Ciudad

“Hay alumnos que juegan a la tranza de cocaína”

Por Santiago Baraldi.- Mabel Ríos, referente de Madres en Lucha, describe la cruda realidad de barrios dominados por el narcotráfico.


Mabel Ríos es docente desde hace 15 años en escuelas de zonas marginales de Rosario. Divide sus horas entre las escuelas Gabriela Mistral, de San Lorenzo al 8800, y Nuestra Señora de la Roca, en Camilo Aldao al 2000, y lidera, desde la docencia, a las Madres en Lucha desde 2005.

La entrevista con El Ciudadano es contemporánea con la polémica pública por la decisión de un fiscal nicoleño que ordenó un allanamiento en una cocina de cocaína en Las Flores sin avisar a la policía local ni a las autoridades.

En sus respuestas, Ríos traza una radiografía de la degradación que sufren barrios dominados por el narcotráfico. De hecho, muchos de sus  alumnos exhiben la penetración de la cultura narco en la vida cotidiana de esos barrios: “Ellos juegan a la tranza, envuelven una tiza y dicen que es cocaína de la buena, o a la tiza la trituran y hacen una raya sobre el banco y la aspiran; las nenas te dicen que las botineras ya fueron, ahora están las narqueras, estar de novia con un narco les da estatus”.

—¿Le sorprende que la Justicia de otra provincia haya tenido que actuar ante la desconfianza de las fuerzas locales?

—Esto no es nuevo. En 2005 las madres nos hablaban de una cocina de cocaína en Empalme Graneros, y en aquel momento nadie les creía, la comisaría lo negaba. Estaban preocupadas porque se estaban muriendo sus hijos, hacían la denuncia y no eran escuchadas o se hacían allanamientos pero no encontraban nada, porque se avisan o porque tienen su gente ahí adentro. Pasaron tres años, hasta que en 2008, la Policía Aeroportuaria, que vino desde Buenos Aires sin avisar a la Policía de la provincia, desbarató una cocina en Cullen y La República, que era la que apuntaba la gente del barrio. La gente en el barrio sabe lo que pasa.

—¿Ese fue el comienzo de Madres en Lucha? 

—Claro, nosotras trabajamos la problemática desde lo que es prevención. Primero nos reuníamos en instituciones, incluso Amsafé nos prestaba sus instalaciones, pero las mujeres no se animaban a hablar, no te conocen, o si es gente de otro barrio las mujeres no hablan. Entonces cambiamos y nos comenzamos a reunir en la casa de alguna vecina a tomar mate con otras madres que saben quién vende, dónde, quién pasa a buscar la recaudación en determinado momento… Recuerdo que nos reuníamos en un centro cultural en calle Valparaíso al 3800, y a dos cuadras había un kiosco de drogas. Ese lugar fue allanado cuatro o cinco veces y siempre volvía a funcionar a los pocos días. Es decir que no hay un control para que eso se corte. Nosotras sabemos que esos lugares cuentan con soldaditos que rodean un perímetro del lugar y ante la presencia de algún extraño, dan aviso.

—¿Qué asistencia del Estado tiene un chico adicto?

—Me ocurre a diario: mamás de chicos de mis escuelas, que se acercan preocupadas porque su hijo consume y no sabe qué hacer, a dónde ir. Contamos con la ayuda de la Asociación Nazareth, que gestiona becas ante la Nación para internar a un chico, por ejemplo.

—¿Y desde la docencia qué se puede hacer?

—En mi caso fue una elección trabajar en escuelas urbano marginales. Hace 15 años, después de terminar el profesorado, hice una especialidad para educación de niños en riesgo social, donde entre otras cosas se estudia psicología, conductas antisociales y además hice cursos en (el instituto) Vínculos por el tema adicciones, donde, además, su director Horacio Tabares nos da un mano muy grande en asesoramiento en salud mental y adicciones. La escuela no puede ser ajena a lo que ocurre a su alrededor. Los chicos saben y cuentan, nosotros convivimos con chicos cuyos padres están en el negocio. Entonces, desde la docencia tenemos un desafío tremendo en trabajar sobre ellos el tema de la autoestima, de la valorización. El tema del destino para ellos es crucial. Creen que están marcados, que no van a poder cambiar nada y desde la escuela lo que les decimos es que depende de ellos, que sí pueden modificar ese destino. Les hablo y les digo que también yo vengo de una familia muy humilde, que tuve privaciones de chica, pero que con esfuerzo salí adelante y que ellos también pueden.

—¿De qué cosas hablan los chicos en el aula?

—Hay una realidad y hasta ellos juegan a la tranza: hacen con la tiza una línea y la aspiran… o arman un paquetito con la tiza, como diciendo esta es merca de la buena… Y lo toman como un juego, como algo natural, algo ya incorporado que se vive en el barrio. Las nenas mismas dicen que las botineras ya fueron, que hay que ser narqueras, tener un novio narco porque tiene plata.

—A veces se niega o minimiza que en Rosario haya paco…

—En Rosario hay cada vez más cocinas y donde hay cocina hay paco. Nos juntamos con madres de La Tablada, de Las Flores, o de la zona norte y te cuentan que están vendiendo paco en tal lugar. Si bien no es masivo como en Buenos Aires, ahora hay cocinas por todas partes y esa cocaína marrón que me describió un alumno no es otra cosa que el paco. Es una problemática donde hacemos un trabajo de hormiga, apuntando a lo preventivo. Hay que trabajar también sobre las madres que cargan con el estigma de que su chico se droga, es difícil para una mamá asumir que su hijo es adicto: se pregunta en qué me equivoqué, se siente culpable, qué hice mal, y la misma sociedad la señala como culpable. Y después están las mamás coadictas, las que les dan la plata al chico para que compre la droga porque está tranquilo. Entonces, para que no haga lío, para que no salga a robar, le da plata. Están las otras mamás que dicen: “Ojalá caiga preso y se haga cargo la justicia”. Nos pasó de acompañar a una mamá a un juzgado. Fuimos ocho mujeres y nos quedamos ahí hasta que el juez nos atendió.

—¿Se sienten solas en la pelea?

—Y, sí. Nos ha pasado con un chico que caminaba por las paredes y lo llevamos a la guardia del Hospital Carrasco, por ejemplo, donde estuvimos cuatro horas, le dieron una pastilla sublingual para calmarlo y lo mandaron a la casa. Cuando se le pasó el efecto quería matar a medio mundo, tuvimos que llamar al subsecretario de Salud y éste llamó al Carrasco para que lo atendieran. Igual hay gente comprometida en las instituciones, también hay policías que trabajan de buena fe.

—Usted impulsó la idea de armar una red de madres que hacen prevención, ¿se pudo lograr?

—Estamos hablando mucho con las madres, que sepan transmitirles a los chicos cuáles son los límites, saber decir que “no” con autoridad, demostrarle que valen para nosotras. No hay instituciones públicas en nuestra ciudad para atender esta problemática. Es más: hay madres que te dicen: “estoy esperando que mi hijo caiga preso para que lo lleven a un centro de rehabilitación”, están esperando que se judicialice el caso de su hijo para que reciba atención. En los centros de salud no dan abasto, y si pedís un número a un psicólogo te atiende dentro de un mes. El pibe que está en riesgo no va a ir a un consultorio a decirle al médico “me estoy por drogar” o “voy a entrar a las adicciones”. Por eso queremos fortalecer las instituciones del barrio, para que los chicos estén haciendo algo, que haya espacios para que pueden hacer deporte, por ejemplo, que los chicos estén contenidos.

—Por su experiencia, ¿cuándo cree que la droga irrumpió en las villas de la ciudad?

—La droga aparece fuerte después de la crisis de 2001, cuando terminó el uno a uno. Dejamos de ser un país de paso para convertirnos en productores de droga. Traen la pasta base de otro lado para vender desde aquí. Se venden sus desechos, y ahí aparece el paco. Antes, los problemas en la villa eran los temas de la violencia, los valores, la educación sexual, la promiscuidad; pero la gente era trabajadora. Después de la crisis se perdió el valor del trabajo. Yo iba a trabajar en mi bicicleta, me metía y todos me conocían; se respetaba el trabajo que hacía allí, era valorada. Ahora el chico que está en la esquina está dado vuelta y no duda en darte un palo en la cabeza para robarte, porque si ya no reconocen a su madre, ¿por qué me van a reconocer a mí?

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