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Reflexiones

Parados en el lugar más cómodo del infierno

La reestructuración de la deuda argentina en 2005 y la consulta en las urnas en Grecia el domingo pasado son reacciones de gobiernos con respaldo popular pero con bolsillos vacíos, incapaces de pagar lo que sus antecesores dejaron y los acreedores exigen.


La reestructuración de la deuda argentina en 2005 y la consulta en las urnas en Grecia el domingo pasado son reacciones de gobiernos con respaldo popular pero con bolsillos vacíos, incapaces de pagar lo que sus antecesores dejaron y los acreedores exigen.

Ambos países hicieron bastante mal las cosas en la historia reciente como para llegar a estas situaciones de endeudamiento extremo, pero el hecho de haber tocado fondo los empujó como salidas inexploradas hasta ahora, contrarias a un par de reglas de oro del funcionamiento del orden económico-financiero mundial.

Malos ejemplos no en el sentido moral, sino en el práctico. A Europa le pesa mucho menos que Grecia no le devuelva el dinero a que otros países de la eurozona endeudados se aviven de que el ajuste, eterno sólo conduce a ese lugar al que fueron a parar la Argentina y Grecia.

Syriza es gobierno y Alexis Tsipras primer ministro porque el pueblo griego buscó en ellos alguien que gobierne desde un paradigma opuesto a lo que habían hecho los partidos tradicionales, que renegociaban el ajuste del ajuste, profundizando el endeudamiento y las carencias de los griegos. Por eso Atenas no aceptó las condiciones de la troika, que incluían metas de ciencia ficción, como lograr superávits del 3 por ciento.

La dureza de los griegos puso en alerta a otros gobiernos de la eurozona. Temen que sus propios pueblos tomen el mal ejemplo y, jugados por jugados como los ciudadanos helenos, prueben otra cosa.

Así llegó Syriza al poder en enero. Sólo unas cuantas semanas después, los dos movimientos sociales surgidos de la crisis española, evolucionados en opciones electorales bajo los nombres de Ciudadanos y Podemos, obtuvieron un “inquietante” respaldo popular y gobiernan Madrid y Barcelona. El presidente Mariano Rajoy, que hizo del ajuste en España una religión y resultó un alumno decidido, se manifestó este lunes mismo en contra de aceptar condiciones de los griegos. Si Tsipras alcanzase su propósito, que es una reestructuración de la deuda conceptualmente parecida a la de Argentina en 2005, con una quita importante, Rajoy y el PP estarían definitivamente en una posición incómoda ante su pueblo.

Es tentador jugar con la historia reciente de Argentina. ¿Hubiera sido posible en 1999, cuando las urnas llevaron al poder al gobierno de la Alianza, un referendum para salir de la convertibilidad, a esa altura devenida en una prisión que asfixiaba la economía argentina? Difícil de imaginar con un gobierno encabezado por Fernando de la Rúa, que de líder no tenía nada y cuyo coraje equivalía al de los teletubis, y Carlos Chacho Álvarez, que quiso solucionar los problemas haciendo ministro de Economía a Domingo Cavallo.

Un referendum a la griega, ¿hubiera evitado el estallido social, las treinta y pico de muertes en el país y el desastre que significó 2001?

Después de Grecia y Argentina, el próximo gobierno asediado por sus acreedores sabrá que conseguir respaldo popular como hizo Tsipras es una opción bajo ciertas condiciones de presión, que al menos sirve para quitarse la soga del cuello cuando están a punto de patear la silla. De hecho, los griegos fueron hasta donde fueron porque estudiaron en detalle el caso argentino y la quita de deuda que logró y que ahora ellos reclaman a la troika.

Siempre vale aclarar que por más parecidas que resulten, las condiciones de uno y otro no son iguales. La Argentina se desprendió de la convertibilidad, que era una decisión que dependía de sí misma, mientras que los griegos están atados a una moneda comunitaria.

A su vez, Buenos Aires tenía su deuda colocada fundamentalmente con acreedores privados (por eso fue estratégico el pago de contado para sacar de escena al FMI que hicieron casi al unísono Néstor Kirchner y Lula Da Silva), mientras Atenas le debe mayormente a organismos de crédito y entidades comunitarias.

Buena parte de esas deudas son intereses de intereses de deuda; y dinero prestado bajo una supuesta contrapartida de asepsia fiscal a la que se obligaba el tomador y que eran pura ficción. De ahí que Tsipras apuesta a una quita y reestructurar a largo plazo. No es que está emperrado porque es el jefe de un “partido radical de izquierdas”, como dicen los europeos, sino porque está parado en el lugar más cómodo del infierno: el lugar del que no tiene nada más para que le saquen.

Quizás le hayan comentado aquella máxima que en 2005 usaban Néstor Kirchner y Roberto Lavagna: “Los muertos no pagan”.

No será fácil que Merkel, Hollande y el BCE acepten. Ellos se pusieron el traje de acreedores, mientras Atenas apuesta a la política (si tuviera los fondos no habría crisis).

La preocupación de los poderosos de Europa es genuina, porque Grecia les significa un planeta desorbitado que por efecto dominó puede descalabrar otras piezas de la eurozona, ya sea en lo financiero como en lo político.

El No de los griegos no hace que hoy vivan mejor. Cualquiera de las dos opciones implicaba grandes esfuerzos, pero el camino elegido es el propio, que siempre es el mejor, por más que sea imposible pronosticar en qué termina la experiencia.

Sin embargo, la novedad de los griegos no es que hayan pulseado duro, sino que rompieron la lógica de que estas cuestiones se resuelven en una mesa donde los negociadores definen las condiciones de vida de los países deudores.

Definitivamente, la semilla griega y el caso del juicio del siglo entre Argentina y los fondos buitre escriben un singular capítulo de la historia. Nadie sabe cómo terminarán ambas experiencias, lo cierto es que son la nota disonante en el funcionamiento del sistema financiero mundial.

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