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La pata civil de la última dictadura

Por: Jorge Boccanera

1976. El golpe civil, libro del escritor Vicente Muleiro, ubica en la usina de la última dictadura argentina a grupos civiles como protagonistas de la asonada que impulsó un rediseño social con anclaje en el despojo económico y la aniquilación de distintas formas de resistencia.

Editado por Planeta, el libro desmenuza incluso con nombres y apellidos este “combo militar-civil”, que por un lado secuestra, encarcela y asesina opositores, mientras coloca al Estado en base a transferencias y subsidios, al servicio de los grupos económicos dominantes.

Uno de los personajes principales del libro es José Alfredo Martínez de Hoz, quien a cinco días del golpe asume como ministro de Economía y a quien Muleiro califica como “jefe civil del golpismo”: “Tiene 20 años cuando se produce la sorpresa del peronismo en 1945; preside el Ateneo de la Juventud Democrática Argentina (Ajda), núcleo inaugural del golpismo de la segunda mitad del siglo XX en el país”, apunta el autor a Télam.

“Después será funcionario de la Libertadora –agrega–. Mientras asciende en directorios de empresas y en la actividad gremial empresaria, es ministro del gobierno títere de José María Guido y referente del liberalismo conservador vinculado a David Rockefeller”.

Las diferencias entre líneas castrenses –Jorge Videla más aferrado al conservadurismo liberal; Guillermo Suárez Mason y Luciano Benjamín Menéndez con rasgos fascistas, y Emilio Massera con su proyecto de heredar el “Proceso”– se van a reproducir en los grupos civiles con posiciones que van del nacionalismo católico al liberalismo desarrollista y se “desdibujan a la hora de acordar en la represión feroz. Muchas pujas eran por espacios de poder y por negocios”, sostiene Muleiro, quien define a su libro como “una historia del mal en la Argentina”.

Sobre este concepto explica que fueron los organismos de derechos humanos los que comenzaron a utilizar la figura filosófica del “mal radical”, con respecto al golpe; y habla de un “jurista filoalfonsinista”.

“Sí, Carlos Nino, que fue el que definió al juicio a las juntas como «Juicio al mal absoluto»; un mal que en la Argentina representan aquellos que suprimen las mediaciones civilizadas, se apropian desde el Estado de los bienes y las vidas de otros, rearman una explotación infinita del más fuerte sobre el más débil y son inmisericordes ante el dolor ajeno”, explica.

Según la pormenorizada investigación de El golpe civil, los grupos económicos no nacen con el golpe. Muleiro parafrasea a Jauretche, quien “hablaba de «la brigada de los empujadores», de los que decían «animémonos y vayan» para referirse al golpismo de los 60 y 70”.

“Pero en el 76 los civiles van más allá: arman la Asamblea Gremial Empresaria (Apege) al sólo fin dictatorial, en la que confluyen los grandes grupos empresarios y la Sociedad Rural. Ahí juegan fuerte Jorge Aguado, Jorge Zorreguieta, Armando Braun, Celedonio Pereda y Osvaldo Cornide, entre otros”, recuerda el autor.

Las opiniones divergentes que pudieron suscitarse entre los jerarcas militares acerca del papel de estos grupos civiles en la toma de decisiones –un debate que contemplaba un perfil más desarrollista, más heterodoxo– las zanjó Videla quien, según Muleiro, iba a imponer “un proyecto excluyente y antipopular con Martínez de Hoz a la cabeza”.

El golpe civil alude también a posiciones cómplices del seno de partidos políticos tradicionales: “Videla acerca civiles con el objetivo de ir preparando su propio armado político; en su mayoría de los partidos provinciales conservadores, del radicalismo y la derecha peronista”, indica.

Aunque el libro no desarrolla el accionar de todo el arco social de opositores al golpe (ni las secuela de la conmoción en el tejido social), el autor deja en claro el lugar principal que jugaron Madres de Plaza de Mayo y los organismos de derechos humanos: “Mi libro hace foco en la complicidad civil y sólo tangencialmente en la resistencia civil”.

“Desde ya que hubo organizaciones y partidos de izquierda y del peronismo que tuvieron actitudes de resistencia muy valientes.  También en el arco político más establecido (Raúl Alfonsín, Deolindo Bittel, Carlos Auyero, Luis Zamora). Pero el ariete de la resistencia fueron las organizaciones de derechos humanos”, asegura.

Un capítulo entero de El golpe civil dedicado a Papel Prensa pone el dedo en la llaga de un punto que resume el accionar de la represión: extorsión, negocios turbios, hijos robados, censura, prensa corrupta.

“Desde ya. El caso condensa muchas variables del «Proceso»: secuestros, muertes, desapoderamiento de empresas, proceder mafioso, creación de un monopolio. El traspaso accionario es de una impronta criminal tan evidente que compromete, además, a todos los estamentos judiciales que estuvieron cerca de la causa y la paralizaron”, indica Muleiro.

Además de empresarios, prelados, intelectuales y asesores, el libro señala el vínculo poderoso de un poder judicial que “con honrosas excepciones –aclara el periodista– se sintió muy cómodo con la dictadura”.

“Rechazaron hábeas corpus con piloto automático, y hubo jueces que bajaron a los chupaderos. Muchos abogados de los grandes estudios que fueron entusiastas funcionarios, como Alberto Rodríguez Varela y Jaime Smart, están siendo investigados por delitos de lesa humanidad”, acota.

El libro es un amplio registro del itinerario de los “civiles cuarteleros”, y su capacidad de reciclaje en tiempos de democracia: “La dictadura consolida grupos económicos como Bulgheroni, Socma, Pérez Compac, entre otros”, sostiene.

En esa dirección, agrega el escritor, “en el menemismo vuelven a la gloria con traspasos rentísticos y negociados como los de YPF y las AFJP y muchas de sus figuras retornan a la administración pública, como Domingo Cavallo”.

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