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Neoliberalismo en Argentina: Sísifo y la piedra cuesta arriba de Cambiemos

En la mitología griega, Sísifo, rey de Éfira, se hizo célebre por el castigo al que lo condenaron los dioses: empujar cuesta arriba por una montaña una pesada piedra que, al llegar a la cima, volvía a rodar cuesta abajo, obligando a Sísifo a repetir indefinidamente el inútil esfuerzo


Diego Mauro / Especial para El Ciudadano

En la mitología griega, Sísifo, rey de Éfira, se hizo célebre por el castigo al que lo condenaron los dioses: empujar cuesta arriba por una montaña una pesada piedra que, al llegar a la cima, volvía a rodar cuesta abajo, obligando a Sísifo a repetir indefinidamente el inútil esfuerzo. El gobierno de Cambiemos recuerda el castigo de Sísifo. Una vez más, un ciclo neoliberal devasta la economía argentina al punto de sumergirla en una crisis feroz con gravísimas consecuencias materiales y humanas. El escritor francés Albert Camus consideraba que el mito de Sísifo era una buena metáfora del trasfondo absurdo de la vida, desprovista de sentido más allá del que cada uno pudiera darle. Tuviera o no razón Camus, el gobierno de Cambiemos encarna a la perfección el absurdo de la historia económica argentina reciente.

Una pesada herencia

Lo predicho y anunciado por diferentes economistas, analistas políticos e historiadores desde antes de la llegada al poder de Mauricio Macri finalmente ocurrió, y más temprano que tarde. Pocas crisis fueran predichas con tanta claridad y antelación, incluso por economistas ortodoxos cercanos al gobierno, al menos desde mediados de 2018, cuando el país se volvió totalmente dependiente de la inyección de dólares del FMI. El “mejor equipo de los últimos cincuenta años” compite a esta altura  por convertirse en el “peor gobierno” desde la última dictadura militar, con la que se abrió el ciclo de devastación de la estructura productiva y de avance del neoliberalismo en el país.

En el caso de Cambiemos, entre sus logros más excepcionales sobresale el de llegar a defaultear su propia deuda, contraída de manera frenética desde 2016.  Si se considera además el punto de partida, una economía con algunas tensiones derivadas de la denominada “restricción externa”  pero ordenada, en relativo crecimiento y con un bajísimo nivel de endeudamiento, sorprende el nivel de destrucción generado por Cambiemos en solo tres años y medio. Ningún gobierno antes del actual había recibido desde el retorno a la democracia una herencia tan liviana y una economía con indicadores tan positivos.  Hoy, por el contrario, el gobierno deja, como los dioses a Sísifo, una piedra de dimensiones colosales que será muy difícil mover cuesta arriba. Ahora sí, una pesada herencia.

El neoliberalismo destruye

En muchos planos, los indicadores de la economía argentina se asemejan a los de un país en guerra o sometido a catástrofes naturales de enorme gravedad. No es necesario repasarlos detalladamente, los padecemos cotidianamente: una inflación desbocada al punto que el término “hiperinflación” volvió a ser mencionado por diferentes analistas como un horizonte posible, un nivel de endeudamiento que oscila en torno al 100 por ciento del PBI, totalmente impagable, un nivel de pobreza que se acerca al 40%, una industria totalmente paralizada y, como si fuera poco, todo esto sobre el telón de fondo de la una continua fuga de capitales. Se estima que dicha fuga alcanza a 8 de cada 10 dólares del FMI y a prácticamente la totalidad de los capitales especulativos que, tras las desregulaciones aprobadas en 2016, llegaron para obtener abultadas ganancias a través de las diferentes bicicletas financieras propuestas por el gobierno. Queda claro, una vez más, como en tiempos de la dictadura militar de 1976, el menemismo y la Alianza, que los neoliberales gobernando países periféricos como el nuestro son capaces de producir tanta o más destrucción que guerras y cataclismos.

Negocios, incompetencia e ideología

La pregunta del millón es ¿por qué el gobierno no logró evitar, o al menos amortiguar, una crisis tan anunciada y predecible? ¿Cómo fue posible que repitiera una secuencia tan conocida? Una pregunta similar nos hacíamos hace un año atrás en este mismo diario: si todas las luces rojas estaban encendidas a fines de 2017, por qué no se intentó cambiar el rumbo. La respuesta no es sencilla, aunque hay algunas razones evidentes. En primer lugar, cabe subrayar que muchos de los supuestos “errores” fueron, en realidad, objetivos alcanzados de un plan económico que buscó, con éxito, concentrar la riqueza y “bajar el costo argentino”, es decir, licuar la participación de los trabajadores en el PBI. Dicho sin vueltas: empobrecer al grueso de la sociedad argentina. Está claro, por tanto, que esos no fueron efectos no deseados sino, por el contrario, propósitos medulares de la alianza gobernante, más allá de la retórica de campaña centrada en eslóganes sin sustento como “pobreza cero”. En segundo plano, se perfilan también los intereses privados vinculados al endeudamiento público con sus abultadas comisiones que constituyeron, y constituyen, un gran negocio para diversos actores del mundo financiero con poder de lobby o directamente vinculados al gobierno. Esa clase transnacional de Ceos que conforman una nueva élite global con una capacidad de destrucción comparable a la de esos meteoritos que obsesivamente siguen los telescopios de las agencias espaciales. Bien valdría reorientar las lentes hacia los numerosos think tanks neoliberales, una amenaza mucho más real y concreta que las provenientes del espacio. A esto se sumó, durante la gestión de Cambiemos, la implantación desde el mismo Estado de lógicas de saqueo de corto plazo, los famosos “conflictos de intereses” en áreas tan sensibles como las de energía y finanzas, aceleradas durante 2018 y sobre todo en 2019 ante la evidente crisis del proyecto político del gobierno y las dudas crecientes sobre su supervivencia en el tiempo.  Finalmente, en tercer lugar, se cuentan los espejismos típicos de la ideología neoliberal en el país: la ilusión absurda, y sin comprobación alguna, de que la desregulación total de los mercados, la baja de los salarios, el debilitamiento de los sindicatos, el desfinanciamiento de la ciencia, la educación y la tecnología locales como gesto de subordinación geopolítica, y un discurso amigable con los inversores globales generarían automáticamente una copiosa lluvia de inversiones. La letanía que resuena en el fondo es la de siempre: una mirada decadentista según la cual la Argentina agroexportadora de finales del siglo XIX habría vivido en la opulencia hasta que las regulaciones estatales sobre la economía a partir de los años treinta y, sobre todo, los cuarenta habrían iniciado un ciclo de empobrecimiento y decadencia. Los célebres setenta años de peronismo. Una sentencia vergonzosa por su endeblez, que no resiste ni siquiera la suma aritmética de años de las presidencias de ese signo político. Menos aún cualquier análisis serio sobre la evolución de las variables básicas de la economía. Una concatenación de mitos insostenibles empíricamente pero terriblemente dañinos en términos políticos, difundidos hasta el hartazgo en los principales medios de comunicación, creídos además por no pocos funcionarios formados en una ortodoxia neoliberal rudimentaria y totalmente limitada para comprender la complejidad social y política y el espesor histórico de los procesos económicos.  Como señaló Beatriz Sarlo en varias entrevistas el año pasado refiriéndose a las declaraciones optimistas del presidente Macri: el principal problema no es que el presidente mienta al hablar de “lluvia de inversiones”, sino que por el contrario crea semejantes fábulas. Algo que, de manera alarmante, revelaría un total desconocimiento de las dinámicas económicas globales y una peligrosísima ignorancia sobre las características socio-económicas y política del país.

Combinación explosiva

El lamentable pero previsible desenlace de esta nueva aventura neoliberal sugiere que convivieron en el gobierno funcionarios ideológicamente pro-mercado, más o menos incompetentes pero convencidos de los dogmas neoliberales, con otros mucho menos ideologizados, centrados fundamentalmente en la defensa de negocios privados e intereses corporativos financieros y sectoriales, en gran medida de índole trasnacional y totalmente ajenos a la suerte de la sociedad argentina. Una combinación terriblemente explosiva.

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