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La primera encíclica social

Por: Pablo Yurman

El 15 de mayo de 1891 se conocía la encíclica Rerum Novarum (“De las cosas nuevas”, en castellano), mediante la cual el papa León XIII sistematizaba en un solo documento un conjunto de reflexiones y principios que la Iglesia venía elaborando desde hacía siglos, pero que en ese momento, ante las “cosas nuevas” surgidas luego de un siglo de liberalismo en el poder mundial y ante el desafío de un socialismo que de un momento a otro pasaría de los libros a los hechos, necesitaban un planteamiento orgánico, claro y contundente.

El Papa critica por igual al liberalismo individualista (que en materia económica ya entonces se designaba con el término capitalismo) como al socialismo colectivista, por constituir extremos ideológicos que, aunque habrían de presentarse luego como los grandes antagonistas del siglo XX, curiosamente coincidían en el fondo de la cuestión: ambos constituyen cosmovisiones materialistas que prescinden de Dios, de toda idea de trascendencia espiritual, y atentan contra la dignidad de la persona humana.

Palos al liberalismo

Llama la atención desde la lectura del primer párrafo de esta encíclica su lenguaje claro y simple, y su contundencia a la hora de analizar críticamente la realidad que se tenía frente a los ojos; la europea en particular, pero también la mundial, en general.

Así, León XIII no sólo describe el inhumano panorama, a fines del siglo XIX, de la acumulación de las riquezas en manos de unos pocos privilegiados a costa de la explotación poco menos que esclavista de una muchedumbre (¡pese a la pomposa abolición legal de la esclavitud!), sino que va mucho más allá de una simple descripción del fenómeno, explicando el origen del mismo.

Señala: “Vemos claramente, cosa en que todos convienen, que es urgente proveer de la manera oportuna al bien de las gentes de condición humilde, pues es mayoría la que se debate indecorosamente en una situación miserable y calamitosa, ya que, disueltos en el pasado siglo los antiguos gremios de artesanos, sin ningún apoyo que viniera a llenar su vacío, desentendiéndose las instituciones públicas y las leyes de la religión de nuestros antepasados, el tiempo fue insensiblemente entregando a los obreros, aislados e indefensos, a la inhumanidad de los empresarios y a la desenfrenada codicia de los competidores.”

Es clara la referencia efectuada por el Papa a que el liberalismo intentó suprimir todo vínculo entre las personas en ámbitos asociativos que no fueran el Estado mismo, afán en donde debe rastrearse la raíz de la desprotección de los obreros.

En efecto, una de las primeras medidas de los revolucionarios franceses fue, en nombre de los derechos individuales, suprimir los gremios de artesanos, es decir los actuales sindicatos de obreros.

A esa injusticia le suma León XIII el que nada ni nadie vino a “llenar ese vacío” de cobertura asistencial a los humildes.

Esto guarda coherencia con la visión minimalista que poseía el liberalismo del rol del Estado, un organismo meramente “gendarme” reducido a su mínima expresión.

Palos al socialismo

Al momento en el que el obispo de Roma escribía este documento sobre la situación social de los obreros, pese a que las obras de Marx y otros filósofos socialistas eran conocidas, lo cierto es que el socialismo no se había hecho con el poder en ninguna parte del mundo, cosa que recién ocurriría en 1917 en Rusia.

A pesar de lo señalado, León XIII critica el núcleo de pensamiento marxista y pronostica que lejos de solucionar la crisis, habría de profundizarla.

Lo dice en estos términos: “Para solucionar este mal [refiere al panorama antes descripto], los socialistas, atizando el odio de los indigentes contra los ricos, tratan de acabar con la propiedad privada de los bienes, estimando mejor que, en su lugar, todos los bienes sean comunes y administrados por las personas que rigen el municipio o gobiernan la nación. Creen que con este traslado de los bienes de los particulares a la comunidad, distribuyendo por igual las riquezas y el bienestar entre todos los ciudadanos, se podría curar el mal presente. Pero esta medida es tan inadecuada para resolver la contienda, que incluso llega a perjudicar a las propias clases obreras; y es, además, sumamente injusta, pues ejerce violencia contra los legítimos poseedores.”

El núcleo argumentativo contra la solución marxista, como lo desarrollará in extenso a lo largo del documento, radica, por un lado, en una objeción moral puesto que el derecho a la propiedad de los bienes es un derecho natural de la persona, aunque no absoluto o ilimitado en su ejercicio, y ésta no puede ser privada arbitrariamente del mismo, por más loables que sean los argumentos que se esgriman.

Pero, además, León XIII predice que la colectivización de los bienes es, al tiempo que injusta, económicamente inviable por su ineficiencia intrínseca, cosa que el propio marxismo se encargaría de demostrar con sus experiencias de “economía planificada” durante todo el siglo XX.

Y aquí dejamos para un próximo análisis de esta encíclica sus referencias al ejercicio de la propiedad privada y la relación entre capital y trabajo.

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