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Nuestra herencia inmortal

Por Rodrigo Joaquín del Pino


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Podemos observar que por lo general ponemos en duda a la verdad, el reino de la conciencia inmortal más allá de los cuerpos cambiantes, así que podemos preguntarnos… ¿por qué no ponemos en duda a la muerte, justamente por ser aquello que no pertenece al mundo de la armonía? ¿Quién es el que pone en duda a la partícula de amor en su carácter de eternidad? ¿Quién es el que piensa y ve la muerte, y en su propio temor la hace parte de su realidad? ¿Por qué es que creemos todos que la vida trata solamente de ese espacio y tiempo en que dura un cuerpo? ¿Por qué la mayoría de la gente llama “vida” a los indudables pocos años dentro de un vehículo corporal? ¿Quién se atrincheró desde tiempo inmemorial en el núcleo de nuestra conciencia e hizo que nuestra identidad pareciera finita y temporal, afectando incluso así todo nuestro sistema de pensamiento? ¿Cómo hemos pasado imperceptiblemente de la visión espiritual del hombre inocente y sabio, a la visión conflictiva y calculadora de creernos cuerpos en estado de extinción?

Quizá nos podríamos preguntar: no si existe la vida después de la muerte sino, más bien, si existe la muerte. Esto sería poner en duda efectivamente y antes que nada la más básica y conflictiva percepción que poseemos. De esta manera, dejaríamos de asentar inconscientemente la idea de que la vida se determina por la existencia corporal: pensar que debido a que poseemos un cuerpo tenemos vida, y predeterminar asimismo que es el cuerpo la vida. Esto es, sin duda, una actitud precipitada que delata un interés escondido de negación al amor. Aquí tenemos la relación psíquica oculta: si creo ser un cuerpo mi anclaje está en el miedo, si creo ser la conciencia inmortal mi anclaje está en el amor. El mutante cuerpo que poseemos no es debido a la gracia divina sino que es el símbolo de su olvido, una mera proyección de la mente que prueba su soñar. Así que esta actitud de tomar como real lo cambiante y efímero lo imperecedero, prevaleciente en el inconsciente humano, bien podría ser revisada por todo estudiante de la conciencia.

Los cuerpos como ropajes

El Bhagavad Gita como clásico de la India declara ya en sus primeras instrucciones, destinadas a liberar la confusión de Arjuna antes de pelear en una de las mayores guerras de la historia, lo siguiente: dehino asmin yata dehe kaumaran yauvanan jara… “Así como en este cuerpo la persona pasa continuamente de la niñez a la juventud y luego a la vejez, de la misma manera el alma pasa a otro cuerpo en el momento de la muerte, la persona establecida en el conocimiento no es confundida por tal cambio”.

Podemos notar aquí que la vida no tiene que ver con las funciones corporales, sino con la manera liberada de pensar que tiene un hombre, quien no está aprisionado en su mente por el hecho de tener un cuerpo que se termina. Su concentración constante en la verdad trascendente lo vuelve indiferente a los efectos ilusorios de los fenómenos cambiantes que los cuerpos manifiestan. Cuando un hombre no sabe acerca de su destino después de su muerte, quiere decir que todavía su mente no ha despertado a la vida, no ha encontrado el significado profundo de existir, y por lo tanto el sueño corporal de nacer y morir continúa. La vida no trata sobre síntomas corporales o el respirar del cuerpo, sino sobre el despertar de la mente a un amor trascendente que enloquece al alma por su dulzura e impregna su mirada, a tal punto que ya no confunde la percepción ilusoria del cuerpo con la vida, incluso habitando todavía en un cuerpo físico.

Krsna luego le dirá a Arjuna en el verso 22: vashansi shirnani yata vihaya… “Así como un hombre se pone ropa nueva y desecha la vieja, así mismo el alma acepta nuevos cuerpos materiales desechando los viejos e inservibles”.

Este verso se refiere a la muerte como la prescindencia de un ropaje, un traje que usamos durante un tiempo pero que nada tiene que ver con nuestra identidad real. La vida continúa después de la muerte justamente porque la muerte no es muerte sino un cambio de ropas, un final aparente, un hecho que le representa al alma dormida una nueva oportunidad de liberarse y despertar a su realidad inmortal.

Sometidos por una idea

El ego o identidad corporal te “deja vivir” dentro del cuerpo mientras creas en su aliado, la idea de muerte o final. El ego se alimenta del miedo que produce la creencia en la muerte física. Todo cuidado está basado en aminorar la influencia del tiempo: “Que mi hijo no muera, que yo no enferme ni me vuelva viejo, que yo pueda tener dinero para no sufrir escasez”. Con estos pensamientos preocupantes cuidamos la creencia literal en la muerte, desde la inconsciencia. Somos protectores de lo que no expresamos o investigamos, así que en verdad conservamos intencionalmente la idea muerte para poder justificar un pensar separado del amor.

Una mirada más objetiva nos demuestra que la muerte es sólo un pensamiento durante la vida, y que se sufre más por ella misma mientras no sucede que cuando ocurre de hecho el cambio corporal. El temor a morir se camufla en la conciencia y surge en lo cotidiano como el temor a perder. Los hombres permanecen sin liberar sus mentes y la muerte física sería una mera formalidad para justificar su intención oculta de no despertar del sueño corporal de nacer, enfermar, envejecer y morir. Cuando nos identificamos con un cuerpo la mente permanece a la defensiva.

Hacia la inmortalidad

Como producto de su intento de sentirse separada o alejada del amor, el alma que sueña toma cuerpos variados en diversos ambientes para probar los sabores de conciencia dentro de los dramas cósmicos. Todos los seres dentro del universo están apegados a un sabor de conciencia específico, el cual justifica como único, mejor o más digno por medio de sus ideas y opiniones. Sin importar la condición de los demás, la persona que despertó de su idea de muerte al amor inmortal no critica según los niveles o estadios mentales de sus congéneres, sino que siempre los recuerda internamente como inocentes y como espejos de su propia conciencia. Este estadio ya no percibe los roles corporales dentro del dramático universo ilusorio sino que está perpetuamente unido al reino de la conciencia. Y como el amor no puede ver la muerte, los sabios emprenden sus días con el único propósito de salir del espeso bosque de la ilusión y adentrarse hacia al claro mundo del amor. Ahora si todo es diferente, cada día, una jornada para celebrar la vida: el ser amado e inmortal que eres… por siempre.

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