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Las favelas de Brasil, el olvido de Lula

Como en cada elección, las favelas es punto de visita obligado de los candidatos.

Las tres jornadas consecutivas de lluvias convirtieron en piletas de lodo a las precarias calles de la favela Paraisópolis, que con sus más de cien hectáreas es la segunda mayor de San Pablo. El paso descuidado de un automóvil por una de las arterias principales de la ciudadela salpica a los peatones, quienes le profieren insultos. Desatento a los reclamos, el conductor sigue su camino y se aleja camino arriba, desde donde emergen las torres del presumido barrio de Morumbí, tierra de edificios modernos y palacetes.

Ante la ausencia de censos oficiales, quienes aquí habitan están contados a dedo: se estima que más de 100.000 personas ocupan alrededor de 18.000 casitas de material, apiñadas en dos y hasta cuatro pisos, en una postal que recuerda a la mucho más pequeña Villa 31 de Retiro.

La principal diferencia radica en sus accidentes geográficos. La mayoría de los asentamientos están construidos sobre cuestas, una verdadera “ola” de ladrillo y cemento.

En las retinas de muchos sigue presente la revuelta narco liderada por el Primer Comando de la Capital (PCC), que asoló gran parte de San Pablo por tres días en vísperas de las elecciones presidenciales de 2006. En los registros figuran 115 muertos por enfrentamientos, pero extraoficialmente se llegó a hablar de medio millar. Es un secreto a voces que la organización criminal controla esta favela desde hace más de cinco años, pero sus “tareas” de contrabando no interfieren con la labor de las autoridades.

“Droga hay en todos lados, nosotros trabajamos para evitar que más personas, sobre todo los jóvenes, caigan en ese mundo. No luchamos contra los criminales”, afirmó Gilson Rodrigues, presidente de la Unión de Moradores de Paraisópolis. “Esta favela es mucho más tranquila que antes, la consecuencia de un gran esfuerzo de la comunidad y del incremento de la presencia del gobierno federal, estadual y municipal”, afirmó el dirigente a pesar de los reportes que revelan allí un incremento de las operaciones del PCC.

Rodrigues se refería a los programas Viraje Social y Nueva Paraisópolis, que planean transformar a la favela en un barrio popular. Pavimentación de calles, alumbrado público, agua potable y la construcción de viviendas sociales para 21 mil familias son algunos de los objetivos de estos proyectos (paraisopolis.org).

“En términos urbanísticos, la favela mejoró mucho gracias a las acciones de las autoridades, pero sobre todo a la bonanza económica que atraviesa el país. Ya se instaló una de las mayores cadenas de electrodomésticos, Casas Bahía. Lo mismo sucede con sucursales bancarias, como Bradesco”, indicó por su parte el periodista y propietario del diario local Expresso Morumbí, Joaquín de Carvalho.

“Como Paraisópolis era un área particular que fue invadida hace más de 50 años, los moradores eran clandestinos. Ahora algunos habitantes tienen título de propiedad y mejoran sus casas”, afirmó quien también tiene una larga carrera en medios nacionales como TV Globo y la revista Veja. “No obstante los problemas siguen, y la ayuda no llega al corazón del problema”, enfatizó.

Con su hijo menor a cuestas, Elisángela, de 30 años, salta de charco en charco. Prolija, portadora de un peinado estricto y maquillaje impecable, esta mestiza madre de tres niños rechaza con una mueca el plan Bolsa Familia, una de las banderas del gobierno de Luiz Inácio Lula da Silva. “No, no, nunca me anoté. Está destinado a las personas más carentes, pero aquí se lo dan a cualquiera”, se queja.

Este programa consiste en la entrega de entre 60 y 120 reales con condiciones a familias en extrema pobreza. Los requisitos están relacionados con la asistencia escolar de los hijos, su vacunación y el cuidado de las mujeres embarazadas, condiciones que son supervisadas y controladas. A pesar del enojo afirma haber votado a Lula dos veces, porque es el único que los “entiende”.

El dueño de una tienda de frutas y verduras sube al máximo el volumen de la radio. “Deixa a vida me levar” (Deja que la vida me lleve), del cantautor Zeca Pagodinho, una suerte de himno para los brasileños, varios presentes la corean.

A su costado alborotaban un grupo de cuatro jovencitas. De todas, Carol, de 18 años, es la única que acude al colegio. “Yo quiero estudiar, es importante para mi carrera”, afirma y acto seguido recibe un aplauso del resto.

Sheila, de 21, tiene tres hijos y nunca fue la escuela. “Es bastante complicado, yo quise empezar hace unos años, pero no hay cupos para personas como yo”, protesta. “Todo es difícil acá, Bolsa Familia también”, indicó. “Hay mucha burocracia”, agregó Carol inmediatamente.

En época de elecciones la favela se empapela con afiches de candidatos y aunque notan la presencia del Estado, afirman que los cambios son cosméticos y los problemas de fondo no son atacados en su totalidad. La droga es moneda corriente, y la alfabetización entre sus pobladores es prácticamente nula, un panorama que se agrava en Heliópolis, la barriada más grande de San Pablo, con más de 125 mil habitantes.

En las últimas semanas Dilma Rousseff (PT) y José Serra (PSDB) llenaron los callejones de Paraisópolis de promesas. “Me enorgullece decir que amo este lugar y me afecta que los políticos sólo se acuerden que la comunidad existe cuando es época de elecciones”, aseveró Hidionor, de 31 años, que siempre vivió allí. Por ahora las obras están en marcha, será cuestión de años para comprobar que finalmente las favelas dejaron de ser la gran deuda de todos los gobiernos de Brasil.

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