Espectáculos

Crítica teatro-musical 

Las máscaras de la corrección y el deber ser detrás de las que se ocultan los padres terribles

Con las notables actuaciones de Mariano Rey y Maru De Rosa, bajo la cuidada dirección y puesta en escena de Federico Piazza, la versión rosarina de “Los Monstruos”, de los creadores porteños Martín Rodríguez y Emiliano Dionisi, regresa a la cartelera local el jueves próximo


El goteo de una nota y un cimbronazo marcan desde el comienzo un clima de contrastes, discordante. Lo público distanciado de lo privado, la ficción y el despojo. La construcción de personajes que en ese ámbito de lo público actúan, son otros, se ocultan detrás del velo de un supuesto canon del deber ser, de lo políticamente correcto, y la contracara, en penumbras, donde se quitan los zapatos y las máscaras.

En Los Monstruos, la elogiada obra teatral-musical de los creadores porteños Martín Rodríguez y  Emiliano Dionisi, éxito por varias temporadas en el país como en otros países de Latinoamérica, se ponen en tensión algunas coordenadas vinculadas con la génesis de lo monstruoso en los vínculos entre padres e hijos, en un in crescendo donde se perciben el dolor y la tragedia, donde la supuesta belleza de lo cotidiano se tiñe de un clima de oscuridad que parte del agobio y el hastío hasta abordar lo inenarrable.

Tomando esa consigna como disparador, porque se trata de un texto poderoso, urdido con maestría, y sin renegar de un criterio de puesta en escena que repite, con mínimas variantes, la formalidad de la original, incluso con las pistas musicales originales, Rosario tiene desde hace un par de semanas (se estrenó en La Comedia, y el jueves se verá en la Lavardén) su propia e imperdible versión de esta singularísima pieza teatral-musical que, con sólo ocho canciones atinadísimas, que están muy lejos del tono edulcorado al que suele recurrir el género, se apoya particularmente en las actuaciones, en el devenir de eso que se va desdibujando como un maquillaje que se corre para ver detrás de esa pátina la verdadera cara de estos “padres terribles”, casi tan siniestros como los imaginados por Cocteau.

Con las notables actuaciones de Mariano Rey y Maru De Rosa, Claudio y Sandra, él el padre del hiperactivo Patricio, ella la madre de la silenciosa Dolores, bajo la atenta y minuciosa dirección y puesta en escena de Federico Piazza, la obra logra algo de una profunda complejidad: a poco de comenzar, para aquellos que conocieron la versión original, empieza a suceder otra cosa. Esos actores de múltiples recursos, de inquietantes presencias escénicas, consiguen borrar aquello que guardaba la memoria en el imaginario de un potencial sector de la platea para que la atención discurra sólo en ese presente.

En una serie de encuentros de tono doméstico, como la puerta del colegio, el hallazgo casual en una fiestita de cumpleaños o una cita frente a la directora de la nueva institución educativa tras el paso por esa otra “que no los supo valorar”, ambos personajes ponen a funcionar los mecanismos de la toxicidad de un vínculo donde el amor y el odio son un par dialéctico casi tan doloroso como el que arman violencia y miedo.

Son padres que creen que sus hijos están por fuera de la media, padres que aseguran que sus hijos son seres especiales, padres que no escuchan, no entienden, no aceptan, reclaman, obligan, condicionan, violentan. Padres que seguramente no eligieron serlo, padres que son padres por cumplir con un mandato.

Si por un lado, Mariano Rey encuentra su lugar más cómodo en escena a partir de los recursos que aporta el musical más clásico, donde cuerpo y acciones dialogan con los momentos cantados, donde ambos cantan en vivo, Maru De Rosa, actriz de vasta formación en la escena local con una inclinación por el humor y también una hallazgo como cantante, no reniega de ninguno de esos recursos pero los dosifica de tal manera que le permiten caminar todo el tiempo por el límite del borde de la cornisa y salir siempre airosa.

De todos modos, dado que así lo exige el material, ambos actores-cantantes transitan momentos que van de la emoción al subidón y de allí a la consternación y el monólogo interior, una estrategia narrativa que habilitan los diversos tonos de la acción dramática de la obra para, en algún momento, poder ver en escena a esos niños que no están, pasajes donde la teatralidad adquiere una profundidad infrecuente para el género musical y donde ambos actores recorren de manera muy acertada un tiempo que dista mucho del resto de la propuesta por su descarnada potencia dramática.

Por su parte, desde la dirección, Federico Piazza acierta en todo, pero lo hace particularmente en la búsqueda de los detalles, en lo más pequeño, en lograr que ambos actores consigan filtrar a través de sus personajes el miedo que intentan ocultar detrás de un supuesto canon de razón y seguridad en relación con la crianza de los hijos.

Pero lo más atinado que ofrece Los Monstruos, y que esta versión eleva de manera notable, es que no juzga ni plantea ninguna respuesta en relación con la toxicidad de estos padres, sino que, por el contrario, al exponerlos, arroja en la platea un puñado de preguntas interesantísimas respecto de cómo se generan la violencia y el sometimiento, qué entienden algunos padres por “hijos especiales”, qué es la “buena conducta” y “lo correcto”, por qué siempre es más sencillo poner la culpa por fuera de los vínculos intrafamiliares, qué supone “proteger” a los hijos de los entornos que transitan a diario, y cómo el abuso y la violencia están siempre parapetados en esos lugares que un sector de la sociedad escinde de antemano de su mirada, porque en todo caso debería mirarse a sí mismo.

“Los Monstruos”, o aquello que se esconde detrás de supuestos padres ejemplares

Como pasa en la referida Los padres terribles de Jean Cocteau, o en Un dios salvaje (Carnage en el cine) de la novelista y dramaturga francesa Yasmina Reza, esta versión de la obra, para aplaudir de pie, porque se trata de un manifiesto sobre la violencia contemporánea gestada en los contextos familiares de clase media, hace foco en la raíz de esos problemas, en la proyección de los supuestos logros que anhelan los hijos empequeñecidos frente a las expectativas de unos padres monstruosos que cuando toman conciencia de lo errado del camino transitado, por lo general, suele ser demasiado tarde.

Para agendar

La versión rosarina de Los Monstruos, obra de Martín Rodríguez y Emiliano Dionisi, con las actuaciones de Mariano Rey y Maru De Rosa, bajo la dirección y puesta en escena de Federico Piazza, con asistencia de Emilia Candusso, sonido de Nicolás Vaiana y luces de Pablo Vaiana, para Vazalto Producciones, se presentará este jueves 2 de diciembre, a partir de las 21, en la sala Lavardén, de Sarmiento y Mendoza. Las entradas generales y populares, a 400 pesos, se pueden adquirir de forma anticipada a través de la plataforma https://entradaslavarden.com/detalle/REIR–LLORAR–AMAR–Los-Monstruos/.

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