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No somos Suiza

Por Carlos Alberto Duclos.- La frase que sirve de título a esta nota no me pertenece. Se la robé al gobernador de la provincia, Antonio Bonfatti. Y, dejando de lado la mordacidad, comparto plenamente esta idea, que está en sintonía con el sentimiento de la mayoría de los ciudadanos.


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La frase que sirve de título a esta nota no me pertenece. Se la robé al gobernador de la provincia, Antonio Bonfatti. Sí, así como suena, se la robé al gobernador, quien, si mal no recuerdo, la expresó en un excelente reportaje que le hizo el colega Sergio Roullier en Canal 3, recientemente. Confío en que ningún policía me detendrá, ni ningún juez me condenará por haberle robado esta expresión al gobernador, puesto que si la delincuencia le ha robado la paz a los ciudadanos y no pasa nada, gracias a la corriente “filosófica” – jurídica abolicionista que campea por nuestro país, robar una frase para ponerla de título en una columna de opinión no creo que sea significativo.

Pero dejando de lado la mordacidad, quiero decir que comparto plenamente el pensamiento de Antonio Bonfatti. El gobernador, en el programa en cuestión, dijo algo así como que tal como están las cosas, no es el momento de reducir las penas, “no somos Suiza”. Comparto plenamente esta idea, que está en sintonía con el sentimiento de la mayoría de los ciudadanos. Y esto se dijo en el marco de un debate que se da hoy en nuestro país: ¿hay que apoyar o rechazar la reforma del Código Penal que ha pergeñado la comisión integrada por Eugenio Zaffaroni, Federico Pinedo, León Arslanian y María Elena Barbagelata?

“Garantismo criollo”

Todos conocemos, en más o en menos, el pensamiento de Zaffaroni y de Arslanian en materia de penas. Un poco más escondido, para la opinión pública, está el de Pinedo y el de Barbagelata. Hay quienes piensan que la reforma tal como está planteada (y entre ellos me incluyo) fomenta no ya el garantismo, sino el “garantismo criollo”, que es abolicionismo de la pena. Un abolicionismo tan aplicado en nuestros días por jueces “progresistas” (entre comillas), que tal vez (y sólo tal vez y creo que soy magnánimo) serían excelentes magistrados en Finlandia, Noruega o Suiza, pero no en la Argentina actual, no en la Argentina en la que la realidad, la cultura y su idiosincrasia, no tienen nada que ver con aquellos países. Por eso bien ha dicho el gobernador Bonfatti: “No somos Suiza”, una frase que para muchos ha pasado inadvertida, pero que es determinante a la hora de abordar la lucha contra el delito en serio.

No somos Suiza, porque la delincuencia le ha declarado la guerra a los ciudadanos honestos. Y no sólo que le ha declarado la guerra, sino que ha entrado en acciones hace bastante tiempo, sin que el Estado, en todos sus niveles, saliera adecuadamente en defensa de una sociedad agobiada y entristecida por semejante embate y subsecuente desprotección.

Es cierto que más penas no solucionarán el problema de fondo, pero no es menos cierto que sin penas, sin la aplicación de estricta justicia (dar a cada uno lo que le corresponde según sus actos) este problema, el de la delincuencia, se agudizará gracias a la catarata de impunidad.

¿Cómo y de qué manera puede mitigarse, atenuarse, el efecto de la delincuencia?:

a) Combatiendo seriamente la pobreza, no con subsidios eventuales (como es histórico), sino con medidas de fondo, tales como la instauración de políticas de Estado para el pleno y digno empleo, y acceso posible y cierto para todos de aquellos derechos que le son menester al ser humano.

b) Implementación de muchos programas educativos y sucesos culturales, porque una mente opaca no podrá ver jamás las bondades de la virtud y de la paz.

“Robá que no pasa nada”

Pero en una sociedad corrompida en parte por una cultura no del trabajo, sino por la del “robá que no pasa nada”, es un disparate absoluto pensar, siquiera, en reducir penas para quien delinque, para quien pone en riesgo no sólo la vida biológica del ser humano, sino su vida en todo su espectro; porque la vida no es sólo el latido del corazón, sino todo aquello que se desprende de la presencia de los signos vitales: vida psicológica, espiritual, material, familiar, social, intelectual, laboral, etcétera. Es decir, la vida no es sólo el respirar y permanecer, sino, fundamentalmente, todo aquello que la persona puede edificar a partir de ello. Cuando un mal sujeto arrebata la cartera de una anciana y la derriba, por ejemplo, le provoca un impacto no sólo físico, sino emocional muy grande. El trauma psicológico puede ser enorme. Y este es un mero ejemplo de “vidas atacadas y heridas”, como la de ese jubilado que, lamentablemente, murió infartado cuando los delincuentes ingresaron a su vivienda. Y es un disparate absoluto, como decía, atenuar penas, porque en un contexto como el que se da en nuestro país, ello es fomentar la impunidad (no somos Suiza).

Paradójicamente (o no tanto, porque los liberales de izquierda y de derecha “criollos”, como la historia lo indica, suelen encontrarse cada tanto en un punto) Pinedo, del PRO, ha salido a decir que se “reducen 111 y se aumentan 150”. Como lo he sostenido en otra opinión, sería bueno que el legislador macrista explicara la naturaleza de los delitos en los que se redujeron penas y se la compare con aquellos en los que se aumentaron, porque las cifras por sí mismas constituyen un mero sofisma. Si a un estafador le darán de mínima cuatro meses de prisión (en lugar de un mes), pero por otro lado se establece una pena máxima de 30 años y se disuelve la prisión perpetua para un triple homicida y se eliminan los conceptos de reincidencia y peligrosidad, pues muchachos…

Pero en el combate contra el delito juegan otros factores, entre ellos jueces, fiscales y policías. No hay espacio en estas circunstancias para que “abogados defensores” o filósofos utópicos devenidos magistrados y funcionarios, menoscaben con sus acciones las garantías de los ciudadanos honestos. No hay espacio para los policías corruptos y tampoco hay espacio para que los buenos policías, si actúan como corresponde, sean pasibles de sanciones (como ocurre). Por eso hay una buena policía que, harta, es indolente. No será la última vez, lamentablemente, que se escuche esta frase: “pero para qué vas actuar contra estos tipos (delincuentes) si después lo castigan a uno”. En un tiempo, cuando yo era corresponsal en Tribunales, era frecuente escuchar que algunos malvivientes se autoflagelaban y denunciaban a la policía por apremios ilegales (que también los había, por supuesto).

La alergia de algunos dirigentes políticos, jueces, provocada por las fuerzas de seguridad en general (alergia que a veces es una huella psicológica dejada por una triste época vivida en el país) hace borrosa, en oportunidades, la visión de la realidad. Aquí no se trata de defender a determinado sector, sino de defender la vida en toda su magnitud de cada una de las personas que forman la sociedad. Para ello hay que tener sabiduría que en este caso se podría definir como “comprender la necesidad de la circunstancia y actuar conforme lo requiere satisfacer el vacío”. La ilustración, la cátedra, incluso la experiencia no dan por sí mismas sabiduría. Esta es un don concedido por el sentido común, la visión estratégica, el sentido de la ubicuidad y de justicia. Muchos ilustrados a la sabiduría no la han visto ni de lejos. Así estamos en materia de seguridad: disfrazados de guardias suizos.

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