Últimas

Lola y Guadalupe en conferencia

Por: Ricardo Caronni, desde Ginebra

Retomando esta columna, me aparece la imagen de Lola, que hace unos años se fue sola de vacaciones a República Dominicana para terminar de triturar los vestigios de un duro traspié amoroso que la había llevado a tierras lejanas de África. Volvió de las playas de Punta Cana declarando que en una semana había recibido más proposiciones de matrimonio que en toda su vida anterior. Recuerda la de un muchacho que halló en la playa porque estaba desocupado y buscando trabajo. “¿Qué trabajo, a qué te dedicas?”, preguntó ella. “No me dedico a nada. Cualquier trabajo”, respondió él.

Lola es bien bonita y no es ninguna adolescente. Un rato después del regreso de la playera república centroamericana, se encontró con un ex compañero de estudios y un año y virutas después ya aparecía en público con un fornido bebé que se le parecía casi como una fotocopia A4 proveniente de un original A3.

Se reubica en su trabajo, abandona el fitness sólo por un ratito y reinicia sus negocios, esta vez asociada a su nuevo compañero que por su condición, además del compañerismo, le ofrece las notables ventajas de su ubicación socioeconómica en el campeonato en que todos estamos inscriptos, nos guste o no.

Lola es una verdadera winner en esta intrincada selva de la construcción de parejas y familias de nuestra época globalizada. No sólo logró un triunfo vitalmente apreciable, sino que además tiene la mención por haber podido esquivar el riesgo sobre el que una de nuestras conferencias claves se ocupa de difundir en esta zona del mundo, a saber: “Los riesgos del racismo en la pareja bicultural”. Lola tuvo la suficiente precaución como para no venirse a Europa acompañada de algún romántico y macizo moreno dominicano casamentero, al que habría que haber adiestrado durante años hasta que logre hablar el idioma, explicarle que no es imprescindible que se acueste con todas las parientes y amigas de Lola, que el contrato matrimonial no incluye sostén económico durante los primeros 14 años de convivencia, hasta lograr una adaptación que le permita trabajar como albañil o repartidor de gaseosas en un camión al que hubiera tenido que haber aprendido a conducir tras varios exámenes fallidos a razón de u$s 500 cada uno.

No es lo mismo, por ejemplo, que lo que le pasó a Guadalupe, nativa de la misma isla, quien, aparentemente enamorada de su aparentemente también enamorado veraneante francés de seis noches y siete días, hizo pie en la tierra natal de su flamante marido, sólo para tener que estar en cualquier posición –menos de pie– en una cama. Con distintos señores o grupos humanos que pagaban para ello.

Se entiende que las parejas que se forman entre personas provenientes de culturas diferentes pueden acarrear inconvenientes. Pero en los casos que nos ocupan, no puede sorprender un deslizamiento hacia creer que todos los pertenecientes a la cultura del otro, son una verdadera mierda, lo cual dicho elegantemente constituye la materia de la conferencia antes citada, es decir, el peligro del racismo dentro de la pareja. Guadalupe y Lola me insisten para que les cuente a las chicas del barrio que, en cualquier parte del mundo adonde estés, pertenezcas a la cultura que pertenezcas, te enamores de quien te enamores, no te dejes llevar por la locura del amor.

Me dicen que les avise que deben ejercer a fondo un obstinado racismo que consiste en chequear en detalle si él o ella no pertenecen a esa despreciable raza de los hijos de puta nacidos en cualquier rincón del planeta.

Comentarios