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Crónicas del caos

“La posverdad como estrategia de poder: una trampa perversa”

La "posverdad", ese fenómeno tan actual, fue la razón que catapultó a Donald Trump a la presidencia de EE.UU, y propició la victoria del Brexit -la opción para salirse de la Unión Europea- en Reino Unido. Una trampa perversa que, a poco de hurgar, desnuda grandes mentiras


Por Elisa Bearzotti / Especial para El Ciudadano

Días atrás, alguien de mi familia comentó que había decidido no colocarse la tercera y cuarta dosis de la vacuna contra la Covid 19 porque “total la pandemia ya pasó”. Cuando pregunté cuál era la base de su afirmación me dijo que los casos habían disminuido mucho (lo cual es una deducción constatable a través de la evidencia) y que también había disminuido su virulencia. Y acá veo un problema porque ¿cómo hace el ciudadano medio para saber la cantidad de muertos que deja hoy la Covid 19 cuando la pandemia ya está fuera de la agenda mediática? ¿Qué fuentes consulta? Y más importante aún ¿cómo analiza los datos encontrados? En realidad, esta respuesta muestra sólo una percepción guiada por la observación del entorno cercano, y lo que subyace en el fondo es el temor hacia la vacuna, esa cosa rara que nos meten en el cuerpo y que no sabemos cómo está hecha o qué efectos puede causar… como si supiéramos algo sobre el resto de las drogas legales que nos damos apenas nos ataca el primer resfriado… o si no hubiéramos experimentado un alivio definitivo frente a la primera dosis, cuando el terror a la muerte se había esparcido por todos los rincones y se podía oler en el aire. Aclaro también que mi pariente finalizó una carrera universitaria vinculada a las ciencias biológicas y que es una persona inteligente y sensata aunque… poco informada. Y justamente ese es el quid de la cuestión ¿por qué la gente no se interesa por la información veraz? Una de las posibles respuestas es que, debido a la enorme cantidad de fuentes informativas que existen en la actualidad, la confiabilidad de la noticia se ha visto perjudicada. Hoy por hoy es más fácil creerle algo al vecino de al lado (a quien conozco y respeto) que a un portal, un medio web, un periódico o (Dios me libre y guarde) a la televisión.

El fenómeno, ya ampliamente estudiado, generó la aparición de un neologismo: “posverdad”, designada en 2016 como la palabra del año por el prestigioso diccionario de Oxford, quien la define como el fenómeno que se produce cuando “los hechos objetivos tienen menos influencia en la opinión pública que los que apelan a la emoción y a las creencias personales”. Pero, ¿qué significa esta nueva definición del mundo para los académicos y científicos que se ganan la vida tratando de establecer hechos objetivos? La mayoría mira con horror la posibilidad de un mundo dominado por la posverdad, y hacen una advertencia sobre la “corrupción de la integridad intelectual” y el daño “del tejido completo de la democracia” que implica. Es por esto que el término ha sido utilizado para tratar de explicar el instinto y la sensación anti-establishment que catapultó a Donald Trump a la presidencia de EE.UU, y propició la victoria del Brexit -la opción para salirse de la Unión Europea- en Reino Unido.

Desde aseverar que el planeta Tierra tiene una forma plana, negar el holocausto judío, o defender de manera irrestricta las teorías conspirativas más descabelladas (una puesta a punto de la posverdad), la diversidad de planteos posee siempre un mismo hilo conductor: el completo y total rechazo hacia las evidencias científicas. Por eso, el término le viene como anillo al dedo a Donald Trump, un individuo grotesco y fabulador, a medio camino entre personaje de dibujo animado, participante de Gran Hermano, comediante fallido y conductor de talks show, que sin embargo llegó a gobernar el país más poderoso del mundo a fuerza de inventos y mentiras y, con completa desfachatez, no dudó en emplear todos los medios a su alcance para hacer que la realidad respondiera a sus disparatados criterios. Esta semana por ejemplo, se confirmó que durante su gobierno, el personal de la red estatal de Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC) de Estados Unidos fue intimidado por la Casa Blanca para cambiar los datos relativos a la pandemia en ese país. Un informe del Congreso puso en evidencia las “medidas sin precedentes” utilizadas por los emisarios de Trump para conseguir que se “refutaran los informes científicos de los CDC, incluyendo la elaboración de artículos de opinión y otros mensajes públicos diseñados para contrarrestar directamente sus hallazgos” y evitar que se diera información precisa sobre el coronavirus. Los investigadores entrevistaron a una docena de funcionarios actuales y anteriores de los CDC, así como a altas figuras de la administración, y lograron confeccionar un documento de 91 páginas donde se describe cómo los funcionarios de Trump trataron de “alterar el contenido, rebatir o retrasar la publicación” de 18 números de la revista científica que publica semanalmente el organismo, consiguiéndolo en al menos cinco ocasiones.

Por otra parte, también en estos días una comisión parlamentaria del país del norte decidió por unanimidad citar al ex presidente para que testifique bajo juramento sobre su participación en el asalto al Capitolio del 6 de enero de 2021, durante el cual una turba enloquecida entró por la fuerza a la sede del parlamento estadounidense, dejando un saldo de 5 muertos y decenas de heridos. La citación motivó una dura respuesta por parte de Trump escrita en Truth Social -la red social que creó para contrarrestar su expulsión de Twitter y Facebook por sus mentiras sobre las elecciones- donde volvió a cargar las tintas con acusaciones de fraude electoral, reiteró sus teorías conspirativas sobre los comicios y arremetió contra los miembros de la comisión a quienes acusó de gastar “cientos de millones de dólares en lo que muchos consideran una farsa y una cacería de brujas”.

Al parecer, en el mundo dominado por la posverdad nadie está a salvo. Incluso un país con alta tradición democrática como EE.UU resultó susceptible a las falacias de un personaje peripatético, que logró ascender hasta las más altas instancias de poder a pesar de su aspecto de bufón. Sin embargo, la fortaleza de sus instituciones es un reaseguro del sistema y tenemos la esperanza de que, luego de estas acusaciones, el títere mediático quede desactivado para siempre. Pero no ocurre lo mismo en otros países con mecanismos más débiles, instituciones corroídas por la corrupción, y economías dependientes de las arcas estatales. Allí (y aquí) el peligro es mayúsculo, porque la manipulación de la posverdad puede hacernos perder el rumbo, desoír las propuestas de los candidatos moderados y apoyar a otros que se dedican a utilizar la “grieta” como estrategia de campaña. Una trampa perversa, que no ayudará a resolver ninguno de los problemas que nos aquejan y sólo será portadora de una nueva esperanza fallida… una trampa que deberíamos empezar a desactivar.

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