Coronavirus

Las enseñanzas de Juan Salvo

Memoria, verdad y justicia en tiempos de coronavirus

Un belga inventor fabricó y repartió un desinfectante entre los vecinos; una lectora presta sus libros; los más jóvenes hacen compras a los más viejos: así se vive la cuarentena en una cortada de barrio Tablada. Al sur del río Bravo, el único héroe siempre fue el pueblo


Juan Irigoitia

Lo que en un principio creí alarmismo mediático, pandemia televisiva, se nos va acercando. Todo parece propio de una película yanqui de ciencia ficción. Un virus, desde China, reproduciéndose por todo el planeta va dejando tras de sí miles y miles de muertos.

El “Primer Mundo”, aquel espejo de prosperidad en el que nos mirábamos y nos devolvía una imagen denigrante de nosotros mismos, se encuentra incendiado. Videos en las redes, relatos de familiares y amigos recluidos desde días, nos muestran una Europa con el sistema de salud colapsado y con miles de muertos.

Las burlas se transformaron en una preocupación cada vez mayor mientras vemos como, de manera inminente, el virus se nos va acercando día a día. Cuadros, estadísticas, audios, explicaciones científicas pululan en el horario prime-time de los canales televisivos explicando cómo y de qué manera se debe abordar esta pandemia. Distanciamiento social. Cuarentena obligatoria.

Un silencio atroz en calles, sólo habitadas por el patrullaje de policías y gendarmes que intiman a meterse a sus hogares a quienes no cumplen con la medida, hace todo más escalofriante. Es cuestión de horas, de días, para que un vecino, un amigo, un familiar, un compañero o nosotros mismos se infecte. El virus está a la vuelta de la esquina y es imposible no tener miedo por ese amigo con problemas respiratorios, por nuestros abuelos, por la vieja que no para de fumar…

Algunas preguntas dan vueltas en el aire… ¿Qué pasará cuando este virus, que hoy afecta a sectores medios y altos que viajaron o estuvieron en contacto con personas que viajaron al exterior, llegue a los humildes? ¿Cómo acatar el distanciamiento social cuando vivís hacinado, cuando son seis, siete que viven en una piecita? ¿Cómo lavarte las manos tantas veces y con la técnica correcta si tenés que esperar que el camión cisterna venga a cargar el tanque comunitario del barrio? ¿Qué nos espera cuando esta enfermedad llegue a aquellos que no pueden publicar en las redes #yomequedoencasa o #yotrabajodesencasa porque no tienen celular, no tienen trabajo o porque simplemente no tienen casa? ¿De qué manera quedarse en casa cuando tu vida depende de salir a rebuscarse el mango en la calle todos los días?

Este 24 de marzo de 2020 que pasó me desperté pensando en El Eternauta, de Héctor Germán Oesteheld. Aquella historieta de los años 60 que relata cómo un grupo de compatriotas comunes de un barrio de Buenos Aires se enfrenta primero a una nevada asesina que devasta a los habitantes de la ciudad y, luego, a una invasión extraterrestre. Héctor Germán Oesterherd, antes de que sus cuatro hijas fueran asesinadas y él fuera desaparecido por la última y más sangrienta dictadura, nos enseñó que en estas latitudes del sur del continente americano, el héroe verdadero es un héroe colectivo, que el único héroe válido es el héroe “en grupo”, nunca el héroe individual, el héroe solo. No esperemos entonces que, como nos enseñan las películas yanquis, cuando todo esté por colapsar, cuando la humanidad esté al borde del abismo, aparezcan los superhéroes. Como dice la canción de A77aque “Superman nunca viene por acá”. Esos héroes individuales son made in USA. Acá, al sur del río Bravo, el único héroe siempre fue el pueblo.

Pienso en Silvia Bianchi, mi maestra y –más allá de las puteadas que me va a pegar cuando la llame después de tanto tiempo– no puedo dejar de imaginarla diciendo: “En estos momentos de crisis los hombres sacan las peores miserias y las mejores virtudes que los constituyen…”. El heroísmo no es cuestión de actos espectaculares sino de pequeños gestos de amor al otro que permitan reconstruir, aliviar, acompañar en medio de todo este angustiante caos.

En estos días somos testigos gestos canallescos que nos definen… empresarios especulando, supermercadistas vendiendo el alcohol en gel a más de 2 mil pesos, rutas atestadas de gente aprovechando “la cuarentena” para ir a vacacionar… Pero también pequeños actos de heroísmo y solidaridad…

En la humilde cortada ubicada en el barrio Tablada en la que vivo, los vecinos más jóvenes le hacemos las compras a los más viejos y como recompensa recibimos algún escabeche para tramitar la angustia oral de la cuarentena; el inventor de la cuadra –un belga que sabe de todo y que está convencido de que es inmune a esta gripe porque en el año 57 se enfermó de la gripe oriental y sobrevivió construyendo anticuerpos a prueba de todo– distribuyó un desinfectante con alcohol que inventó él a todas las familias de la cortada; mi compañera Araceli Sequeira acompañó médicamente y sostuvo la angustia que toda esta situación de encierro le generó Rosita, la lectora de la cuadra que siempre nos presta libros y tiene hijas en España; en la Biblioteca Empalme Norte un grupo de heroínas con delantal, barbijo y guantes, salió a manguear morfi para sostener el comedor y el merendero al que asisten más de 350 personas y así pararon la olla; María Elena, sobrina de la Tati, Elena Itatí Risso, una sobreviviente de la dictadura, me escribió para decirme que está haciendo 300 chupetines de chocolate para los pibes del barrio; mi amigo médico Mauricio Stummvoll mangueó una heladera para poner las muestras del bicho y le ofrecieron siete; compañeros del club se comunicaron para ver cómo podían ayudar a los sectores más humildes en medio de todo esto, y las organizaciones de los barrios se ponen a disposición para dar una mano en lo que haga falta…

Al parecer no todo fue arrasado por aquella fría nieve asesina…

Nos encontramos en ese dilema, “el hombre es el lobo del hombre…”, o es la manada que lo protege y lo cuida durante el invierno. Así como Juan Salvo, Favalli, Elena y otros treinta mil lo hicieron cuando cayó esa fría nevada mortal sobre la Argentina. Sabremos quiénes somos cuando, después que todo esto acabe, podamos o no mirarnos a los ojos.

Reconstruimos y fortalecemos los vínculos sociales y los lazos de solidaridad, o nos pisamos la cabeza por salvarnos individualmente.

Los conductores políticos son trascendentales en estos tiempos… Tienen la capacidad tanto de potenciar las virtudes de los pueblos como de incrementar sus miserias. Da tranquilidad y esperanza saber que los argentinos hemos optado por un hombre que no hace culto de la meritocracia, el egoísmo y del sálvese quien pueda, y está pensando en los más humildes y apostando a la solidaridad para afrontar la pandemia.

Por último, quizás lo más polémico en este día tan particular, las Fuerzas Armadas por decisión política de Alberto F. y Agustín Rossi, ponen a disposición sus recursos para palear la crisis… salen a repartir comida, hacen barbijos y arman hospitales. Tienen el enorme desafío, después de años de ser instrumento represor de la antipatria, de empezar a reconstruir vínculos con su pueblo…

Nadie salva a nadie, ni nadie se salva solo, nos salvamos en comunidad”.

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