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Memoria

Padre Mugica en primera persona

La autora de esta nota, periodista de diversos medios gráficos porteños y rosarina de nacimiento, tuvo trato con el “cura villero” a fines de la década del 60. Hace dí as se celebró el 40° aniversario de la muerte del sacerdote a manos de la Triple A.


El 11 de mayo de 1974 era acribillado a balazos el padre Carlos Mugica cuando salía de la Iglesia Francisco Solano, de la calle Zelada 4771, en el barrio porteño de Villa Luro, donde acababa de celebrar misa. Falleció poco después, en el hospital Juan F. Salaberry del vecino barrio de Mataderos. Este “cura villero” adhirió incondicionalmente al Movimiento de Sacerdotes por el Tercer Mundo y luchó incansablemente por mejorar las condiciones de vida de la gente humilde. Había nacido en el Palacio de los Patos, a la vuelta de mi casa, en la calle Ugarteche y donde hoy vive, con su familia, una de mis sobrinas. En su niñez conoció poco el mundo de los pobres aunque su familia era profundamente cristiana y él fue criado en un clima de piedad religiosa. Frecuentaba el fútbol los domingos con el hijo de la cocinera de su casa y ese era su contacto con un mundo más integrado porque en su casa había diferencias: había una comida para los patrones y otra para el personal de servicio; había una puerta de entrada principal y otra de servicio.
Él fue uno de los 270 sacerdotes que el 31 de diciembre de 1967 adhirieron al Mensaje de los 18 Obispos del Tercer Mundo, número que meses después alcanzó 400 y que desde abril de 1968 decidieron llamarse Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo y conformaron un comité organizador. Pronto se vio que su militancia no era la misma que la de los Montoneros, organización que lo condenó el 28 de marzo de 1974, 43 días antes de su asesinato. En la sección titulada “Cárcel del pueblo”, de la revista Militancia (número 38, página 48) en la que regularmente se denunciaba a los “enemigos de la Revolución”, se leía que Carlos Mugica trataba “de ser al mismo tiempo un conservador progresista, un oligarca popular, un cura humilde y bien publicitado, un revolucionario y defensor del Sistema”. Y concluía: “Por todo lo expuesto, quede Carlos Mugica preso en la Cárcel del pueblo (…)».
La sola aparición en esa sección implicaba una velada amenaza de muerte por parte de esa organización armada. Pero su asesinato fue perpetuado por la organización Triple A que comandaba José López Rega, conforme a una declaración del juez Norberto Oyarbide en la que hizo público que “Rodolfo Eduardo Almirón fue el autor inmediato del homicidio de Carlos Francisco Sergio Mugica, en el marco del accionar delictivo de la Triple A”. Justificó su decisión a fin de “declarar la verdad de lo que aconteció, y así brindar una respuesta a los familiares de la víctima y a la sociedad”.
Lo conocí a Mugica al final de la década del 60, cuando transitaban mis pininos en el periodismo. Ya escribía para las revistas del corazón guiones de fotonovelas y, dispuesta a abarcar un periodismo más intenso, me acerqué a la Editorial Emilio Ramírez y tras una charla con el secretario de Redacción de Vea y Lea, Hamilton, me aceptaron como informante. Se me encargó el trabajo de investigar la vida de los bolivianos asentados en la Villa Retiro, donde trabajaba Mugica como asesor.
Yo necesitaba abrir una puerta para acercarme a ese mundo desconocido que me pedían averiguar, y la de la Iglesia me pareció adecuada.
Mugica también asesoraba a los alumnos del Nacional Buenos Aires y hacia allí fui para conocerlo y pedirle su ayuda. Él era para mí era un héroe que se animaba a desafiar lo establecido y sus ideas tercermundistas me simpatizaban. Temblaba toda y un sudor frío me recorría la espalda cuando me senté frente a él.
“Voy a ayudarte pero no olvides que ellos son mis amigos y si algo voy a hacer siempre es defenderlos”, me dijo. Inmediatamente pautamos ítems para mi entrevista a la que él también asistió. Me había indicado que se trataba de gente susceptible a la que había que tratar con sumo cuidado. Después de muchas vueltas, preguntas y dudas, decidieron charlar conmigo con la condición de que les hiciera leer mis apuntes. Esto no es fácil para ningún periodista, aunque asesorada por Mugica, admití acercarles algunos. Acomodé mis notas y entregué el informe a Hamilton. Fue un acontecimiento, un hit en mi vida. Siempre recuerdo su ternura y su firmeza y puedo asegurar que fue para mí un verdadero padre que apuntaló mi inmadurez y me ayudó a sortear una prueba muy importante de mi vida.
Cuando murió, sentí que había perdido un amigo aunque no lo frecuenté mucho después, sólo sé que su vida fue un ejemplo y su martirio un desconsuelo. “Para qué sirve tanta esgrima de flor, tanto pañuelo/ si está la nada en el embarque herido”, dice el poeta Alfredo De Cicco. Sin embargo, Carlos Mugica es considerado por sus seguidores como un ejemplo de coherencia entre las ideas y la acción, y de fortaleza de fe, la cual trabajaba en forma constante, instando a quienes le rodeaban a no claudicar e insistir en la oración y la entrega a Dios.
Últimamente se celebraron los 40 años de su partida hacia la Casa del Padre en una iglesia de la Villa 31, como se llama ahora el lugar de sus misiones. La gran sorpresa la dio el flamante cardenal y arzobispo de Buenos Aires, monseñor Mario Poli, cuando afirmó ante todos que “el homicidio del padre Mugica fue un verdadero martirio”. Y agregó: “Mártir de veras por la causa de los pobres”.

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