Economía

Panorama económico

La trampa del endeudamiento externo, crónica explicada de la crisis sin fin

No se debería creer que un programa de estabilización, por más exitoso, podrá encauzar la economía nacional en un sendero de crecimiento y desarrollo sostenido. La salida es una revisión radical del modelo, junto con un replanteo legal y financiero de los compromisos y/o de la forma de afrontarlos

En muchas noticias pululan comentarios sobre Videla que deliberadamente obvian a Marínez de Hoz y el verdadero propósito de la dictadura.

Esteban Guida

 

Fundación Pueblos del Sur (*)

 

Especial para El Ciudadano

 

¿Puede la Argentina salir de su crisis económica sin replantear la situación de su endeudamiento externo? La pregunta viene al caso, ya que de los potenciales candidatos que se barajan para las elecciones presidenciales del año que viene, ninguno está incluyendo esta cuestión en su discurso político.

Hay que decir que tampoco se oye un planteo en la materia desde el frente que gobierna actualmente el país, abocado casi exclusivamente a logar una aparente y modesta estabilidad macroeconómica. Más bien, vale decir, el gobierno del Frente de Todos ha ratificado los mecanismos que sometieron a la Argentina a un endeudamiento abusivo y totalmente ilegítimo por parte del gobierno de Mauricio Macri (de hecho, ¿sabe algo de la querella que el presidente Alberto Fernández dijo que iniciaría por esto?).

Para responder a la pregunta inicial (considerada de suma importancia para quien suscribe) hay que señalar, primeramente, que producto de la política desarrollada a partir del gobierno de la dictadura cívico-militar iniciada en 1976, amén de algunos matices (pero sin cambios estructurales), la Argentina se ha caracterizado por tener una estructura económica primarizada (la acumulación de capital se basa en la actividad primaria y extractiva), extranjerizada (la participación de empresas y grupos económicos de origen extranjero es elevada), y concentrada (pocas empresas o grupos económicos acaparan el poder en numerosas y estratégicas cadenas de valor productivas y de servicios).

Sobre esta estructura económica, la Argentina ha sufrido tres shocks de endeudamiento externo, con características similares, en 1979-1983 (gobierno militar), en 1991-2001 (Menem y De la Rúa) y en 2016-2019 (Macri). Fueron tres procesos en los que, como varios autores han demostrado, el endeudamiento externo sirvió fundamentalmente para financiar la fuga de capitales. Es decir, las divisas tomadas con cargo al Estado no se invirtieron para mejorar ni corregir ningún desequilibrio macro, sino que, por el contrario, agudizaron sus déficits y profundizaron sus debilidades.

Estamos hablando de, aproximadamente, u$s33.000 millones, u$75.000 millones y u$s92.000 millones, respectivamente a cada período; una cifra que supera largamente los u$s200.000 millones si se cuentan intereses, e intereses sobre intereses no pagados.

Los problemas derivados de este fenómeno combinado (estructura económica y shocks de endeudamiento) se transforman en una trampa que impide encarar con éxito políticas de crecimiento y desarrollo, a pesar de que en otras economías podrían funcionar sin inconvenientes mayores.

Esta trampa opera sobre tres aspectos centrales de la economía. En primer lugar, los intereses derivados de este elevado nivel de (sobre) endeudamiento implica un costo fiscal financiero que, por sus abultados y crecientes montos, se traduce en un déficit fiscal total crónico y permanente. Por más que el gobierno de tuno logre una conducta fiscal austera y superavitaria (saldo primario positivo) el sector público siempre está en un rojo financiero, absorbiendo recursos del sistema para pagar los interés de una deuda que no apalancó el sistema productivo, ni por lo tanto la capacidad de generación de riqueza de la cual el Estado pueda apropiarse (a más no ser en parte). Si el gobierno decide aumentar los impuestos para lograr cubrir sus compromisos sin endeudarse, obstruye por su parte el crecimiento económico, con el efecto fiscal que a su vez ello implica.

En segundo lugar, la necesidad de contar con divisas para pagar los servicios de la deuda, genera incentivos a utilizar el tipo de cambio real efectivo como variable fiscal, y no como vector de una política comercial acorde a los objetivos políticos y económicos del país. En una economía como la nuestra, estos ajustes en el tipo de cambio nominal, a su vez, se trasladan a precios (efecto pass through), generando inflación y desajustes en los precios relativos, con impacto en el salario real y en la dinámica del proceso productivo.

En tercer lugar, en caso de que finalmente se logre el tan ansiado un superávit comercial, el ingreso de divisas genera una expansión de la base monetaria que no tiene nada que ver con el financiamiento del déficit del Tesoro Nacional. Dado que estas divisas pertenecen al sector privado, el Banco Central emite dinero para comprarlas. Pero con una estructura productiva primarizada, extranjerizada y concentrada, un incremento en la cantidad de dinero que expanda la demanda agregada termina generando inflación, ya que, aunque se encuentren subutilizando su capacidad instalada, las empresas (sobre todo en mercados poco competitivos) optan por aumentar los precios antes que invertir para expandir la oferta y la capacidad productiva. Pero estas compras de dinero (mediante colocación de activos financieros) incrementan peligrosamente los pasivos del Banco Central, hecho que los agentes financieros observan claramente, exigiendo mayor tasa de interés para volver a entregar dinero a cambio de estas Letras (Leliq, Notaliq, etcétera). Este proceso mantiene el nivel de concentración y genera un impacto recesivo sobre el conjunto de la economía, absorbiendo recursos que no van a la economía real, y elevando las expectativas devaluatorias en vista de que sólo con una variación importante del tipo de cambio nominal el Banco Central puede sanear su balance patrimonial.

Como puede observarse, en las tres situaciones participan centralmente los dos problemas fundamentales a los que se ha conducido al país: su estructura económica y el alto nivel de endeudamiento externo. Dos aspectos que fueron infligidos deliberadamente por gobiernos que operaron a espaldas y en contra de la voluntad popular, y sostenidos sin repudio alguno por otros que, aunque se presentan como alternativas ideológicas, terminan consolidando la trampa en la que se encuentra la economía nacional.

Si se acuerda con este diagnóstico (por cierto, demostrado y explicado por destacados académicos) no deberíamos pensar que un programa de estabilización, por más exitoso que sea, podrá encauzar la economía nacional en un sendero de crecimiento y desarrollo sostenido. Incluso más, están dadas todas las condiciones para que cualquier programa de estabilización no supere estos obstáculos y fracase en el corto plazo, agudizando aún más la crisis económica.

Por lo tanto, la salida es una revisión radical del modelo económico, junto con un replanteo legal y financiero de los compromisos de deuda externa (pública y privada) y/o de la forma de afrontarlos. Claramente, dada la magnitud del desafío, no se puede esperar que la planificación y desarrollo de esta propuesta surja de algún equipo económico, por más famoso y experimentado que sea. Se requiere comenzar a trabajar inmediatamente en la definición y construcción de un plan económico para la liberación nacional de esta trampa, que integre una visión de estabilización de corto plazo, en el mientras tanto se desarrollan las intervenciones sobre la estructura económica que no pueden dilatarse más. No hay forma de hacer esto sin la iniciativa y la conducción del poder político al frente del sector público, integrando todas las fuerzas productivas, privadas, académicos y del tercer sector, poniendo el interés nacional por encima de los lobbies sectoriales y las estrategias electoralistas.

Este programa económico debe encarar definitivamente los negociados que siguen obstruyendo las posibilidades de generar riqueza, en un momento donde no se le puede pedir más sacrificios al pueblo. El país cuenta con numerosos recursos y áreas estratégicas donde puede operar en este sentido, pero nunca lo podrá hacer si ellas están cooptadas por intereses extraños dedicados sistemática e históricamente a explotar el trabajo y la riqueza del país.

Pareciera ser una utopía. Pero no porque sea imposible o porque nunca se haya realizado; sino porque tristemente la dirigencia actual está comprometida con el sostenimiento del actual modelo de país.

Puede ser que las alternativas electorales de 2023 no nos permitan encarar definitivamente el proyecto de liberación nacional que necesita el país; pero si el pueblo no pierde la esperanza y no baja los brazos, tarde o temprano contará sus éxitos. No debemos perder nuestra histórica vocación de vencer.

 

(*) fundacion@pueblosdelsur.org

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