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La biología de los seres vivientes

Por: Guillermo Urbaneja


El cerebro es la estación central de comando, y la enfermedad es un programa que el cerebro puede “encender” en circunstancias de tensión extrema (estrés) o un conflicto muy significativo experimentado por algún ser viviente. El cerebro, también, puede “apagar” este mismo programa de enfermedad cuando el conflicto que provocó la enfermedad del ser viviente haya sido resuelto o eliminado.

La enfermedad es una solución lógica de supervivencia, generada como respuesta a un shock emocional que supera cierto nivel psicológico de tolerancia. Si ante esta conmoción extremadamente brutal e inesperada, “vivida” dramáticamente en soledad y no expresada, el sujeto “no reacciona” para encontrar una solución bajando así su nivel de estrés, el cerebro en segundos busca una salida lógica-biológica para mantener con vida al humano. La enfermedad se programa en un instante.

También puede suceder que un sujeto está inmerso en un “conflicto psicológico agudo, permanente”, o en un estrés “abrumador constante” (continuamente activo) programando una enfermedad, siendo esta la situación más frecuente en la que se encuentra el ser humano.

Según Carl Jung: “La enfermedad es el esfuerzo que hace la naturaleza para curar al hombre o, dicho de otro modo, no curarás tu enfermedad, será ella la que te cure”.

Cada enfermedad lleva un mensaje muy preciso al que la padece, un mensaje sobre su propia vida como sujeto que forma parte de un clan y de una especie. Los síntomas son símbolos que representan un lenguaje pleno de sentido, y es en este lenguaje en el que se oculta el camino hacia la compresión del sentido biológico del síntoma, de la función “única” de una patología “particular”, en un momento “puntual”, luego de “determinada” “vivencia” en un ser viviente “concreto”. Nos puede servir para entender aún más lo anterior, cuando analizamos el contenido emocional de frases comunes, repetitivas, de nuestro diario vivir como por ejemplo: cuando “sentimos” bronca o fuerte enojo ante una persona y decimos “…a ese no lo trago” o tal vez cuando “vivimos” una traición y decimos: “…no puedo digerir/tragar lo que fulano/a me hizo” o “cuando vivenciamos la indignación por un suceso o por una persona y exclamamos “… es tal la indignación que siento, que no puedo decir una palabra…”. El cerebro, ante estas “vivencias” que producen un excesivo nivel de estrés, responderá en un instante bajando esa tensión hacia alguna parte del cuerpo que mantiene estrecha relación con la calidad de la vivencia experimentada (en los casos citados puede ser en boca, esófago, cuerdas vocales, estómago, etcétera).

El cerebro, “la mente inmortal”, según Joe Dispenza, es un espacio atemporal, multidimensional, amoral, para él lo imaginario y lo simbólico tienen el estatuto de “real”. Es la computadora más perfecta, hasta ahora, “jamás” creada por el hombre. Su disco rígido está “cargado” con todos los programas de supervivencia que hemos ido acumulando desde que el hombre se irguió sobre sus dos piernas, y más aún desde que éramos simples seres unicelulares en los comienzos de la manifestación de formas de vida en este planeta. Muchos de estos programas se ponen en funcionamiento de manera automática al momento de nacer y otros lo van haciendo conforme experimentamos nuestra vida.

Al igual que en un gran tapiz, cada experiencia de nuestra vida es una hebra que se va intercalando con las hebras ya existentes; estas hebras son creencias, expectativas y deseos propios, ajenos y heredados. Cuando una de las hebras del tapiz es sobrecargada por un evento estresante, esta “activa” a todas las relacionadas a ella y es en ese momento puntual en el cual el cerebro necesita disminuir rápidamente ese exceso de estrés, “creando” una respuesta lógica de supervivencia, llamada enfermedad.

Un ejemplo sobre este funcionamiento preciso del cerebro es el siguiente: la piel es el mayor órgano de nuestro cuerpo y representa el contacto con los demás; si un bebé sufre un estrés intenso por la separación de su madre después del parto es altamente probable que desarrolle un eczema.

Cada vez que esta persona “reviva y resienta” a lo largo de su vida otra situación de separación, real o imaginaria, “activará inconscientemente” aquella primera separación y ante este “nuevo conflicto” actualizará el conflicto original y tendrá un brote de eczema.

Existen muchos aspectos o “tonalidades” que componen un conflicto. Cada vez que volvemos a “vivenciar” un elemento de este conflicto, revivimos el conflicto original.

Es en esta forma de enfocarnos sobre la enfermedad en la cual el concepto de riel toma un valor muy importante. Si tomamos el conflicto actual, la eczema en el adulto, por ejemplo, veremos que es el subrogrante de la vivencia original del bebé ante la separación drástica de su madre, funcionando supuestamente, en una mirada ingenua, como conflicto independiente. Si comprendemos el sentido lógico-biológico de la enfermedad nos daremos cuenta de que en realidad mantiene una conexión directa con el conflicto original y con cada uno de los conflictos creados por el sujeto, en este caso con la misma tonalidad de “separación”. Es un riel lógico-biológico, el cual siempre lleva a la estación de origen desde la cual parten todos los ramales posteriores.

Entonces, como mencionamos anteriormente, tenemos a la persona que ha “vivenciado” un shock intenso, quien al no responder adecuadamente ha generado un altísimo nivel de estrés, que supera el umbral “tolerable”, produciendo así en el cerebro un DHS (síndrome Dirk Hammer, nombrado así en honor al hijo de este médico). Este DHS es un cortocircuito en ciertos “fusibles” (grupo de neuronas) creado por la excesiva carga energética que la misma “vivencia” contiene, el cual es aislado con un edema para que no se extienda esta sobrecarga a todo el cerebro.

En el DHS, las neuronas, ahora, modificadas por la huella energética, impactan de una manera particular sobre una parte del cuerpo del sujeto, asociado a este grupo.

La zona enferma del cuerpo, entonces, mantiene una estrecha relación con el área del cerebro aislada, y esta a su vez con el intenso conflicto “vivenciado” por la persona. Localizar ese problema vivido intensamente, hacerlo consciente es encontrar el camino para que el cerebro desactive la enfermedad.

El trabajo de un “decodificador biológico” es ser un arqueólogo, que va utilizando diferentes herramientas y procedimientos, va “guiando” al paciente para que sea él quien encuentre el “conflicto estresante” que devino en enfermedad. Cuando el sujeto puede hacer consciente ese momento, esa vivencia, logra desprogramar cualquier enfermedad. El cerebro también tiene la capacidad de revertir un proceso en cuestión de segundos.

La Biología Total es un proceso cuántico en el cual el consultante sana o desprograma. Este enfoque, contemporáneo sobre energía-cerebro-cuerpo, es una invitación a que el sujeto se responsabilice sobre su organismo y en el poder que sobre él tienen sus emociones. En definitiva, la manera en la que decide, consciente o inconscientemente grabarlas en su biología.

Los terapeutas de Biología Total no reemplazamos a ningún sistema médico, ni tratamiento, ni medicación, ni diagnóstico, ni nada que pertenezca a la exclusiva competencia médica.

El terapeuta de Biología Total recibe a un paciente que ha consultado a un médico, que tiene un diagnóstico provisto por un profesional en medicina y que probablemente esté en tratamiento con él.

Fuente: www.bouron.net y www.newmedicine.ca

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