Ciudad

Es la economía, estúpido

Pasame el encendedor que esta vez hay plata: otra mirada sobre la quema del Humedal del Paraná

El fuego que hoy está arrasando las islas del Alto Delta tiene 25 años de explicación, y un claro vaso conductor con la destrucción de la Amazonía boliviana y brasileña. La estabilidad de la sequía y la falta de lluvias permite continuar con el ciclo que enterró la producción de alimentos de calidad


Maximiliano Leo Xul (*)

Argentina transformó en los últimos 25 años la forma de generar materias primas. Cambió su matriz productiva… su útero. Argentina pasó de ser un país productor de alimentos de calidad, a ser un productor de cantidad de mercancías (commodities). En el reparto internacional del trabajo, el mundo capitalista condena a los suelos fértiles a ser exprimidos hasta la última gota para generar mercancías en abundancia. A nosotros, por tener la extensa y fértil Pampa, de suelos negros y ricos, nos toca producir forraje y biocombustibles. Forraje para los animales confinados en Europa y Asia, biocombustibles para rebajar el gasoil. Antes producíamos alimentos…

Podemos encontrar el origen de este cambio en algunos hechos que la historia rápidamente olvida. En 1989, Carlos Menem ganó la interna del peronismo contra Antonio Cafiero –ellos mismos no lo podían creer–. Y ganó después las elecciones presidenciales. Para entonces no tenía un plan de gobierno. Fue un arriesgado salto a la pileta lo que lo ubicó en el sillón de Rivadavia y, carente de ideas para llevar un mandato adelante, fueron los hermanos Born (¿les suena Bunge y Born?) quienes entonces le propusieron un plan integral de manejo del Estado, bienaventurados por la nueva ola globalizadora que terminaba de sepultar a la Unión Soviética. El plan consistía en pasar de la fábrica a la oficina, del alimento al commodity, de la hiperinflación del austral a un plan de convertibilidad sostenido a fuerza de descontrolar la deuda externa. Para el comienzo de su segunda presidencia, con la llegada de los productos transgénicos, se termina de consolidar el modelo agroexportador. Estas nuevas semillas dejaron de ser el producto de la selección campesina, para ser seres creados en laboratorios de ingeniería biogenética. Las nuevas semillas contienen una alteración en su ADN que permite que un agroveneno –el glifosato– mate toda bueneza que amenace a estas débiles semillas que no soportan un proceso de selección natural. Con la llegada de este novedoso paquete tecnológico, la matriz transgénica terminó de aniquilar al viejo útero que garantizaba la producción de alimentos sanos de calidad.

Para consolidar este nuevo modelo basado principalmente en la soja y el maíz transgénico, era necesario invertir enormes cantidades de dinero en insumos (semillas modificadas genéticamente, úreas para aportar nitrógeno sintético al suelo, insecticidas para combatir las monoplagas creadas por los monocultivos, agrovenenos para exterminar las buenezas). Los primeros años no fueron sencillos. Muchos productores vieron sus campos rematarse cuando los precios de los commodities cayeron y ya no pudieron pagar las deudas dejadas por esta estafa agro-tecnológica.

Cuando quebraron los productores, los pooles de siembra y las trasnacionales del agro aprovecharon la situación favorable para levantar el precio de los granos de forma extraordinaria y hacer que el negocio empiece a ir sobre ruedas “de caucho”(porque “ramal que para…”). Los productores que resistieron la crisis de finales de los 90 se beneficiaron enormemente con los nuevos precios de los commodities.

Las consecuencias nefastas del modelo transgénico rápidamente se vieron a lo largo y ancho de los suelos fértiles de Argentina. Acá, la Pampa se monocultivó por completo; más allá, el espinal de algarrobos fue arrasado rápidamente, en pocos años; el paisaje chaqueño sufrió un desmonte peor que el generado en el siglo de La Forestal. Las lagunas pampeanas se contaminaron con agrovenenos, las napas de agua se contaminaron con nitritos, los campos se llenaron de taperas, cerraron gran parte de las escuelas rurales y los cinturones villeros se multiplicaron y agigantaron en las ciudades más grandes.

La alimentación se vio afectada por este cambio en la forma de producción. Derivados berretas de los granos como el JMAF (jarabe de maíz transgénico de alta fructuosa, que es más dulce que el azúcar) y la lecitina de soja (un emulsionante) empezaron a ser tan abundantes y baratos que la industria del alimento estratégicamente los ubicó en casi todos los productos procesados del almacén.

El cierre de los tambos permitió que pocas empresas concentraran el mercado de la leche, transformando este producto natural de la vaca en lo que “hoy” llamamos leche, que es, a simple vista, un líquido blanco diluido, tan pobre en nutrientes que se lo debe complementar con sustancias químicas medicamentosas. ¿Será sano comer todo esto? ¿Desde qué edad, en promedio, la calidad de vida de una persona dependerá del consumo de fármacos producidos en laboratorio? ¿Cuándo empezamos a ser asmáticos crónicos, a tener diabetes, a tener problemas tiroideos? ¿De cuántos años es la expectativa de vida sana de una persona de Argentina? Lo curioso es que las mismas empresas que producen las semillas y los venenos, también fabrican los medicamentos que encontramos en las farmacias. Curiosidades… Casualidades…

Las ciudades comenzaron un acelerado proceso de gentrificación, producto del gran caudal de dinero que genera la exportación de granos, y de la poca confianza que se les tiene a los bancos desde el famoso corralito de Fernando de la Rúa y Domingo Cavallo. En los barrios de clase media ubicados en las áreas centrales se comenzaron a levantar lujosos “edificios deshabitados”. Es curioso, en las ciudades como Rosario los jóvenes no tienen chances de tener una vivienda propia, y en todas las avenidas se levantan muchísimos nuevos edificios que están vacíos.

¿Y las vacas? ¿No ibas a escribir sobre las quemas en la isla?

El nuevo útero, la nueva matriz productiva también le encontró lugar de las vacas. Las fronteras agropecuarias terminaron de desintegrar el pastizal pampeano y el espinal, y encontró en los bordes –ahí donde se le complica trabajar al operario del mosquito y la cosechadora– el nuevo lugar para las vacas.

El año pasado todos vimos la desintegración con fuego de enormes áreas de la Amazonía boliviana y brasilera. Se expandían las fronteras ganaderas. Por día nos llegaban al Whatsapp veinte cadenas de oración diferentes para que la Pachamama hiciera llover y salvara a los yaguaretés. ¿Se acuerdan?

Volvamos. En nuestra zona la ganadería se corrió hacia las cañadas de los arroyos pampeanos, hacia los espinales inundables del domo oriental (¿seguirán enseñando geografía de Santa Fe en las escuelas?) y, en especial, hacia los humedales del Paraná.

Por si no sabían, humedales son esos ecosistemas donde el agua es protagonista, y donde las plantas que lo habitan pueden vivir mucho tiempo con sus raíces inundadas. Humedales son los bordes poco profundos del mar, los ríos, lagunas, salares, etcétera (¿en las escuelas se enseñará sobre humedales, o seguirán con ambientes terrestres y acuáticos, como si el humedal fuera una “transición”?)

Cuando el modelo agroexportador se impuso con fuerza, los gobiernos hicieron enormes esfuerzos por desalentar la ganadería en suelos cultivables: prohibir exportaciones, mantener fijo y bajo el precio de la carne. Entre Ríos está a la vanguardia del manejo caótico de la naturaleza: en la mitad de la primera década del milenio promulgó una ley de arrendamiento de tierras fiscales en humedales para sacar la ganadería del espinal que iba siendo arrasado. En pocos años Entre Ríos trasformó la selva montielera y su gran espinal de ñandubay en un desierto de maíz y soja envenenados. Ya estaba políticamente decidido: los humedales paranaenses serán el nuevo lugar para la ganadería desplazada.

Claro que siempre hubo ganadería en la isla… ¿quién discute eso? Pero este nuevo útero ahí las parirá y engordará de ahora en más.

Y fue tanta la cantidad de hacienda que entró a las islas en esos años, que la sorpresiva creciente de otoño de 2007 no dio tiempo a sacarlas. Era más barato dejar las vacas morir en la isla que llevar tantas cabezas a pastar sobre la soja que todavía no se levantaba, y se especuló hasta último momento. ¿Se acuerdan? 500 milímetros de lluvia caídos en la última semana de marzo. Chau vacas. Que se mueran. Que se pudran sobre las lagunas de agua dulce. Y así fue.

El modelo ya lo tiene decidido. En el campo la soja, en la isla la vaca. “Hay que ampliar la superficie sembrada”, (Luis Basterra, ministro de Agricultura, julio de 2020).

Ocurrió que entre la primavera de 2009 y el año 2019, el río tuvo pulsos de creciente por sobre los niveles normales. Los años de mucha lluvia en las partes altas de la cuenca y la cuenca desmontada sin selvas que guarden agua, hicieron que los repuntes se sucedieran uno a otro con mucha frecuencia durante diez años. ¿Quién iba a invertir en llevar vacas a la isla con esas condiciones de río inestable?

Sólo quienes tuvieran garantizada la posibilidad de contar rápidamente con barcos jaula y lugares donde ubicar las vacas en los campos continentales; quienes tuvieran vacas cerca de la traza vial que une Victoria con Rosario o los isleros de siempre, que saben manejarse en arreo y evitar la pérdida de su hacienda. La isla se vio durante una década libre de sobrecarga de hacienda. ¿O no se volvieron a ver estos años las nutrias por todos lados, los carpinchos, los lobitos, los yacarés? ¿Piensan que fue porque hay menos cazadores? No… Es porque hubo por mucho tiempo menos ganadería en la isla. La ganadería a escala familiar es soportable para los humedales, pero no a escala productiva. Entre Ríos, siempre a la vanguardia del manejo caótico de la naturaleza, intentó adelantarse cuando se consolidó el período húmedo y declaró, a principios de 2012, a cientos de miles de hectáreas de islas fiscales del Delta como “improductivas” y, para volverlas económicamente “sustentables”, propuso crear una sociedad anónima arrocera que las administrara por 100 años. Los políticos santafesinos son expertos en hacerse los peludos en cuestiones ambientales, pero los entrerrianos son menos cobardes y te dicen lo que piensan a la cara… ¡Y hasta lo escriben en leyes!

Hoy el clima cambió: parece que la década húmeda terminó y volvemos a un período seco. Hay que preparar los humedales, porque el modelo decidió que esos serán los territorios para la ganadería. Lo decidió hace mucho, el nuevo útero empezó a parir al modelo en los 90, y parece que otra vez están dadas las condiciones para ganar mucha platita llevando vacas a la isla.

—Pasame el encendedor… A este pajonal que lleva 10 años criándose lo vuelvo pastito verde con las primeras lluvias. A la gente se le pasa, en septiembre va a poder secar su ropa sin olor a rancho… y se olvida. La gente es así. Se olvida… está con nosotros… todos somos Vicentin, somos el campo, el granero del mundo… Se olvida.

Pobres pájaros, pobres carpinchos, pobres tortugas, pobres culebras, pobrecitos los árboles, tantos años que le lleva crecer en la isla con un suelo tan pobre, pobre la microbiología del suelo: micelios largos y frágiles ganándose el espacio entre las duras partículas de limo y arcilla, colonias de bacterias colectando de a puchitos el nitrógeno del aire, todo sometido al poder arrasador del fuego… Me pregunto: ¿qué paisaje encontrarán al final del invierno las aves migradoras que llegarán a la isla desde el ártico? Llegan cansadísimas y con un hambre… Aman la isla, dependen de la isla… ¿Qué paisaje encontrarán?

—Pasame el encendedor que viene mucha platita.

Así pare el nuevo útero. Así pare…

(*) Muro de Facebook

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