedaba con los chicos criándolos. La mayor tenía 9 meses cuando quedó ciego, y cuando llegaba a casa todo estaba impecable, ordenado, limpio. Inclusive la ropa, y a los chicos nunca les faltó nada. Resulta increíble, pero fue así.

—¿Cómo se maneja el tema de la ceguera en familia?

—Los chicos se criaron con mi ceguera incorporada. Para ellos su padre nunca pudo ver, ellos saben que me tienen que describir bien las cosas, que me tienen que decir dónde están. Inclusive se sorprenden porque, al ser adolescentes, no los dejo salir solos. Entonces los acompaño en el recorrido, y ellos me miran como diciendo “cómo me acompañas si no ves”.

—(Andrea) A mí misma me sorprende que muchas veces, caminando juntos, su orientación va más allá de lo común. A veces me pierdo, no recuerdo dónde tenía que doblar y él me dice “te faltan dos cuadras”. En cuanto a los chicos, salen con un dibujo de plastilina del jardín y le toman la mano a Pedro para que la recorra con sus dedos y “la vea”. Es más, a ellos les ha resultado raro saber del papá de un amiguito que pueda ver. Es decir, para ellos ha sido algo de toda la vida que su padre no vea. Creo que esto también los forma como personas más abiertas, sin discriminar al otro.

—A pesar de todo siempre se buscó salir adelante

—(Andrea) Cuando perdió la vista definitivamente, me faltaba una semana para que naciera el varón, nuestro segundo hijo. La mayor ya tenía poco más de un año. Así que al parir tuve que salir a trabajar porque si no la casa quedaba sin sostenerse. Por otro lado, Pedro siempre estuvo luchando por recuperar su vista. De hecho no hizo los trámites a tiempo para tener una jubilación especial porque estaba confiado en que iba a recuperar la visión después de 15 cirugías, pero no fue así. De hecho, no nos reconocieron en un comienzo el pedido de la jubilación especial y hace diez años que estamos a la espera de una aprobación para Pedro. En cuanto a la familia, no había tiempo para llorar. Una vez Pedro me dijo “no hay nada por qué llorar” y seguimos apoyándonos para sacar a nuestra familia adelante.

 

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