Coronavirus

Crónicas de cuarentena

La pandemia como advertencia de futuros horrores: quien quiera oír que oiga

A pesar de la debacle provocada por la pandemia de coronavirus, el cambio de rumbo evidenciado por una de las economías más poderosas del mundo alimenta la ilusión de un mañana sostenible. Quizás sea la última apuesta para que la humanidad perdure en armonía con todas las especies de la Tierra


Elisa Bearzotti

 

Especial para El Ciudadano

 

Si bien en nuestro país el clima electoral va cubriendo todo el universo noticioso, tiñéndolo de sinsabores (como el de nuestro querido Alberto que sigue atragantado con la torta de cumpleaños de Fabiola) y/o adornándolo con promesas (en su mayoría vanas), el resto del mundo se debate entre la advertencia punitiva y los actos de seducción, con el objetivo de atraer a los indecisos que aún no se han inoculado contra el Sars-CoV-2. En medio del difícil panorama que dibuja la variante delta –que ya ha provocado una nueva y preocupante ola de contagios en Estados Unidos, Japón y Rusia, generando los peores números desde el inicio de la pandemia– lograr convencer a la población resistente resulta una estrategia imprescindible para disminuir las restricciones, impulsar la libre circulación de personas y mercaderías y, de este modo, activar las golpeadas economías del planeta.

En Japón, las autoridades sanitarias notificaron más de 20.000 nuevos casos diarios de coronavirus, un balance inédito desde el inicio de la pandemia, con un récord en la capital, Tokio, de más de 5.700 contagios que ponen a su sistema sanitario en tensión. “Nos enfrentamos a la mayor crisis desde que comenzó la pandemia, equivale a un desastre”, alertó la gobernadora de Tokio, Yuriko Koike, en una audiencia pública en la que llamó a la población a extremar las precauciones “para proteger su vida”. Rusia, en tanto, reportó nuevos casos que elevaron el número de fallecidos a casi 170.000, cifra asociada sobre todo a la variante delta, pero también a la lenta campaña de vacunación, no por falta de dosis sino por la desconfianza de una parte de la población hacia los fármacos.

En Estados Unidos, según lo indicado por la agencia de noticias Télam, el promedio de contagios diarios se incrementó en más de 110.000, lo que representa una suba del 25,5% en apenas una semana. También las hospitalizaciones han subido al punto más alto en seis meses, ingresando cada día alrededor de 9.300 pacientes, el mayor número desde abril de 2020. La peor noticia es que, a diferencia de los rebrotes pasados, donde las personas mayores eran la mayoría de los casos graves, esta nueva ola está afectando a los más jóvenes. Hasta el momento, Estados Unidos sigue siendo el país más golpeado del mundo por el flagelo, con 36,2 millones de contagios y 618.000 muertes, por encima de India y Brasil, según los últimos datos oficiales.

Junto a estos números, que seguramente acompañan el desayuno del presidente Joe Biden cada mañana, otros aún más preocupantes encendieron las alertas mundiales en estos días. Me refiero al informe preliminar presentado por el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) de las Naciones Unidas advirtiendo sobre el “impacto irreversible” y el peligro para la humanidad que representa el límite del calentamiento global de +1,5°C fijado por el Acuerdo de París. “La vida en la Tierra puede superar un cambio climático de envergadura evolucionando hacia nuevas especies y creando nuevos ecosistemas. Pero la humanidad no puede”, sostiene el resumen técnico de este borrador de 137 páginas. El informe, al que tuvo acceso la agencia gala AFP, es poco alentador: para los próximos años pronostica escasez de agua, hambre, enfermedades, extinción de especies, éxodos y ciudades sumergidas por la crecida de los océanos, afirmando además que un aumento de la temperatura superior a 1,5ºC podría provocar “progresivamente consecuencias graves durante siglos, siendo irreversibles en algunos casos”.

“Los niños que nacen hoy sentirán con fuerza ese impacto negativo antes de cumplir los 30 años”, sostienen los expertos.

Parece que el catastrófico pronóstico finalmente logró atravesar las barreras negacionistas de los gobiernos de turno, y hace unos días Joe Biden definió por decreto un destacable objetivo: la mitad de los automotores nuevos que se vendan en el país del norte deberán ser eléctricos y de “emisión cero” para 2030. El texto sostiene que “Estados Unidos debe liderar la producción de automóviles y camiones limpios y eficientes”. “Es política de mi administración promover estos objetivos para mejorar nuestra economía y la salud pública, impulsar la seguridad energética, asegurar los ahorros de los consumidores, promover la justicia ambiental y abordar la crisis climática”, subrayó Biden. Al presentar la norma en los jardines de la Casa Blanca, donde había automóviles eléctricos estacionados, dijo que estos representaban “una visión del futuro que ahora está comenzando a suceder”. “El futuro de la industria automotriz es eléctrico, es eléctrico y no hay retorno; la cuestión es si vamos a liderar o quedar rezagados”, remarcó el mandatario.

La buena noticia vino acompañada de otra, ya que, luego de este anuncio, el Senado de ese país dio media sanción –tras una sesión maratónica y en una votación ajustadísima de 50 a 49– a un plan de gasto social por 3,5 billones de dólares, destinados fundamentalmente a importantes inversiones en salud, educación y lucha contra el cambio climático en la próxima década. Los gastos contemplados en el plan serán cubiertos por una suba de impuestos a personas de altos ingresos y a las grandes corporaciones, cuestiones espinosas y que generaron el rechazo de la oposición republicana. El proyecto incluye medidas contra el calentamiento global, actualiza el estatus de residencia de millones de trabajadores migrantes y propone la cobertura de la matrícula por dos años en universidades públicas, entre otras cosas.

El resumen de la semana desde la óptica de estas crónicas muestra un escenario de luces y sombras: junto a la debacle pandémica que sigue aterrorizando con el aumento de contagios y muertes, la resistencia de parte de la población a inocularse, y el oscuro pronóstico de los expertos sobre las consecuencias del calentamiento global, asoma también una tímida esperanza de resurrección planetaria. El cambio de rumbo evidenciado por una de las economías más poderosas del mundo alimenta la ilusión de un mañana sostenible, donde la humanidad pueda continuar desplegando sus talentos en armonía con todas las especies de la Tierra, compañeros de ruta en el devenir evolutivo y artesanos de un mismo futuro. Una realidad que debemos construir sin demora, sin grietas ni disputas ideológicas… la pandemia nos está advirtiendo sobre la medida de la interdependencia humana: sería mejor no desoírla.

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