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Las medidas costosas de Cristina

La presidenta usó en una semana todos los recursos de la "luna de miel".

Cristina de Kirchner ha usado en una semana todos los recursos de la luna de miel que siguió al triunfo en las elecciones del 23 de octubre. En ese lapso, anunció un paquete de medidas fuertes que un gobierno como el de ella puede hacer desde una posición de fuerza porque implican costos políticos altos. Festejó primero la cita de hoy con Barack Obama, y se ocupó de instalar que el pedido era de Washington y para mejorar las relaciones con el país. Después anunció la serie de medidas para proteger la tesorería de la crisis financiera internacional: la eliminación a mineras y petroleras de la excepción de liquidar sus divisas de exportación fuera del país (franquicia extendida por anteriores gobiernos peronistas de Carlos Menem, Eduardo Duhalde y Néstor Kirchner); la obligación a que las aseguradoras repatrien sus inversiones afuera; los controles a la compra de dólares y, la última, el recorte de subsidios a empresas.

Ninguna de esas medidas hubiera podido anunciarse desde una posición de debilidad. Algunas de ellas, como las del miércoles, las hubiera podido lanzar el gobierno antes de las elecciones. Los ajustes al gasto por la vía del recorte de subsidios fue una de las banderas de la oposición que perdió las elecciones. Porque sostenía lo contrario, Cristina de Kirchner alcanzó casi el 54 por ciento de los votos. Funcionó aquí el sistema de captura de votos que ha usado el peronismo en los últimos 15 años: apropiarse de una consigna de la oposición que expresa el humor de los sectores medios. También el viejo método electoral que inauguró Carlos Menem, quien alardeaba de que si hubiera adelantado lo que iba a hacer como presidente no habría ganado la elección. Algo así dijo Néstor Kirchner cuando contó que le llevaron a su despacho, apenas ganó las elecciones, un plan de amnistía a militares que distrajo con ambigüedades: si hubiera dicho lo que haría habría tenido una crisis apenas asumiese.

Se cansaron los candidatos de la oposición moderada, y la no tanto, de fustigar al gobierno durante la campaña por el festival de subsidios: algunos de ellos hicieron spots y apariciones por TV mostrando lo poco que pagan por los servicios en su casa. El recurso no les alcanzó para ganarle la elección a la candidata que no abría la boca sobre ese tema. Con el mazo lleno de votos puede ahora gastar algo del capital obtenido en las urnas para resistir las críticas de sus aliados, que quieren más subsidios, así como quisieran más hostilidad hacia los Estados Unidos. En el balance seguramente gana el gobierno, que tiene un horizonte de más de cuatro años con el mandato renovado de Cristina de Kirchner y logra la identificación no sólo con quienes la votaron sino también con quienes no la votaron.

Salir del sistema de los subsidios le va a costar al país los mismos dolores que le costó intentar escaparle al drama de la deuda externa. El comienzo del miércoles tiene un rango de razón que es difícil de discutir porque la baja de esas ayudas que se justificaron en su momento, en una emergencia que ya no existe, ha sido un reclamo de todos los sectores políticos. El gobierno sabe, sin embargo, que si la reducción de los subsidios termina levantando el precio final de los servicios esa razonabilidad del público puede virar. Por eso, mejor hacerlo ahora, cuando no se ha iniciado el segundo mandato de Cristina, y el viento a favor de cualquier gobierno que comienza amortigua las críticas y los ataques. En ese clima, que puede durar hasta marzo próximo, el gobierno tiene oxígeno para tomar medidas antipáticas, pero necesarias, sin que se le organice un frente en contra. Hasta entonces hay luna de miel.

Fatalidades

Estas medidas de la primera semana de luna de miel contradicen algunos de los vaticinios previos a la elección sobre lo que Cristina de Kirchner haría de ganar las elecciones, como la “profundización del modelo”. Si el modelo era la pelea de superficie con el imperio, el mantenimiento de los subsidios y la fiesta del gasto, la presidenta produjo en una semana, en sus propias palabras, “un cambio de paradigma”.

Fatalidades de la política que se repiten: lo que sirve para ganar no sirve para gobernar, y viceversa. Antes de 2007, los oráculos oficialistas prometían un recambio generacional en el gabinete, que pasaría a ser dominado por los jóvenes del kirchnerismo que representaba Martín Lousteau y otros funcionarios que venían del stud de Alberto Fernández. En pocos meses no quedaba ni el jefe de Gabinete ni el ministro que le acercó a la presidenta la monografía sobre la sustitución de superficies sembradas por la ola sojera en la que se basó la demoníaca resolución 125. Esa generación que prometía fue eyectada del gobierno; pudo servir como anuncio de lo que se venía y eso le acercó votos al oficialismo. Pero a la hora de gobernar, sólo trajo problemas, la pelea a perder con el campo y su rebote en las legislativas de 2009.

Este cambio del paradigma obedece a la más estricta necesidad de gobernar los más de cuatro años que le quedan a la presidenta sin oportunidad de reelección, emprendiendo medidas seguramente antipáticas para un sector del voto kirchnerista del 23 de octubre. Quienes no la votaron tienen que morder el freno y aguantarse que, otra vez, el peronismo le arrebata lemas propios que expresaban demandas de un público cuya adhesión en las urnas siempre se les escapa. ¿Quién quería reestatizar Aerolíneas y las AFJP sino los radicales? Kirchner lo hizo. ¿Quién quería la ley de medios sino los radicales que le hicieron a Fernando dela Rúael proyecto que terminó apoyando el kirchnerismo? ¿Quién pedía, hasta ayer, el corte a los subsidios sino la oposición radical, el ARI y el socialismo? Cristina lo hizo.

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