Espectáculos

Entrevista a Pablo Jubany

“Necesito escribir una canción para que exista algo que no existe”

Con dos discos editados y un largo recorrido por la escena local, el artista cuyo camino estético se enmarca en lo que dio a conocer como glamrock o pop de cámara, contó parte de su vida, sus gustos, referentes y proyectos


Fotos: Alejandro Guerrero

Fue mientras Sara se daba cuenta que en el laberinto que lleva al castillo de los Goblins nada es lo que parece que Pablo comenzó a trazar, sin saberlo, su futuro artístico. Escuchando los acordes de “Magic Dance” ese ser de alto peinado blanco, calzas ajustadas y tés pálida se introdujo en su vida para siempre.

Hoy Pablo Jubany es un artista de gran presencia en la escena local. Tiene a la fecha dos discos editados,  La Espera y El Futuro, y un número importante de presentaciones,  la verdadera razón por la cual se dedica a la música.

Ese joven que a los 8 años descubrió a David Bowie en pantalla grande, su principal referente, fue el mismo que supo acercarle el rock y el pop a su padre, el autor de tangos y gestor cultural Miguel Jubany. De hecho, Jubany padre jamás imagino que ese pequeño que llevó a ver Laberinto y al que después tuvo que grabarle el film en VHS para que lo vuelva a ver una y otra vez y que hoy conserva casi como un tesoro,  se iba a convertir en un músico de rock de trajes negros ajustados y el pelo de colores.

Pablo es un extraño en la música local, pasea por las distintas escenas sin terminar de formar parte de ninguna: es versátil, instruido, autoexigente. Lleva sus manos a la cabeza, se acomoda el pelo, piensa y empieza las frases con palabras difíciles. Su primera influencia es su papá. “Es letrista de tango”, dice sobre el reconocido poeta, dramaturgo y ensayista santafesino.

“Mi padre es un punto de inicio, en tanto lo heredado; interesante porque él no es músico pero sí está vinculado a ese oficio y me transmitió el gusto pero desde un lugar un tanto obtuso. Me generó el interés por la música que conservo hasta el día de hoy con una mirada un poco más amplia de la cuestión, más ligada a lo conceptual si se quiere”, explicó Pablo, y  continúo desandando ese árbol genealógico que incluye a su tío, el canto lirico y el piano, el instrumento elegido. “Todo eso conforma cierta cosmogonía”, dice  sonriente. Y reconoce: “Lo interesante es que nunca nadie de ninguna parte de mi familia escuchó jamás rock and roll. Al rock lo tuve que descubrir por mi cuenta”.

El primer quiebre

Así como en Laberinto Sara, en esa incansable travesía por encontrar a su pequeño hermano fue haciendo amigos y descubriendo nuevas formas de ver las cosas que en apariencia eran iguales, Pablo encontró en el rock un lugar para habitar. Él es hijo único del matrimonio de sus padres. “Si hubiera tenido hermanos más grandes viviendo conmigo, quizá otra sería la historia”, confiesa.

“A finales de los 80, el rock era hegemónico. En los 90 fue el primer momento de crisis de una hegemonía que el rock venía sosteniendo desde finales de los 70, o desde la vuelta de la democracia en el país. Y se encuentra con la cumbia. Aparece el menemismo, se genera una suerte de crisis en nuestro país. Después el rock va a entrar en crisis en todos lados. Pero en ese momento todavía gozaba de la suficiente buena salud como para que a mí me entrara por un lado que no tiene nada que ver con mi casa”, rememoró.

“Por una cuestión de militancia cultural, mi papá veía al rock como el enemigo”, sentenció. “Habiendo crecido escuchando esa idea, un poco la he incorporado. La idea es que el rock jugaba con cierta ventaja del aparato de difusión del imperio, más allá de que no sea necesariamente imperialista. Al rock lo descubro a través de Bowie a finales de los años 80, en el Cine Palace, cuando fui a ver Laberinto. Después, por el hermano mayor de un compañero de escuela me enteré que ese tipo era un músico de rock”, dijo el músico.

Corría 1989 cuando el rock entró a su vida. “Con el tiempo me puse a pensar que si en vez de haber dado con Bowie hubiese dado con Phil Collins otra hubiese sido la historia. Pero después me di cuenta también que ahí había un punto de atracción real, con él había una cosa como intelectualizada, como rebelde en algunos planteos estéticos. Me daba algo por un lado estimulante y por el otro peligroso. El resto es historia, porque me dediqué toda la década del 90, con los ahorros, los pesitos que me daban para comprarme algo en el club, a comprarme la discografía de Bowie. Así arrancó todo”.

El piano

Jubany tenía 10 años cuando le regalaron su primer órgano eléctrico. “La música es un lenguaje en sí mismo. Siendo niño, otros lenguajes artísticos permiten abrir la puerta, permiten tratar de imitarlos. Mientras que sin tener idea de música hay como una cosa completamente vedada. Sin ponerlo por encima de otras disciplinas artísticas, simplemente hay un primer umbral que es un misterio. No fue hasta que me compraron un instrumento que empecé a estudiar. Estudié formalmente durante unos diez años hasta que me di cuenta que me gustaba otro tipo de música”, evaluó.

Fue así que Pablo abandonó lo formal y empezó a escuchar bandas que llevaban con ellas las influencias de Bowie. “Todo lo que había aprendido en esos años no me daba ninguna herramienta para hacer eso. Dije: «Tengo que dejar de estudiar». Me gustaba el pop efervescente y la formación de la facultad de música iba muy para el otro lado”.

La investigación que siguió fue más interna. Pablo necesitaba saber qué le producía esa “calentura” cuando escuchaba esa música que le gustaba tanto. “Una magia que no sabía cómo abordar”, dijo y es esa misma que le gusta reconocer también cuando escucha sus propios discos. “Ahí empecé a transitar en los derroteros del pop”, recordó.

“Recién una década después pude relajarme con los dos aspectos en los que me había formado y empezar a hacer fusiones. Llegue a una síntesis que me parece bastante piola. Descubrí que se pueden hacer músicas más complejas pero sin perder el espíritu pop a través de artistas como The Divine Comedy, por ejemplo”, dijo. Y explicó: “El barroquismo y la complejidad es algo que me gustó siempre pero no encontraba cómo hacerlo. Me pasó de poder unir, a mi criterio, lo mejor de dos mundos”.

Compañeros de ruta

“Durante los 90 me costaba concebir un  proyecto grupal, probablemente no por tener muy claro lo que quería sino por lo contrario. No fue hasta más tarde que conocí gente que conocía las mismas cosas que yo”, dijo el músico.

“Primero fue con músicos adolescentes como yo que hoy en día son de mis mejores amigos. Y algunos tocan conmigo al día de hoy. Pero en ese momento no conocían lo que yo conocía y viceversa. Yo no tenía idea de la obra de (Charly) García, de Fito Páez, sabía quiénes eran pero no conocía en profundidad su obra. Nunca me embebí de ellos, me llegaron en un momento de mi vida donde ya era demasiado tarde”, confesó.

A los 18 años Pablo encontró con quién tocar. “Di con un grupo que con los años íbamos a conformar algo parecido a una escena de la que yo nunca terminé de sentirme parte pero me parece que si tuviera una escena mía sería esa. Es lo que se generó a fines del 2000 en Casa Encantada. Tenía que ver con lo que llaman ahora el indie, que tiene que ver con la electrónica, con algo más experimental”, recordó. Y apuntó: “A partir de ahí viene Planeta X y todo lo que se desprende, un colectivo del cual nunca formé parte como miembro pero que ha sido una familia que me ha contenido”.

—¿Cómo llegaste a la edición de tu primer disco?

—Tenía una colección de canciones escritas que decidí poner en suspenso. Porque ese primer disco que tenía tan demorado, tan dilatado, que íbamos a tener que hacer, iba a necesitar otro material que no era el que teníamos. Así fue que los temas que componen El Futuro fueron puestos en pausa y me puse a escribir La Espera. Pensé que necesitábamos una obra que apunte menos a la temática del rock and roll, a cierta pretendida arrogancia, al efecto que genera la música pop que es un efecto mucho más inmediato. Lo dejamos en suspenso.  Y me puse a escribir una obra más seria, más reflexiva, más empática. Y así fue que hice esas ocho canciones.

—¿Qué buscas a la hora de componer?

—Hago las cosas en función de mi propia satisfacción pero pensando hacía afuera. No en los demás, pero especulando que eso no se vaya por la tangente de la propia expresión, no hacer algo que a mí como escucha no me satisfaga. Yo no necesito expresarme. No necesito escribir una canción para decir lo que pienso. Necesito escribir una canción para que exista algo que no existe, algo que me guste tanto o más que las cosas que me gustan. En ese plan fue escrita La Espera. Escribo canciones en relación a un repertorio que pueda ser un disco. Raramente me pongo a escribir porque sí. Padezco mucho los procesos compositivos porque me propongo no ser para nada autoindulgente. Necesito que la obra terminada me genere la misma calentura que la obra de otro que me gusta. Esa es la regla.

—¿Qué es entonces lo que te da satisfacción?

—La letrística es algo que padezco más que lo otro. Grabar, también demanda mucha concentración. Lo que me gusta es tocar. Entonces todo lo demás tiene que estar muy asegurado para que cuando salga al escenario no tenga que pensar más. En el escenario hay un trabajo pero me puedo bajar de un taxi y me dicen «tenés que salir» y ya estoy. Es lo que me sale natural; ahí está mi lugar. Pero creo que por una cuestión de dignidad necesito hacer todo lo otro.

—¿Cuándo sale tu próximo disco?

—Me pasa que ya tengo ganas de ir para otro lado. A lo largo de la vida siempre tuve ese esquema de ir haciendo cosas distintas. Elegí este tipo de estética musical, esto que llamo yo glamrock o pop de cámara, esta mezcla que hice me parecía que era una buena carta de presentación para lo que yo esperaba sea una carrera lo más ecléctica posible. Ahora estoy sintiendo el deseo genuino de pasar a esa otra instancia. Sin embargo, terminé planteándome que no estaría nada mal cerrar una trilogía en la cual los conceptos musicales, incluso temáticos que están vertidos en estos dos discos, se pueden hacer todavía mejor; mas abigarrados, más sintéticos. El próximo va a ser un disco que sintetice ambos trabajos anteriores, pero a su vez hacerlo todavía más contundente. No creo que salga antes de principios del 2020.

—¿Cómo vez desde la escena local lo que está pasando con el movimiento feminista?

—Lo más interesante que está pasando en el mundo es eso. No hay un ejercicio de futuridad más interesante que el que se está dando con el movimiento feminista. Porque estamos hablando de la posibilidad de un escenario distinto real. La historia contemporánea cambia  permanentemente pero siempre hay momentos de estancamiento. Estamos viviendo, en cuestiones socioeconómicas, uno de esos periodos de estancamiento que está siendo puesto en jaque por la única idea de futuridad fértil que es ésta. No imagino como eso va a modificar, espero, el mapa de la escena rosarina de rock.

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