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La ensoñación del ministro Alak

Por: Carlos Duclos

Acostumbrados a aquello que se da por cierto pero es irreal; es decir preparados para los espejismos políticos, algunos argentinos han tomado las declaraciones del ministro de Justicia y Seguridad de la Nación, Julio Alak, quien aseguró que el delito ha mermado desde hace siete años en el país, como una de las tantas proclamas, discursos y palabrerío político desprovisto de seriedad. Para expresarlo de otra forma y simplemente, la aseveración del funcionario ha caído como un índice falso más en el marco del festival de macanas que inauguró el Indec hace cierto tiempo. No hubo reacciones airadas por parte de la sociedad como hubiera acontecido en otras épocas, y las palabras fueron absorbidas con esa displicencia, esa indiferencia, tan propia de corazones tan arrugados por la injusticia como resignados.

Claro que en otros ambientes de la sociedad argentina las declaraciones del ministro, de bajo perfil, cayeron como un balazo más en la dignidad y capacidad de discernimiento de los ciudadanos, que han considerado sus palabras como un desplante a la verdad y una bofetada a la visión de la realidad. Alak, sin prurito, ha dicho ante algunos diputados, y ante el país todo, que a partir de 2003, “se cortó el crecimiento del delito” y que, según las últimas estadísticas oficiales, referidas a 2008, el crimen disminuyó 37 por ciento durante los gobiernos de Néstor y de Cristina Kirchner.

Este mensaje descalabrado del ministro, recuerda a esa “sensación” con la que querían disfrazar algunos juristas argentinos el delito in crescendo hace unos años. Era entonces cuando la ola de robos y homicidios comenzaba a elevarse y arrastraba a los argentinos a inaugurar la era de las rejas y alarmas en las viviendas. Claro que la ola era de tal magnitud, tan contundente, que el tsunami al fin terminó por ahogar los disparates devenidos sensaciones.

Dejando de lado ya las crónicas cotidianas que informan de los delitos en cuanto a cantidad y gravedad, apartando de la mesa del debate el informe periodístico, bien puede decirse que difícilmente exista un argentino que no sepa de un familiar o amigo que haya escapado a la triste e indignante circunstancia de haber sido víctima de un crimen.

No en vano Carolina Píparo, la mujer embarazada, asaltada y a la que le mataron el bebé, quiere irse del país; no por capricho el fiscal de la causa, Marcelo Romero, ha expresado: “Más allá de que el gobierno diga que el delito no aumentó, creo que sí aumentó. Desde mi lugar, creo que aumentó en cantidad y gravedad”. Tampoco por casualidad comerciantes y vecinos de nuestra ciudad se congregaron anteayer en varias esquinas  para protestar por el insoportable embate delictivo.

Ni qué decir, desde luego, del narcotráfico que ha logrado consumar un ejército infernal de adictos pobres, que para satisfacer sus necesidades autodestructivas no tienen más recurso que salir a robar revólver en mano.

Sin embargo, y ante la cruda realidad que dice (según estadísticas de instituciones especializadas) que en los últimos diez años murieron más personas que las que mató el nefasto régimen militar, Alak, en sintonía con el Indec-ente, ha dicho que no hay cáncer sino una simple jaqueca que va disminuyendo al ritmo de la aspirina. Una ensoñación no sólo del ministro, que les cuesta a los argentinos, ¡y cuánto!

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