Crónicas

Fumata gris

Los intereses en juego detrás del cruento conflicto entre Armenia y Azerbaiyan

El reciente acuerdo de paz entre ambos estados en la zona de Nagorno Karajab, luego de una violenta contienda de casi dos meses, tiene una palpable debilidad, ya que detrás asoman crisis económicas internas de cada parte y una irresuelta y antiquísima disputa religiosa


Festejado por muchos países, aunque en buena parte de ellos con reservas, el cese del fuego y el acuerdo de paz entre Azerbaiyán y Armenia por la disputa de la zona de Nagorno Karabaj terminaron con un enfrentamiento que alcanzó el mes y medio y tuvo ribetes sumamente cruentos.

La peor parte la llevó la población de Artsaj, en su mayoría armenia, que sufrió ataques indiscriminados que cayeron sobre civiles en las calles o instituciones como escuelas u hospitales.

Como muchos de los conflictos que se dan en Medio Oriente y en zonas del Cáucaso, el que ocurre entre armenios y azeríes (así se llaman los oriundos de Azerbaiyan) data de mucho tiempo atrás y se enmarca en una intensa disputa étnica y de fuerte contenido religioso.

El asunto reside en que en la región de Nagorno Karabaj, las confesiones cristiana y musulmana dirimen sus diferencias con el fuego alimentado por prejuicios e intolerancias ancestrales; en Artsaj conviven armenios y cristianos ortodoxos bajo las fauces de los musulmanes de origen turco que habitan Azerbaiyan.

El conflicto reciente, claro, tiene también componentes geopolíticos estratégicos trazados por Armenia y Azerbaiyan, que están en juego desde hace cincuenta años por lo menos.

Ya hubo episodios de violencia en el pasado pero no alcanzaron la virulencia de la actual confrontación. En el campo de guerra dirimieron fuego cruzado los separatistas de Karabaj, las tropas azeríes y las armenias.

Un par de semanas luego de iniciada la contienda, Turquía hizo jugar su voltaje militar a favor de Azerbaiyan.

Choque de civilizaciones y religiones en el Cáucaso

La región de las cordilleras del Cáucaso se caracteriza por haber sido el escenario de un choque de civilizaciones, culturas y religiones. En la actualidad se hablan alrededor de cuarenta idiomas en toda la zona y existe casi la mitad de esa cifra de credos de diversas religiones.

El conflicto entre Armenia y Azerbaiyan está enraizado fundamentalmente, o más marcadamente que en otros aspectos, en lo religioso. El Estado armenio está conformado por una etnia que practica una antiquísima versión del cristianismo cuyo eje es la Iglesia Apostólica Armenia.

Para Azerbaiyan, el islam, en su variante chiita, es el credo que envuelve todas las liturgias, por lo que si Nagorno Karabaj no estuviera enclavado en territorio azerí, tal vez estas contiendas no hubieran existido para la historia de estos pueblos

Armenia y Azerbaiyan son estados relativamente recientes. En el pasado, sus territorios estuvieron bajo la órbita de los imperios ruso u otomano y su formación tuvo lugar luego del Tratado de Versalles cuando finalizó la Primera Guerra.

En la década del 20 del siglo pasado, ambos pasaron a pertenecer a la URSS, lo que indica su poco ejercicio como estados independientes. Durante su periodo soviético estas etnias coexistieron y sus cosmovisiones religiosas convivieron contenidas bajo el imperio del mando de Moscú, que, cuando aparecían diferencias que hacían peligrar la paz, ponía en evidencia su aceitado control de la zona.

La tensión de las rivalidades se sostuvo sin explotar hasta que la URSS entró en el periodo de disolución y los nacionalismos de las repúblicas afloraron con reivindicaciones latentes.

Un conflicto con llamativas dualidades

Los primeros enfrentamientos se dieron entre 1988 y 1994, cuando Azerbaiyan y Armenia dejaron de ser repúblicas soviéticas y se independizaron.

Nagorno Karabaj, que había pertenecido a Azerbaiyan con un carácter de región diferenciada, se declaró estado anexo a Armenia, pero Azerbaiyan le negó ese estatus argumentando que geográficamente era parte del territorio de esa nación.

Para Azerbaiyán significaba un peligro ceder a Armenia una parte de su territorio y se opuso sistemáticamente a la anexión, incluso pese a que en un referendo en Nagorno Karabaj diera como resultado que el 90% de la población quería unirse.

De a poco, Armenia fue preparándose para defender los intereses de Nagorno Karabaj y se produjo entonces la que sería una de las contiendas más sangrientas de fines del siglo XX, que contabilizó 30 mil muertos y fue comparada con la de los Balcanes por la ferocidad y los métodos de aniquilación utilizados.

La mayoría de esos muertos fueron azeríes puesto que Armenia tuvo como aliada a Rusia logrando una abrumadora superioridad militar. De este modo, Nagorno Karabaj y un amplio cinturón trazado a su alrededor quedó bajo control armenio.

Nagorno Karabaj no se unió a Armenia, pero se conformó como la República de Artsaj, una suerte de estado independiente con una bandera similar a la armenia, que mantiene relaciones comerciales y políticas con este país pero que nunca fue reconocida por la ONU, ni siquiera por la propia Armenia como un estado verdaderamente independiente.

La dualidad de la situación es muy llamativa ya que aunque la mayoría de los habitantes de Artsaj quiere pertenecer a Armenia, hasta ahora este último nunca lo ocupó, evidentemente porque eso supondría un despliegue económico y político que parece no estar dispuesto a realizar.

Lo que de alguna manera indica que el campo de maniobras para encontrar soluciones a enfrentamientos que suponen en principio creencias religiosas encontradas, más tarde se espesan a partir de lo que políticamente las gestiones de cada uno de los estados involucrados está dispuesto a llevar adelante; desde el vamos esto implica responsabilidad y compromiso para con el pueblo de cada uno de esos estados.

Una posibilidad no aprovechada

El alto el fuego en 1994, que dio por terminada la sangrienta confrontación, surgió de las negociaciones que se dieron en la Conferencia sobre Seguridad y Cooperación en Europa y el llamado Grupo de Minsk, un organismo coordinado por Estados Unidos, Rusia y Francia que tuvo como objetivo poner fin al conflicto en la zona porque evidentemente los daños colaterales interferían los intereses comerciales y geoestratégicos de esas potencias.

Tras el fin de las hostilidades, el conflicto se mantuvo latente pero sin episodios bélicos; los analistas fundamentan esta situación en las crisis económicas y en problemas institucionales internos de ambos estados que impedían cualquier gasto que no fuera para paliar esos desacomodos.

Durante todo ese tiempo Armenia sostuvo sus tropas apostadas en la zona de Nagorno Karabaj y en 2007 se iniciaron negociaciones en Madrid bajo la tutela de los organismos mencionados para desmilitarizar el territorio pero no se llegó a un acuerdo que conformara a las partes.

Los mismos analistas sostienen que en el fracaso del acuerdo mucho tuvo que ver la diáspora armenia, sobre todo la estadounidense, que influyeron sobre Barack Obama, en ese entonces en la presidencia de su país, para que rechazara ciertas cláusulas por considerarlas lesivas a la soberanía armenia, que interpretaba que tenía mucho que perder y nada para ganar.

Un acuerdo en franco desacuerdo

En 2016 hubo algunas escaramuzas armadas que no significaron mayores daños y víctimas pero la escalada de setiembre de 2020, en plena crisis mundial por la pandemia del coronavirus –que en ambos lugares se disparó con una temible virulencia durante los enfrentamientos–, tuvo un nivel de violencia como nunca antes se había visto.

No pocos medios especializados apuntan que las actitudes y discursos con sesgos nacionalistas primaron en ambos estados, sobre todo con el objetivo de contener la crisis económica interna y porque el presidente azerí, Ilham Aliyev, y el armenio, Armén Sarkissian, han tocado fondo en la empatía con sus electores luego de que algunas encuestas los mostraran con muy baja popularidad.

Lo cierto es que el presente acuerdo de paz no fue bien recepcionado por Armenia, que sostiene que el documento no garantiza un estatus de ciudadanos para la población de esa nacionalidad en Artsaj, por lo que peligraría su integridad física y su patrimonio cultural.

Y que al no contar con un sostén internacional puede haber desplazamientos de población o la tan temible limpieza étnica, esto último directamente endilgado a Turquía, que sigue sin reconocer el genocidio armenio de 1914, e intervino en el actual enfrentamiento con tropas mercenarias y pertrechos bélicos.

También menciona un conducto estratégico para la comercialización de petróleo que cedería Azerbaiyan a Turquía.

El acuerdo fue firmado por el primer ministro armenio Nikol Pashinián, pero de todas formas es la Asamblea Nacional la única autoridad que puede ratificarlo.

Este escenario pone puntos suspensivos sobre la duración de un alto el fuego en la región, que, a juzgar por los actores que deciden sobre su continuidad, no son otros que aquellos que no toman en consideración la vida de los ciudadanos, los afectados en el frente de batalla y el resto de la población. Y las guerras, como se sabe, son un formidable elemento de distracción para conservar poder, siempre sin que importe el costo de vidas humanas.

 

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