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Aniversario

Manucho, literatura pituca

Mañana se cumplen 106 del nacimiento del escritor, biógrafo, crítico de arte, traductor y periodista Manuel Mujica Láinez.


“Escribo, aun cuando trato un tema dramático, en medio de la alegría de la creación. Para otros, según he oído, ésos son los grandes momentos que torturan. Para mí no, por suerte. Son, al contrario, los del alivio que exalta a quien da vida”. La cita es de Manuel Mujica Láinez, el escritor, biógrafo, crítico de arte, traductor y periodista argentino, de cuyo nacimiento se cumplirán mañana 106 años.

Manucho vino al mundo el domingo 11 de septiembre de 1910 en la ciudad de Buenos Aires. Provenía de una familia de ilustre y aristocrático linaje entroncada con los “notables” de la Argentina e incluso con el fundador de Buenos Aires. Su padre, Manuel Mujica Farías, que fue Manucho antes que él, era abogado y ministro de Gobierno en la provincia de Buenos Aires. Los Mujica eran una familia de ricos terratenientes que poseían grandes cantidades de terrenos y saladeros, “que perdieron y que perdieron y que perdieron todo”, aclaraba el escritor.

La madre, Lucía Láinez Varela, de familia no menos ilustre, era una dama de extraordinaria ironía, sensibilidad y agudeza, de la que Manucho heredó el bagaje cultural de la estirpe y la afición por las letras. Su abuelo paterno, Eleuterio Santos Mujica y Covarrubias, descendiente del fundador de Buenos Aires y Santa Fe, Juan de Garay, le inculcó el amor a la tierra natal; el materno, Bernabé Láinez Cané, el gusto por la literatura. Su abuela materna, Justa Varela, era sobrina de Juan Cruz y Florencio Varela.

“Eran dos familias muy distintas. Las dos están ahí desde tiempos de nuestros virreyes. Mi familia paterna es una familia de terratenientes, de gente que tuvo que ver con el campo, con los saladeros. Muy, muy argentina, de origen vasco. Y la familia de Láinez, en cambio, es una familia muy ciudadana y muy dada a las letras, en la que ha habido muchos coleccionistas y gente vinculada con el arte. Yo soy el resultado de esas dos familias, las cuales perdieron todo, menos eso que usted ha tenido el buen gusto de llamar el ingenio. Todo lo demás se ha ido. Lo que yo he escrito es precisamente sobre eso: sobre lo que se nos fue”, le contó Manucho una vez al periodista español Joaquín Soler Serrano en una entrevista en el programa “A Fondo” que emitía la Radio Televisión Española en los 70.

La mamá ejerció en él gran influencia a lo largo de toda su vida, vivió siempre con Manucho, aun después de que se casara, y murió a los 91 años. “El primer recuerdo que tengo de mi infancia en mi casa natal es el brillo de las sortijas de mi madre”, rememoraba.

Las mujeres de la familia estuvieron siempre muy cerca de Manucho, no solamente su abuela y su madre, también sus cuatro tías solteronas, las Láinez, muy cultas y distintas entre sí. “Todas estas mujeres vivieron dedicadas a mí, porque yo nací poco después de la muerte de mi hermano mayor, que falleció cuando tenía un año y medio. Entonces era muy esperado. Fui terriblemente mimado y me contaban cuentos, los tradicionales pero también los de mi familia, que estaba llena de cuentos, de leyendas y extravagancias. Y todo eso me fue nutriendo. Sin saberlo, eso era lo que iba a hacer de mí un escritor”, evocó Manucho.

“Mi abuela era un personaje muy curioso que hablaba inglés y francés admirablemente. Tenía lo que yo pensaba que era una cama china gigantesca. Que después, andando por Pekín, supe lo que era: un quiosco en el cual los chinos solían tomar el té en el siglo XVIII. Se lo había regalado un tío abuelo mío. Ese extrañísimo quiosco, en el cual se entraba por unas puertas, cuando yo era chico estaba en el centro de un inmenso cuarto redondo. Mi abuela estaba ahí adentro, era de unas maderas claras con infinitas figuras de marfil. Uno entraba sentado en unas sillas de paja y ahí adentro mi abuela, que era divina, me contaba sus cuentos. Era muy mágico”, detalló.

Influenciado por las obras de teatro que escribía su madre y él le escuchaba recitar, a los seis años escribió su primera obra literaria: Las Mollejas, una pieza de teatro. Estaba inspirada en un incidente con una señora que se enfermó (comiendo mollejas) durante una de las comidas que sus padres ofrecían en su casa. Luego estudió, entre los 13 y los 17 años, en París y Londres. En París, donde estuvo pupilo junto con su hermano, dos años menor que él, Manucho aprendió los clásicos franceses y el latín.

Pese a que su padre y su abuelo Láinez eran abogados, él dejó su carrera sin terminar en 1932. “Hubiera sido un horror ser abogado porque, aunque mi padre y mi abuelo lo eran, yo no tenía ninguna vocación”, confesó después. En vez de eso decidió ser periodista e ingresó en el diario La Nación –porque era amigo de uno de los Mitre, quien le ofreció entrar–, donde admira a Alberto Gerchunoff como “un verdadero maestro”.

En 1936 se casó con Ana de Alvear, con quien tuvo tres hijos. Su puesto en La Nación y su conocimiento de idiomas le permitieron realizar varios viajes por América, Europa y Oriente. Y cada lugar que frecuenta le ofrece elementos valiosos para componer sus obras.

Cierta vez detalló cuáles fueron las “ventajas básicas” que lo prepararon para comenzar su obra: “En el origen, todas esas sangres literarias que llevaron a que me contaran esas ricas historias familiares. Luego el viaje a Francia siendo yo muy chico; las pocas cosas que sé de verdad, las aprendí entonces. La gente que conocí en el diario La Nación me enseñó mil cosas. Los viajes me enriquecieron notablemente. El Museo de Arte Decorativo me fue utilísimo, sobre todo porque soy un maniático de los objetos, como se puede ver en mis libros”.

En 1936 publicó su primer libro: Glosas castellanas, una serie de ensayos que escribió influido por la lectura de El Quijote.

Luego vino la novela Don Galaz de Buenos Aires (1938), y sus biografías Miguel Cané (padre) (1942), Vida de Aniceto el Gallo (1943) y Vida de Anastasio el Pollo (1947). Simultáneamente con la segunda se conoció el Canto a Buenos Aires (1943), en verso. En 1946 publicó Estampas de Buenos Aires y luego vinieron los dos libros de cuentos que confirmaron sus condiciones de gran narrador: Aquí vivieron (1949) y Misteriosa Buenos Aires (1951). Cuatro obras forman la llamada “saga de la sociedad porteña”: Los ídolos (1953), La Casa (1954), Los viajeros (1955), e Invitados en El Paraíso (1957). Luego vendrían, entre otros, Bomarzo (1962), El Unicornio (1965), Crónicas reales (1967), De milagros y melancolías (1968), Cecil (1972), El Laberinto (1974), El viaje de los siete demonios (1974), Los Cisnes (1977), El Gran Teatro (1979), Los Porteños (1979), El Escarabajo (1982), y las crónicas periodísticas Placeres y fatigas de los viajes I y II (1983 y 1984).

En su prosa refinada, Mujica Láinez alterna elementos clásicos dentro de su estilo: la ironía, la ternura, el poder de evocación, una erudición y una sabiduría que jamás pesa, un análisis profundo de los sentimientos y una rara convivencia de la realidad con la fantasía y, sobre todo, con lo sobrenatural.

Entre 1969 y 1970 viajó a Córdoba y compró la residencia El Paraíso, en Cruz Chica, La Cumbre, una antigua casona de estilo colonial español, rodeada por un gran parque, donde realizó gran parte de su obra. Manucho gozó de la literatura y de los viajes hasta su muerte, en Córdoba, el 12 de abril de 1984.

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