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Magia ensoñada, vital y quimérica

Osqui Guzmán potencia el talento de Marcelo Goobar, Pablo Kusnetzoff y Emanuel Zaldua en “El centésimo mono”, que se vio en Empleados de Comercio.


Un juego misterioso que transcurre en las horas previas a la muerte. Algo los espera, quizás tenga que ver con la teoría que indica que cuando el número cien de una especie adopta un “determinado comportamiento”, en otra parte del planeta otros ejemplares de la misma especie lo toman como propio, sin siquiera haberse comunicado. Tres magos (aquí, la “especie” en cuestión) se aprestan a montar sus rutinas; tratarán de agradar al público y estarán dispuestos a todo con tal de conseguir un aplauso verdadero y profuso. Eso sí: deberán lidiar con una serie de contradicciones propias del oficio, como por ejemplo que ya nadie cree en la magia, que el truco (es decir una mentira, una trampa), al que llamarán “afecto”, deberá ser perfecto, porque de lo contrario esa mínima cuota de credibilidad que conservan también será parte del olvido.

Un mago está siendo operado (en realidad, tres), se trata de una operación compleja en la que corre riesgo su vida. Todo lo que seguirá será el producto de la imaginación de los magos en estado de ensoñación profunda, en momentos en los cuales la anestesia esté haciendo su plácido y perturbador efecto. Se trata de los entretelones de El centésimo mono, el elogiado espectáculo que, con dramaturgia y dirección de Osqui Guzmán, y las actuaciones de los talentosos Marcelo Goobar, Pablo Kusnetzoff y Emanuel Zaldua, pasó el fin de semana con dos funciones en la sala Empleados de Comercio (Corrientes 450), un espacio que se ha revitalizado y que, claramente, volvió a ser una alternativa valiosa de cada fin de semana.

“Las personas le temen a la magia por lo mismo que le temen a la muerte”. La frase se convierte desde el comienzo del espectáculo en una especie de manifiesto y revelación a instancias de una propuesta que, valiéndose del talento de tres magos-actores, transita por una serie de situaciones que abrevan en lo absurdo para conseguir un objetivo: que aquel magnetismo que los actos de magia parecen haber perdido para el espectador, vuelva a escena con una contundencia reveladora, gracias a las apelaciones poéticas que, sabiamente desde la dirección, Osqui Guzmán consigue potenciar.

Así, como escapados de un cuento de otro tiempo, los magos desandarán sus rutinas entre la pesadumbre de la cotidianeidad y la incongruencia de un universo atestado de pequeños objetos cuya grandeza está siempre en asegurar el éxito del acto en cuestión.

Incluso, por momentos, la propuesta, austera pero con los elementos necesarios como para lograr sus objetivos, se vuelve rotundamente existencialista hasta que lo “real” golpea a la puerta, y esa vieja pesadilla sufrida en la habitación de un hotel mientras esperan asombrar a los invitados de un cumpleaños se vuelve recurrente e infausta.

A través de una lógica teatral que no reniega de lo banal sino que, por el contrario, lo revitaliza, El centésimo mono atraviesa una serie de momentos que, básicamente, juegan con el humor y se vuelven una invitación ineludible a abrir la cabeza y el corazón a un mundo que además está vinculado con la niñez, con cierta inocencia quizás perdida.

Por lo demás, el espectáculo deja en claro que lo único real, siempre e incluso en el campo de lo mágico, es el presente: el aquí y ahora del teatro, como la vida y como escribió Calderón de la Barca, se vuelve “un frenesí, una ilusión, una sombra, una ficción; que toda la vida es sueño, y los sueños, sueños son”.

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