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La importancia de darse cuenta

Por: Ricardo Caronni desde Ginebra

Darse cuenta es el título de una de las tantas maravillosas películas argentinas. Si no la vieron, consíganla en algún videoclub. Vale la pena y me pareció un título adecuado y hasta coincidente para lo que les voy a contar.

Estoy leyendo un libro de cuentos de John Irving (cuyo título original es Other people’s dreams) que en la edición francesa de Seuil, se titula Les rêves des autres, es decir Los sueños de los otros. Como ocurre en varios libros de cuentos, el título de tapa es el título de uno de ellos.

En francés son “nouvelles”, es decir algo que es un poco más extenso que un cuento y que no tiene traducción precisa en español. En inglés serían “short stories”. Pero no creo que en español las podamos llamar “historias breves”.

Esta aclaración vale para lo que están leyendo ustedes mismos ahora, aparentemente influido por la cadencia del relato de Irving.

Por mi parte, antes de haber leído esta nouvelle de Irving, escribí en mi libro Besos no dados, que apareció en octubre pasado, editado por la UNR Editora, un cuento en que el protagonista termina pegándole a un perrito de un cuidador de garaje porque se cansa de que cada vez que el protagonista pasaba, le ladrara de golpe, asustándolo.

Poco tiempo después el cuidador muere y el narrador descubre que el hombre ya estaba enfermo de muerte en el momento en que él le pegó a su perro.

En el mismo cuento, el narrador se había sentido muy feliz habiendo visto a un colibrí volando cerca de su nido y también a unos excelentes bailarines cubanos ejecutando sus danzas. Y comparando el pájaro con los bailarines se sentía agradecido a la vida por tanto deleite de los sentidos.

Cuando supo de la muerte del cuidador y por ende de su imposibilidad de disculparse por haberle pegado a su perro, le dedicó ese recuerdo de felicidad y deleite “dondequiera que el hombre y el perro estén, aunque el perro fuera una verdadera mierda de perro”.

Pero ahora, volvamos a Irving. Y veamos cuál es la relación que busco con el cuento de mi libro al que me referí.

Irving contextualiza su historia con un esbozo de autobiografía parcial de su infancia en la que finalmente toma protagonismo Piggy Sneed que termina siendo el leit motiv, el personaje central del cuento o nouvelle: “¿Hay que salvar a Piggy Sneed?”.

El tal Piggy es un basurero que recogía los desechos orgánicos de las casas del barrio de la infancia de Irving, es decir los restos de comida y los residuos de papas, naranjas, verduras, cáscaras de huevo, etc. De una manera bien original ya que en el camión en que los pasaba a colectar, transportaba varios cerdos que iban comiendo a medida que él volcaba los tachos con los residuos.

El mismo Piggy (cerdito, en inglés) tenía un criadero de cerdos en su vivienda bien modesta y vivía en una cierta promiscuidad, no con ellos sino entre ellos.

Piggy era un pobre hombre solitario y de escasísimas luces al punto que no hablaba y soportaba las bromas y las crueldades de los niños del vecindario sin reacción, salvo el miedo o la sorpresa.

En un momento se incendia su cabaña con él y sus animales adentro. El narrador, ya adolescente, formaba parte de los bomberos voluntarios del pueblo que van a apagar el incendio. Una vez logrado, entre los restos, ni él ni sus compañeros logran descubrir si Piggy ha muerto o no y entonces el narrador prefiere construir una historia muy imaginativa sobre los orígenes extranjeros y las intenciones de Piggy de salirse de su modo de vida e irse a instalar en Florida con todos su ahorros, etc. Se la transmite a sus compañeros, que también siendo niños se habían burlado de Piggy, hasta que todos la aceptan y la comparten.

Una forma de calmar sus sentimientos de culpa por haberse burlado, siendo pequeños, tanto y tan cruelmente del pobre hombre. Y también una forma de construir un final feliz para su short story que salvara la vida al personaje real y de ficción. (“Un poco de verdad no le hace ningún mal a un relato”, dice Irving).

Sin embargo, llegan los peritos y buscando más a fondo, descubren entre los de sus cerdos los restos carbonizados de Piggy. Cuando el narrador pregunta a esos adultos sobre el origen de Piggy, le dicen que había nacido en el mismo barrio que él, que era huérfano y con dificultades mentales severas.

Es entonces al narrador mismo a quién le piden que lo saque y lo ponga en esas bolsas plásticas para muertos. Al volver a su casa le cuenta a su abuela (“que fue durante siete años mi verdadera madre”) lo sucedido y lo que él había imaginado para su relato.

Escribe Irving: “Los estudios sobre literatura inglesa de mi abuela, la habrían quizás persuadido que el escritor es un ser destructor, sin fe y sin ley. Entonces yo le conté toda la historia del incendio y le expliqué que si yo hubiera podido inventar una versión suficientemente convincente, suficientemente creíble, de alguna manera yo habría salvado a Piggy Sneed”.

“Pero se daba el caso –sigue Irving– que mi abuela era una yanqui, que además era la decana de los diplomas de literatura inglesa de Wellesley. Entonces las propuestas fantasiosas y rebuscadas, sobre todo si tienen una vocación estética, no iban con su estilo…”.

“A pesar de todo, –sigue contando Irving– le hice remarcar que su propia amabilidad hacia Piggy Sneed, tratando de conversar un poco con él, cada vez que le entregaba los residuos de su casa, además de la precariedad bastante específica de la condición humana de Piggy Sneed y la noche del incendio en sí misma, me habían permitido descubrir el poder de mi propia imaginación, etc. Mi abuela me interrumpió y con más piedad que deseo de ofenderme, me palmeó la mano mientras sacudiendo la cabeza me decía: «Johnnie, mi querido, lo que yo veo es que te hubieras ahorrado muchas de esas preocupaciones, si simplemente hubieras tratado un poco más humanamente al señor Sneed mientras estaba vivo»”.

Y entonces Irving pone en el párrafo final de su nouvelle: “A falta de eso, me parece que el trabajo del escritor podría ser quemar a Piggy Sneed, además de intentar salvarlo, ahora y cada vez. Por siempre”.

El narrador es un héroe imperfecto porque ha tenido infancia y, ahora, adolescente, queriendo perseverar en esa infancia se muta en un antihéroe. Que sin embargo logra darse cuenta, toma conciencia que “un escritor no puede ser (pero está claro que también sí puede serlo) un destructor, sin fe y sin ley”.

Tal como su compatriota Raymond Carver le hace dar cuenta en el final de su cuento “No es gran cosa pero hace tanto bien”, al personaje del panadero, que el infinito dolor es al menos mínimamente atenuable con un gesto simple de humilde generosidad.

Tal como Victor Hugo en Los miserables, redime a los que solamente han vivido para sí, con un gesto de impulsiva generosidad de un previsor intendente.

Tal como todos aquellos que apostamos a que la “supervivencia del más apto” consiste en sentir hasta la médula el infinito dolor del hermano de especie más débil. Y ayudarlo. Y que la verdadera fortaleza del “más apto” consiste en actuar en concordancia para atenuar la dolorosa condición de ese hermano más débil, tratando un poco más humanamente al señor Sneed –y al cuidador del garaje– mientras está vivo. Ahora y cada vez.

Siempre.

Y no se olviden de sacar Darse cuenta del videoclub de su barrio.

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