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“La música es una promesa de comunidad emancipada”

La cantante Liliana Herrero presenta en la ciudad “Imposible”, en el que, a su modo, revisita temas de la tradición folclórica.


Nunca un puerto en el cual desembarcar, sino mejor un muelle del que puedan partir todos los barcos, los propios y los ajenos. Un camino que se reconstruye a partir de la memoria, que se unifica y se bifurca lleno de preguntas y casi sin pensar en las respuestas. Liliana Herrero tiene un disco nuevo, profundo y sobrecogedor, que en sí mismo encierra una metáfora y se interroga: ¿qué es lo “Imposible”?, quizás se trate del rescate de las palabras dichas, una parte de la obra de un puñado de autores que ya no están pero siguen estando. “Imposible es el abismo de un tiempo de espera donde vibra la esperanza”, sostiene Herrero acerca de este material, editado a fines del año pasado, que esta noche, a las 21, presentará en el Teatro de la Plataforma Lavardén (Sarmiento y Mendoza).

El recorrido musical inquieto y revisionista de Liliana Herrero, que ya lleva algo más de tres décadas, se revela en sí mismo como un corpus de obra para repensar las aristas de la música popular argentina. De hecho, en Imposible aparecen diez piezas que revisitan parte de la geografía musical vernácula, que en todos los casos fueron creadas por músicos y autores que ya no están.

El cancionero, registrado en vivo, abre con la zamba “Carita morena” (Juárez-Quiroga), para dar paso a la vidala “Imposible”, creación de Juan Carlos Franco Páez. De Atahualpa Yupanqui, toma dos clásicos capaces de ser resignificados aunque no parezca una tarea sencilla. Se trata de “Luna tucumana” y “Chacarera de las piedras”. Mientras que del Cuchi Leguizamón también fueron dos pequeñas joyas: “La chaya de la albahaca” (con texto de Armando Tejada Gómez) y “Lavanderas del Río Chico”. La dupla Eduardo Falú-Manuel J. Castilla se revela con su zamba “La Catamarqueña”, a lo que se suma la belleza y profusión de Juan L. Ortiz en su poema musicalizado “Villaguay vidalita de la vuelta”. Para el final del relato, los elegidos fueron “Tiempo del río largo”, de Chacho Muller, y “La Noche”, de Buenaventura Luna.

Como en el disco, esta noche en la Lavardén, donde no faltarán otros clásicos hasta remontarse a Recuerdos de provincia (2003), acompañará a Herrero un equipo de músicos que va camino a convertirse en un clásico, integrado por Pedro Rossi (guitarra y arreglos), Ariel Naón (contrabajo y arreglos), Martín Pantyrer (clarinete bajo) y Mario Gusso (percusión y arreglos).

Al mismo tiempo, la artista se prepara para festejar, en 2017, los 30 años de la salida de su primer disco solista. “Cuando se cumplieron veinte, armé un festejo que se llamó Todos estos años de gente; se vendrá, para los 30, una segunda parte. Y, por otro lado, pienso en un disco con canciones de Fito Páez, doce temas elegidos por mí, poco conocidos, que debería llamarse Rosario”, adelantó.

—Algunos sostienen que es tu disco más folclórico; ¿lo ves de ese modo?

—Es un disco que lo pensé mucho tiempo: soy larguera, estuve más de un año trabajando; es algo que me sirve para pensar otra sonoridad, contrastar esa sonoridad con el disco anterior. De hecho, Imposible (2015) tiene un sonido completamente diferente al de Maldigo (2013). Y sí, en este material tomé la obra de un puñado de autores inscriptos exclusivamente en la tradición del folclore, lo cual no implica que haya dado como resultado un disco folclórico.

—¿A qué atribuís ese corrimiento del sonido original de esas piezas, algunas muy populares, aquí revistadas con una hondura muy particular?

—Sucede que es un disco que está interrogado, intervenido, que está “preguntado”, porque de algún modo le pregunté a Yupanqui, al Cuchi Leguizamón, al Chacho Muller, a todos estos autores sobre sus obras, que es un poco el mecanismo que siempre pongo a funcionar, pero quise hacer este disco con un sonido casi de cámara, siempre con los mismos instrumentos: trabajamos con una guitarra de siete cuerdas, un clarinete bajo, percusión y contrabajo. Me pareció que ese era el sonido que quería, el que buscaba; para estos tiempos quería un sonido memorioso y austero, no quería ninguna estridencia. Claramente necesitaba buscar en esas honduras que me gustan mucho.

—Para presentar el material, hablás de “el abismo de un tiempo de espera”…

—Es que este es un tiempo de espera, de algún modo, abismal, oscuro; de todos modos, creo que en esa hondura, en esa oscuridad, centellea algo; siempre hay, tanto en los pueblos como en las personas, algo que podríamos llamar esperanza: aunque no se concrete siento que es una idea que no debemos abandonar nunca. Aunque nada se consiga, no me desagrada pensar en esos términos. Yo logré hacer este disco en este tiempo de espera. Empecé a trabajar mucho antes de los acontecimientos políticos que vive el país en estos meses; ni siquiera sé si hay una correspondencia exacta.

—De todos modos, cuando un artista se hace ciertas preguntas, con su propuesta, se suele adelantar a su tiempo. Quizás por eso el disco se revela como una caja de resonancia de un presente donde muchas cosas se volvieron “imposibles”.

—Sí, en ese sentido, este disco es una caja de resonancia, se transformó en eso más allá de que no fue hecho con esa intención, aunque sí pensé en una memoria que había que volver a pensar. Como país, nosotros tenemos una memoria musical, poética y política muy alta, y por eso tuve esta necesidad de cantar chiquitito. Por ejemplo: la versión de “Chacarera de las piedras” está casi susurrada; lo pienso y digo que quizás tenga que ver con intentar una forma casi de cantar en secreto, esa fue la idea que fue apareciendo. Es un disco, como los otros, hecho con los compañeros, con los músicos, por eso digo que es un trabajo colectivo. La música es una promesa de comunidad emancipada. La música no es un acto individual; es una conversación preciosa entre personas y sonidos, una conversación eterna, infinita. Y entonces, cuando nos juntamos todos y nos ponemos a pensar un repertorio, y le vamos buscando la sonoridad, aparecen esos autores como (el poeta) Juan L. Ortiz, que es mi infancia pura en Entre Ríos; me gustó revisar esa vidalita preciosa con letra de su poema, que se llama “Villaguay, vidalita de la vuelta”. Villaguay es el pueblo donde yo nací. Y así todo, porque Imposible es un disco de diez temitas hecho bajo dos consignas: austeridad y memoria. Lo único por fuera de ese formato con esos músicos, en el disco, es la convocatoria a Lilián Saba, no para que tocara sino para que hiciera el arreglo y dirección de un tema del Cuchi Leguizamón, “Lavanderas de Río Chico”. Tampoco pude hacer otra cosa en lo personal con el Cuchi después del disco que hicimos con Juan Falú, Leguizamón-Castilla (2000), que fue un homenaje y es un disco muy poderoso, eterno.

—En ese retorno a Villaguay, al pueblo chico, a esa “Patria que es la infancia”, ¿sentís que el material encierra también el concepto de resistencia a un tiempo de cambio que estamos transitando?

—El cambio ya está entre nosotros, existe; más allá de eso, siempre está latente la idea de regresar al lugar donde uno nació como está latente el deseo de regresar a Rosario, que es mi otra ciudad, y así pensar en volver alguna vez. Yo no sé si voy a volver, pero ese es también un “imposible” que me gusta sostener como un deseo.

 

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