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Monumental decadencia

Moria Casán volvió a la pantalla chica con “¡Si querés reir, reí!”, un programa en el que despliega todo lo que tiene, aunque navega en el océano del humor para ahogarse apenas “pone un pie” en el agua.

moriaa

Leonel Giacometto

Hacía más o menos diez años que no volvía con un programa propio. Por entonces decía “si querés llorar, llorá” y le salía mejor que ahora. En realidad, nunca se fue del aire televisivo que atraviesa de un modo u otro todos los hogares (y no hogares) argentinos pero, el año pasado, dejó deslizar (entre otras) que pesaba sobre ella “cierta prohibición” que le impedía volver (de donde nunca se fue, seamos claros). Sin embargo, el domingo 3 de enero, a las 13.30, por la pantalla de América, Moria Casán volvió con ¡Si querés reir, reí!, un programa de humor de, por ahora, doce emisiones todos los domingos. Va por el cuarto y lo de humor es un decir.

¡Si querés reír, reí! es una producción de Betaplus (equipamiento técnico de alta definición) y Luciano Garbellano. Ex taxi boy, ex dueño de Spartacus (un burdel de hombres en Buenos Aires), ex extorsionador de placeres ocultos (pero filmados) de jueces y periodistas políticos claves y, entre otras veleidades, ex de Nazarena Vélez y de la mismísima Moria Casán, Luciano Garbellano es el socio de Moria en varios emprendimientos económicos (plata fácil, que le dicen): su Restó (Moria Resto y Más), una obra en Carlos Paz (Alegría ortomolecular) y su Escuela de Arte (¿qué decir?).

En ¡Si querés reír, reí!, Garbellano tiene una breve aparición como, digamos, actor pero, fundamentalmente Moria, más allá de dos o tres “gatos”, es secundada por Facundo Ramírez, actor imitador mendocino que saltó a la televisión porteña (y nacional) el año pasado en ShowMatch, y que también está a cargo del guión (o de imprimir la rutina, que es casi lo mismo).

Moria Casán, en el programa, despliega todo lo que tiene y navega en el océano del humor para ahogarse apenas “pone un pie” en el agua. Ni los flotadores la salvan.

¡Si querés reír, reí! es, básicamente, un programa de sketchs como los que había en la televisión argentina en las décadas del 80 y 90 del siglo pasado (De Hiperhumor a La Tota y la Porota, entre otros): una serie de segmentos con personajes más o menos fijos en los que primaba, en aquellos, la capacidad de improvisación de los actores, su velocidad intuitiva, la chispa, “eso” frente a las cámaras con un guión medio chato o meramente situacional (recordar que algunos, hace mucho, iban en vivo o grabados sin la posibilidad de cortes). En ¡Si querés reír, reí! todo carece de ritmo, el humor es morisqueta, los personajes hacen acordar a otros personajes, a otros programas, a otros actores. Pero hacen acordar, nada más, ni siquiera son recuerdos. Moria hace de Moria pero a veces se calza una (otra) peluca y hace, como ya hizo una vez, de nena caprichosa que ve la realidad (Edda Díaz y Zulma Faiad deben estar dichosas por el homenaje), o de señora de barrio que baldea la vereda, o de atorranta. Ni el último le sale gracioso. 

Según Nacha Guevara, Moria Casán no es una artista sino “una mujer del espectáculo”. El espectáculo, que abarca un mundo (dentro de éste), está habitado por personas (hombres, mujeres, chicos, chicas, animales, empresarios, periodistas, fanáticos y muñecos) dedicados a entretener a un público que paga por ver y escuchar todo lo que tienen para ofrecer estas personas. La televisión no es gratis, entiéndase, y lo que ofrecen las personas del espectáculo, generalmente, empieza en la cabeza y en el cuerpo con billetera de un empresario y/o productor de la televisión (o derivado), pasa al teatro (no al género sino, más bien, a los edificios llamados teatros), sobrevuelan siempre las marcas y productos para después volver (siempre) a la televisión a seguir entreteniendo a ése público que, pagando tarde o temprano, sostiene la entidad y la realidad, digamos, pública de estas personas. Y ser público, estar muchas horas promedio al aire en el vivo de la tele, y meterse en cuestiones políticas y sociales, y meterse tanto, no es chiste. Es decir: lo entretenido, a veces, no es tan gracioso ni tan pasajero como para ignorar lo que hay detrás. Y lo que hay detrás es desconcertante, al menos. Y Moria Casán, casi como ninguna, es desconcertante por donde se la mire.

De origen “muchacha que estudiaba derecho y fue descubierta de casualidad por un empresario del teatro de revistas”, Moria Casán se llama Ana María Casanova, mide un metro setenta y dos, tiene y tuvo forma y boca enormes y nació en Buenos Aires el 16 de agosto de 1944. Este año cumple 66, y desde la década del 70 del siglo pasado que forma parte del mundo del espectáculo. De capocómicos de primera línea nacional fue la vedette morocha (la rubia era Susana Giménez). De Alberto Olmedo, Jorge Porcel, Tato Bores y José Marrone, hasta de los menos graciosos y ofuscados como Juan Carlos Calabró y Nito Artaza. Hizo cine del peor (Los caballeros de la cama redonda, Los doctores las prefieren desnudas, Encuentros muy cercanos con señoras de cualquier tipo, Con mi mujer no puedo, Expertos en pinchazos, Así no hay cama que aguante, El telo y la tele, entre muchas otras) casi siempre dirigida (un decir) por Gerardo Sofovich o Hugo Sofovich, hermano del primero, más talentoso (otro decir) y muerto hace rato. Lo último que hizo para la pantalla grande fue, en 1993, bajo las órdenes de Raúl de La Torre, Funes, un gran amor. Hizo de puta ahí. Ahora está en teatro, otra vez, en Mar del Plata con Brujas, un engendro pretensioso y, al menos, filo lesbofóbico. Ahí también hace de puta, profesión con la que, según ella misma, le gusta identificarse dando a entender (así, siempre entretenidamente) que ser puta es algo poderoso, sexy y sumamente gratificante. Televisión hizo siempre y de todo tipo. En 2005 se metió literalmente en política cuando se presentó como candidata a diputada nacional por la Ciudad Autónoma de Buenos Aires por un partido creado casi para ella: El Movimiento Federal del Centro. La apoyaban Menem y Patti, Carlos Saúl y Luis Abelardo, sobre quienes pesan rumores y chismografías de favores sexuales de y sobre la vedette. Ella no niega y habla de regalos, como tantas otras. Perdió como diputada, pero nunca se sabrá si fue gracias a la gente o a una conspiración política. La segunda podría ser más acertada si Moria piensa que el público y el pueblo son la misma cosa. El segundo es un afán y al primero lo están afanando.

Desde hace unos años viene montada en una especie de, digamos, cruzada de desenmascaramiento del mundo del espectáculo contra toda la hipocresía que, según ella, hay en el medio (“medio artístico”, dice Moria). Quizás tenga razón con lo de la hipocresía (es evidente que tiene razón) pero el eje principal de lo que dice Moria Casán traspasa impunemente las barreras del espectáculo y, como otros, dado su “trayectoria” (palabra hiper usada en la tele) consolida una posición de opinión (supuestamente, esperemos) firme frente a la coyuntura nacional (al pasado y al futuro también) que, envuelta y cubierta de una soberbia mal habitada, de alguna manera, cierta parte de lo que se llama público acepta (y paga). Y por tal, de un modo bastante tradicional en Argentina, acepta que Moria Casán no está cubierta de ninguna banderola social. Es más, casi anda desnuda con su fascismo y dice: “Soy humana y de derecha”, o “todo lo que entra tiene que salir” o “por supuesto, cuando en la Facultad de Derecho leí a Marx y a Engels dije «esto no es para mí». No tuve ni siquiera un coté izquierdoso en la facultad que todo el mundo lo tiene. O sea que la izquierda, «is not for me»”, o “mi espejo es mi gran compañero”, o “yo me encapsulo en mi Mercedes Benz con vidrios polarizados y me hago autista”, y acepta también ese público: “En el gobierno de Menem me sentí bien. Me sentí como respaldada por algo económico”, y “me encanta que me digan puta. Con el único militar que me acosté es con mi papá (se supone que es metáfora). Igual me encantan los militares. Y los gays. Quisiera que mi nieto sea militar y gay”. Todo eso se le acepta, y hasta se paga por verla y escucharla decir esas cosas. Tiene una hija, también. Y es abuela. Por lo que se ve en la pantalla de la tele, no se quieren mucho entre sí. Sobre todo Sofía Gala, su hija, es la que refuerza la certeza del poco amor. Igual, a Moria, no le importa nada de nada. “El tiempo dirá”, leyó una vez en la Facultad. Pero, ya lo dijo: “Is not for me”.

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