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Crónica concierto

Orquesta de Jerusalén: Virtuosismo en clave sinfónico

La Orquesta Sinfónica de Jerusalén, en el marco de la temporada de abono del teatro El Círculo, fue ovacionada este jueves en una actuación de alto nivel musical bajo la dirección del maestro Yeruham Scharovsky y con el joven prodigio Itamar Zorman como violinista invitado

“Cuando era pequeño y tenía 7 años vine a Rosario", dijo el maestro Yeruham Scharovsky.

En la continuidad de la temporada de abono del teatro El Círculo, este jueves por la noche se realizó en la sala principal del máximo coliseo local, un concierto que, seguramente, perdurará en la memoria de los cientos de espectadores que pudieron escuchar en vivo a la Orquesta Sinfónica de Jerusalén, una de las principales formaciones de Israel y de las instituciones culturales más célebres de su capital.

El concierto, bajo la dirección del maestro Yeruham Scharovsky, abordó un repertorio majestuoso que permitió el lucimiento de una formación integrada por más de setenta músicos de prestigio internacional dando inicio a la velada con Danza Hora (extraído del poema sinfónico Emek compuesto por Mark Lavry), misma obra elegida por el ensamble para iniciar el concierto del pasado miércoles en el Teatro Coliseo de Buenos Aires.

La pieza pareció ser apenas una bienvenida a una gala que comenzó a tomar cuerpo y sustancia con el Concierto para violín en mi menor Op. 64 de Felix Mendelssohn, la última gran obra orquestal de este músico que por su estructura permite y se configura como uno de los conciertos para violín más populares de todos los tiempos.

El elegido para acentuar esta característica de la obra fue Itamar Zorman, un joven violinista israelí invitado por la orquesta para esta gira mundial quien, sin partituras y con una gran cuota de sensibilidad y virtuosismo –dos características no siempre habituales en los músicos de su nivel–, tuvo a su cargo la interpretación de una de las obras cumbres del compositor alemán. Emocionó en sus tres movimientos y en el diálogo atento con una orquesta que elevó el espíritu y se fue al entreacto ovacionada sin antes permitirle a su invitado un último lucimiento que el joven aprovechó, a modo de bis, con una interpretación solista de “Jerusalén de Oro” de Naomi Shemer, casi un segundo himno de Israel.

El maestro Scharovsky inició su educación musical en su Argentina natal. “Cuando era pequeño y tenía 7 años vine a Rosario. Estando en esta ciudad mi tío me trajo a conocer este teatro que me sorprendió. En aquel momento yo le pedí que compráramos una entrada para escuchar un concierto pero no podíamos. Valió la pena esperar 53 años para volver hoy aquí”, dijo el director de la Orquesta Sinfónica de Jerusalén quien, antes de radicarse en el exterior estudió flauta, contrabajo, composición y dirección con profesores del Conservatorio Nacional de Música de Buenos Aires y del Teatro Colón.

El relato del director fue la introducción a la Sinfonía Nº 7 de Antonin Dvorak, el momento emotivo que faltaba a una velada que ya tenía todos los ingredientes para ser histórica y que, cerca de las 21.30, comenzó a transitar su último capítulo. Muchos críticos de la obra estrenada en 1885 por el propio compositor refieren que la Sinfonía N° 7 explora una “emoción turbulenta”. Más allá de las interpretaciones, lo cierto es que, dividida en cuatro actos, cada sección engrandeció el trabajo realizado hasta ese momento por una orquesta compacta y metódica con violonchelos y clarinetes, flautas, trombones y trompetas, una percusión muy activa por el ritmo, y los violines que dialogaron en base a una sinfonía romántica.

Ya hacia el final, impedido de retirarse del escenario por la ovación del público, Scharovsky anunció un bis inesperado “de un músico argentino”, dijo en honor a los presentes, antes de dirigir una singular versión de “Taquito Militar” del pianista y compositor Mariano Mores que la Orquesta de Jerusalén asumió con una búsqueda musical personal apropiándose de la clásica milonga para resignificarla en un juego incesante de miradas y ritmos que se abrió, incluso, a la música klezmer, repleta de colores y nuevos movimientos que marcó el cierre soñado para los amantes del género en la ciudad.

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