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Los dilemas de la integración

Por Pablo Yurman. El 11 de marzo de 1641 tuvo lugar la batalla de Mbororé, en Misiones. El triunfo de los guaraníes favoreció a los defensores de un modelo de integración social, religiosa y económica en el que no tenía cabida la esclavitud.


sociedad-dentroComo síntoma de la pérdida de memoria colectiva, palabras como “bandeira” o “bandeirantes” nos resultan casi por completo desconocidas. Por la primera designaban los portugueses que ocuparon, allá por el siglo XVI, lo que hoy es Brasil a las expediciones organizadas para cazar indios guaraníes para luego venderlos como esclavos. Consecuentemente, bandeirantes eran aquellos que organizaban una bandeira y que tras un veloz enriquecimiento en tan macabra faena conformarían el núcleo de la burguesía de la ciudad de San Pablo.

Hubo desde los albores mismos de la conquista, y por muy variados motivos, dos modelos diferentes según se tratara de españoles o de portugueses. Al decir del historiador Vicente Sierra, “cuando los bandeirantes buscan el camino de las misiones jesuíticas del Guayrá, es obvio suponer que les guía el propósito de cazar indios domésticos. Pero no se puede descartar la idea de que aquella labor obedecía en el fondo a otros imponderables, como los de empujar el meridiano y detener el avance de los jesuitas del Paraguay hacia el Atlántico”.

En efecto, el expansionismo territorial caracterizó siempre a Portugal, que se sintió perjudicada por los límites que surgieron en Indias tras la firma del Tratado de Tordesillas.

Indios no, negros sí

Pero, ¿por qué motivo organizaban los paulistas expediciones para cazar indios y someterlos a esclavitud adentrándose en territorio español? ¿Acaso no todos los indios fueron esclavizados por los conquistadores? La leyenda negra antihispánica ha lavado mucho nuestros cerebros, y es por eso que el lector seguramente juraría por su honor que los indios fueron sometidos a esclavitud. Una afirmación de ese tenor es un completo error. Las primeras disposiciones para los reinos de Indias, entiéndanse tanto decretos reales (para el orden civil) como documentos papales (en el orden religioso), consideraban a los naturales del continente como personas totalmente libres y racionales. Solamente que con afán protector se los consideraba con una capacidad disminuida, así como actualmente sucede con los menores de edad que no pueden realizar todos los actos jurídicos que sí pueden hacer los mayores.

Tales documentos tuvieron relativamente buena vigencia en territorios sometidos a España, en donde durante los primeros dos siglos reinarían primero los Reyes Católicos y luego la casa de Habsburgo, de fuerte impronta religiosa. Pero no fue así en el Brasil ocupado por Portugal. Ante la escasa población nativa, se comenzó a importar negros africanos, a quienes sí se sometía a esclavitud. Lo que motivó las bandeiras para cazar guaraníes en territorios españoles fue la invasión y ocupación por los holandeses (¡imperio esclavista si los hubo!) del nordeste brasileño, obstaculizando el tráfico de esclavos que se venía haciendo.

Jesuitas

Si bien todas las órdenes religiosas llegadas desde España hicieron lo humanamente posible por evangelizar y dignificar la vida de los naturales del continente, serán los sacerdotes de la Compañía de Jesús, los jesuitas, quienes protagonizarán el proceso de inculturación más exitoso del que se tenga noticia, en sus famosas reducciones sobre territorio hoy paraguayo, brasileño y argentino. Con un plus: esos territorios selváticos carecían de riquezas minerales y tornaban difícil la agricultura a escala, a excepción de la yerba mate. Por tanto, no era un afán lucrativo lo que guiaba a los jesuitas del lugar.

Señala el historiador Alejandro Pranda que el mestizaje entre españoles e indios “es el principio de la nueva raza propiciado por la corona. Constituyó una revolución cultural para su época, y una verdadera apertura en el mundo de las relaciones humanas como no hizo ninguna otra nación. Al respecto podemos recordar el planteamiento inverso llevado a cabo por ingleses, holandeses y franceses”.

Los bandeirantes hoy

El 11 de marzo de 1641 tuvo lugar la célebre batalla de Mbororé, en el cerro cercano al actual municipio de Panambí, provincia de Misiones, sobre el río Uruguay. De un lado, los indios guaraníes liderados por los padres jesuitas, acaudillados por el cacique Nicolás Ñeenguirú y los curas Mola y Romero. Del otro, la bandeira al mando de Jerónimo Pedroso de Barros e integrada por 400 mamelucos y 2.000 indios tupíes, aliados de los portugueses. La suerte de las armas favoreció a los defensores de un modelo de integración social, religiosa y económica en el que no tenía cabida la esclavitud de nadie.

La victoria de Mbororé aseguró la pacificación de un amplio territorio español pero gobernado en los hechos por criollos, hasta la expulsión por causas políticas de los jesuitas un siglo después.

Pero acaso el espíritu bandeirante aún perdure, aunque haya cambiado de apariencias. Con sus más y sus menos, supuso siempre el rechazo a la integración regional y el intento por someter a los vecinos. Al respecto agrega Pranda que “el actual empuje de San Pablo, sin parangón en el mundo latinoamericano, perpetúa la vieja estirpe bandeirante hecha carne por las nuevas generaciones; éstas han podido proyectarla ahora hacia una fase de expansión industrial con el aporte de masivas inmigraciones alemanas, italianas y japonesas. En este sentido, la audacia y el espíritu de libertad de los paulistas bandeirantes merecen profundizarse, a condición de derrotar a la oligarquía de la burguesía mameluca, enferma de codicia, defensora de un mezquino nacionalismo parroquial «mitrista», que ayer volteó a Getulio Vargas y hoy traba la construcción del gran espacio suramericano.”

(*) Abogado, profesor adjunto de Historia Constitucional Argentina, Facultad de Derecho, Universidad Nacional de Rosario

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