Ciudad

Para que la llama siga viva

Por Laura Hintze.- Las Voces Tobas es un grupo musical integrado por mocovíes y qoms que recorre escuelas difundiendo sus ritmos ancestrales. Gracias a un programa provincial ya editaron su primer CD. “Perder nuestro legado es perder la identidad”, dicen y actúan.


Mientras acomoda dos sillas en la puerta de su casa, Pedro De Jesús invita: “¿Preparo unos matecitos? ¿Dulces o amargos?”.  Luego, yendo en busca del termo, se arrepiente y pide que se haga la entrevista adentro, porque hay mucho viento. Pedro ceba mates amargos, con un sabor distinto. “Es una hierba especial”, dice. La cronista parece haber escuchado el nombre Yerutí, pero ahora, mientras escribe estas líneas, no se anima a asegurarlo. El anfitrión tiene el pelo enrulado, largo, peinado al medio y atado con una colita; tiene 24 años y es miembro de la comunidad qom. Además, forma parte de Las Voces Tobas, un grupo musical que se dedica a recorrer distintos establecimientos –escuelas principalmente– difundiendo música, canto, lengua y ritmos ancestrales; y que el año pasado sacó su primer CD gracias al Programa Ingenia, perteneciente al Gabinete Joven del gobierno provincial.

“La verdad, se acordaron medio tarde”, responde Pedro cuando se le pregunta acerca del rol del Estado y la oportunidad que les da de financiar su CD. “Recién ahora se están dando las cosas. Al menos se dan”. Todo su relato estará atravesado por esa perspectiva: que ahora algunas cosas cambian, pero que para eso se tuvieron que soportar años de “humillación, persecución, de ser un pueblo en los suburbios”. Con la memoria viva, Pedro celebra. Y cuenta que con su grupo, Las Voces Tobas, se anotaron en la convocatoria al Programa Ingenia, ganaron y pudieron grabar su CD y un video con la historia del grupo, y ambos son presentados en distintas escuelas de la ciudad y la región. Las Voces Tobas tiene seis integrantes, pertenecientes a dos etnias distintas: mocoví y qom. “Para nosotros es muy importante llegar a través de la educación. Hay muy pocos libros que cuentan sobre los pueblos originarios, y además, no es lo mismo que lo cuente un docente que la persona que lo vive. Contamos nuestra vivencia, que es única. Somos también la chispa de nuestros ancestros”, explica.

Pedro De Jesús vive en la zona de Rouillón al 4400, donde hay tantas casas de material como de chapa y en el aire se respira –aunque levemente– el olor que llega de los desechos que se acumulan en las zanjas.  Hay decenas de perros dando vuelta, correteando al sol, entrando a todas las casas. Pedro da su entrevista en la primera habitación de su casa, donde no hay más que dos muebles y la mesa que acaba de traer. Se escucha que la familia está en la habitación contigua. A veces, la puerta que une esos ambientes se abre de par en par y puede verse la Wiphala, la bandera de los pueblos originarios, colgada de una pared. El sobrino de Pedro y su mamá hacen desfilar instrumentos típicos del pueblo qom y las artesanías que ella vende. Viene también la mujer de Pedro, con su hija, Berenice, de apenas dos meses. El sobrino también es músico, percusionista. Habla poco, pero logra hacer saber que también le gusta la cumbia y baila reggaeton. “Es la globalización”, suspira Pedro entre risas, aunque marcando también cierto realismo.

La mamá de Pedro se llama Raquel y tiene 46 años. Ella llegó, desde Chaco, a los nueve años. Jesús nació en Rosario, pero él no dice que es rosarino. Él es qom. “¿Es fácil vivir en Rosario siendo miembro de la comunidad qom?”, se le pregunta. “Es un tema delicado. Ahora nos estamos adaptando, pero cuando recién llegamos era muy difícil. Veníamos de otro hábitat,  donde a la sombra hace 40 grados de calor. Es difícil vivir en un lugar con un centro grandísimo, calles, tantos autos. Pero con el tiempo te vas ambientando”, asegura.

El proyecto de Las Voces Tobas es una – si no la más – de las cosas más importantes en la rutina de Pedro. No trabaja (“en eso andamos”, dice él) pero sí estudia, para ser profesor de música, en la escuela de música provincial. Y mientras avanza en la carrera, escribe canciones con su grupo y las presenta en las escuelas, aprovechando también para dar charlas sobre su comunidad. “Una vez me hicieron una pregunta extraña. Me preguntaron si creíamos en dios. Era muy difícil para responder. Yo le dije que sí, que tenemos nuestros dioses”, cuenta.

Para él, es más fácil hablar con chicos más grandes: “Los chiquitos no entienden muy bien. Ellos aún dibujan a los pueblos originarios desnudos. Por suerte, eso también va cambiando”.

Si Pedro pone sus fuerzas, su canto y conocimientos en este proyecto, es para que se sepa que todavía existen. “A pesar de”, agrega siempre. “A pesar de la persecución, la humillación”, insiste. “Nos han dejado un legado. Tenemos una herencia que no tenemos que perder porque sino perdemos nuestra identidad”, sentencia sobre el final.

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