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Mundial 78: recuerdos del horror en primera persona

El ex concejal Juan José Vitiello fue preso político en la última dictadura militar

“¿Qué festejan estos hijos de puta?”. El que habla es Juan José Vitiello, militante peronista, ex concejal de Rosario en dos períodos (1987-1992), primero por el justicialismo y después por el frente de partidos llamado Honestidad, Trabajo y Eficiencia. Y el insulto tiene una historia. O mejor, otra historia del Mundial 78 en Rosario, donde Argentina jugó tres partidos.

Es que cuatro décadas atrás Vitiello, el martes 13 de junio de 1978, era liberado de su cautiverio y un día después la selección nacional de fútbol jugaba su primer partido en Rosario, contra Polonia, a la que derrotaría 2 a 0.

“En febrero del 75 una banda de la Triple A me secuestra y aparezco detenido en Villa Devoto, más tarde me trasladan a Resistencia, Chaco, y finalmente a Coronda. Fueron tres años y cuatro meses preso, y ocho meses de libertad vigilada, un invento de la dictadura por el cual día por medio debía ir a firmar una libretita al Servicio de Informaciones de la Jefatura de Policía de Rosario. En mi caso, la libreta me la firmaba el torturador José Rubén «El Ciego» Lo Fiego”, vomita Vitiello.

Y no para: “En el 75 ya no había democracia, lo que había era gobierno constitucional pero dirigido por los servicios de seguridad, por los rufianes, por ladrones; igual ese contexto institucional me salvó la vida, pero democracia es otra cosa. Recuerdo que cuando me liberan me traen de Coronda cuatros matones que se divertían disparando a los carteles de ruta. Pero lo que más impactó fue una canción que sonaba en la radio. Mi sorpresa y estupor fue escuchar del locutor que el tema se llamaba «Pólvora Mojada» de un tal Pablo Abraira; parecía todo preparado, una tortura más”.

—Lo liberan un martes 13 y al otro día la Selección juega en Rosario. ¿Qué pasó por su cabeza?

—Lo que más recuerdo era la musiquita del Mundial, las dos versiones. Hasta el día de hoy me genera recuerdos de la cárcel. Recuerdos que me ubican en aquel espacio con mis 22 años. Con mis temores e incertidumbres. Uno cuando sale de la cárcel tiene que reaprender a situarse en los espacios públicos. Es por eso que no entendía la alegría que me rodeaba. Los miré a mis amigos y familiares después de que Argentina le ganó a Polonia y les dije: «¿Qué festejan estos hijos de puta?» Mientras lo decía me escuché a mí mismo y me di cuenta de que desde ese momento mi relación con el fútbol había cambiado para siempre, sobre todo con el fútbol a nivel Selección.

—¿Cómo había sido su relación con el fútbol?

—El fútbol me gusta. Por esas circunstancias de la vida soy hincha de River, aunque también fui a ver a Newell’s y Central. No había ninguna relación hostil. Es más, estando preso, después de muchos años River sale campeón con aquel equipo de Ángel Labruna. Estaba en el Chaco y con un compañero salteño nos permitimos algún festejo, pero claro, era la alegría de una parcialidad, de una hinchada, no existía ningún intento de asimilarlo con «la Patria» o con «la Argentina», era el triunfo de un equipo. Lo del 78 es otra cosa, es mucho más complejo.

—¿Cómo fue el impacto?

—Desde aquel insulto al aire le dije chau a la Selección. No soy hincha de la Selección y su suerte me tiene sin cuidado. En Rosario vi los partidos por televisión y no podía evitar pensar en los compañeros que seguían presos y otros que me enteré que habían desaparecido. Mi preferencia se volcó hacia Holanda, simplemente porque tenía una posición progresista en relación con los derechos humanos. En ese momento no entendía esa alegría impostada; hoy lo puedo ver con mayor claridad.

—¿Encontró una respuesta?

—En realidad, lo que hice fue poner el fútbol en su lugar. Nadie me saca de la cabeza que el partido contra Perú (la polémica goleada 6-0, el 21 de junio del 78) fue comprado. Esto revela que a la dictadura le interesaba que la Argentina avanzara en el Mundial. Mi reflexión es que no es cierto que los pueblos no se equivoquen. Como en el 78, el presente me dice que el pueblo votó contra sus intereses al elegir a (Mauricio) Macri como presidente. Aunque lo del Mundial fue más brutal, en esencia es lo mismo. Una falsa realidad. Una alienación colectiva. Negación. Una manipulación soportada sin reparos. No juzgo a nadie, sólo digo que sentí estupor por la alegría que se manifestaba en la esquina de San Martín y Córdoba, que era donde más gente se juntaba. Y esa situación se repetía en los barrios, en zona sur por ejemplo, que era donde vivía. San Martín era una fiesta”.

—La dictadura, ¿le robó también la pasión por el fútbol?

—Creo que sí, no voy a convalidar una falsa hermandad. Hay tipos con los cuales no comparto nada. No tenemos los mismos valores. Uno se recompone. Volví a la cancha con mis hijos. Cuando crecieron dejé de ir. Es inconcebible el rol de las hinchadas, gente que abraza y que lo único que tiene en común es una camiseta. El único lugar del espacio público donde pude recuperar esa hermandad con el otro fue durante los gobiernos de Néstor y Cristina Kirchner. En las plazas, en los actos. El Mundial pasó por Rosario y yo percibía que la gente estaba agradecida. Lo sentía como una bendición. No le pido a nadie que no festeje, pero sí les pediría que piense de qué modo ejerce el derecho a la alegría. Estoy convencido de la necesidad de pensar. De pensar en el otro, que mi mundo no es el mundo. Solidaridad cristiana, amor al prójimo. Muy poco vi de eso en el Mundial 78. Sí creo que esta experiencia me marcó para siempre. Y claro, en cómo vivir el futbol también.

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