El Hincha

Historias de Clásicos

Paridad en los cuatro antecedentes en Buenos Aires

En diferentes estadios y por diversas razones ya se jugaron duelos rosarinos en suelo porteño. En 1971 fue en el Monumental de River, en 1976 en Atlanta y en 1989 jugaron en Vélez y Ferro. Un repaso por cuatro partidos con mucha historia


Aldo Poy anotó en el Clásico del 71 y Gabriel Batistuta gritó en la Liguilla del 89.

El próximo jueves Rosario tendrá su Clásico a 300 kilómetros con el choque entre Central y Newell’s por la Copa Argentina. Pero no será el primer duelo entre leprosos y canallas que se juegue en Buenos Aires. Hay cuatro antecedentes en la rica historia del derby más pasional del país. Pero el que se jugará en el estadio de Arsenal será único, ya que no habrá hinchas de ningunos de los dos equipos a diferencia de los anteriores.

Por motivos diferentes el Clásico rosarino debió mudarse a Buenos Aires en 1971 por el Nacional, en 1976 por el Metropolitano y en 1989 por la Liguilla Clasificación. El saldo fue un triunfo para cada uno y dos empates.

La inolvidable Palomita

El campeonato Nacional 71 se disputó con 28 equipos divididos en dos zonas. Los dos primeros pasaban a semifinales y luego se definía el campeón. En esa década se vivió la más rica historia de los equipos rosarinos, por eso no fue nada casual que Central termine primero en la zona B, San Lorenzo fue segundo, y que Newell’s culmine detrás de Independiente en la zona A.

Esas posiciones finales desembocaron en un choque rosarino en semifinales en estadio neutral. La vieja cancha de River fue el escenario elegido por la AFA para un duelo que quedaría en la historia. Miles y miles de hinchas de ambos bandos hicieron los 300 kilómetros que separan a Rosario de Buenos Aires.

Aquel 19 de diciembre de 1971 quedó reflejado como el Clásico de la Palomita. Y el protagonista principal fue Aldo Pedro Poy, delantero de Central, que de cabeza y suspendido en el aire de manera horizontal venció a Fenoy para darle el 1-0 definitivo tras un centro del uruguayo José Jorge González a los 9 minutos del segundo tiempo.

Tanta relevancia tomó ese partido que el inolvidable Negro Fontanarrosa lo plasmó en un libro detallando las idas y vueltas del Viejo Casale.

Tres días más tarde Central le ganó la final a San Lorenzo por 2-1 y se proclamó campeón por primera vez en su historia en el fútbol argentino.

Por culpa de los violentos

Cinco años más tarde nuevamente Buenos Aires recibió el Clásico rosarino. Esta vez se trasladó a la cancha de Atlanta. Fue el 16 de mayo de 1976 y se debió a una suspensión que tenía el estadio de Central por serios incidentes en un partido con Independiente. El encuentro correspondió al interzonal del torneo Metropolitano de ese año.

A menos de dos meses del Golpe de Estado que impuso el Teniente General Jorge Rafael Videla y sus amigos, canallas y leprosos medían fuerzas en Villa Crespo.

Fue empate 1-1, quizás uno de los resultados que más se repitieron a lo largo de la historia del Clásico rosarino. El encuentro en terreno bohemio se presentó adverso al Canalla quedar con diez hombres tras la expulsión de Potente a los 26 minutos del segundo tiempo y ponerse Newell’s en ventaja tres más tarde por intermedio de Sergio Apolo Robles.

Aun así, el Canalla logró empatar con gol del defensor José Romero a seis minutos del final, y a pesar de jugar con nueve ya que minutos antes había visto la roja Ignacio Peña.

En ese certamen Newell’s terminó cuarto a seis puntos del campeón Independiente y Central culminó en la décima posición.

Todo por la hiperinflación

El campeonato 1988/89 del fútbol argentino fue extenuante para muchos. Fue el torneo en el cual se pateaban penales tras igualar en tiempo reglamentario para darle un punto extra al ganador. Pero además fue un certamen larguísimo con dos Liguillas. Una para la Pre Libertadores y otra denominada Clasificación. En esta última, por la primera fase, se dio el choque entre Central y Newell’s.

El calendario marcaba el mes de junio para la fecha de disputa de los dos partidos, pero en esa época el país vivía un momento muy duro tanto económico como social. La hiperinflación estaba instalada. Rosario fue la ciudad más castigada y los saqueos se pusieron de moda.

Con ese panorama la AFA decidió, con la anuencia de la policía santafesina, que los dos partidos se jugasen en Buenos Aires: el primero en cancha de Vélez y el segundo en Ferro.

En el estadio de Liniers fue empate 1-1. Fue el domingo 11 de junio. El país estaba en Estado de Sitio. El Clásico se jugó ante poco más de ocho mil espectadores, la gran mayoría porteños que querían olvidar tanto caos y presenciar un gran partido.

Newells, de la mano del Tata Martino, fue mucho más que Central. El Tata abrió el marcador, pero el Pichi Escudero, de arremetida, empató cuando faltaban pocos minutos para el cierre. Sólo había tiempo para volver al hotel y descansar. Cuarenta y ocho horas después volverían a verse.

Y así fue que el 13 de junio se volvieron a medir, pero en Caballito. Ahí Newell’s plasmó en la red su supremacía. Fue 5-3 para la Lepra en una tarde soleada. Los jóvenes Taffarel y Batistuta marcaron un doblete para el Rojinegro y el restante fue obra de Condorito Ramos en el ocaso de su carrera. Para el Canalla marcaron Pizzi, Bauza y el Chocho Llop en contra.

Para ese partido, las tribunas estuvieron más pobladas. No de hinchas tradicionales, sino de barras. Los canallas junto a San Lorenzo y Chacarita Juniors. Los Leprosos con una dupla singular: Argentinos Juniors y Platense.

Muchos pensaron que era el último Clásico fuera de Rosario, pero no fue así. Por temores políticos y dirigenciales, el derby rosarino se trasladará por quinta vez a terreño bonaerense. Claro que esta vez no se escucharán cánticos, no habrá papelitos, no existirá el color de las tribunas, no se verán caravanas de autos o colectivos como en el 71 o el 89.

Esperemos que en esta ocasión sí sea el último fuera de Rosario. Porque el fútbol argentino no se puede privar de un Central-Newell’s o Newell’s-Central sin el calor de los hinchas, esos que terminarán sufriendo de verdad la derrota o festejando con locura el triunfo.

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