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Adicciones: preocupa el auge de psicofármacos

Por Laura Hintze.- Desde Salud Mental local advierten que le pisa los talones al alcohol. Afecta a pobres y ricos.

“En las clases bajas sucede que hay más variables que hacen que el consumo sea más peligroso para la salud. Pero no significa que sea un problema privativo de los pobres”, advirtió la titular de la Dirección de Salud Mental de la Municipalidad, Débora Danielli. La funcionaria se refirió así a un problema que crece sin parar en Rosario y que es transversal: la adicción a psicofármacos. Danielli marcó que si bien el alcohol sigue, como históricamente lo ha hecho, a la cabeza de las estadísticas, el consumo de otras sustancias escaló lo suficiente como para seguirle de cerca. Demasiado cerca.

A la hora de armar un panorama acerca de qué sucede en Rosario en relación al consumo y las adicciones, Danielli fue clara. De esta manera, se escapa a lo que normalmente se cree que es un problema que sólo se da en espacios socialmente vulnerables, para estar presente en sectores que no se caracterizan por tener privaciones económicas. Claro que allí el consumo y su transformación en adicción toma otras aristas: desde pastillas hasta tecnología o trabajo.

Hace dos años y medio que Danielli está en Salud Mental. En todo ese tiempo, remarcó, en las estadísticas sobre consumo y adicciones el alcohol ha sido la cuestión principal. Pero ahora hay otra que le sigue de cerca. “El alcohol y los psicofármacos llevan la delantera, muy por debajo está la cocaína, y mucho más abajo la marihuana”, grafica la funcionaria.

El consumo de psicofármacos, como el de alcohol, atraviesa todas las edades y clases sociales. Poxirrán, cocaína y crack –ésta última sustancia en menor cantidad– quedan relegadas a los “más complicados” y a los más chicos también. “Acá, el psicofármaco se consume mucho porque está aprobado culturalmente y porque está instalado en la sociedad el pensamiento de que todo se soluciona con una pastilla”, advierte Danielli.

“En el sistema de salud –agrega– los psiquiatras son los profesionales con mayor demanda, generalmente por la franja adulta. Los jóvenes suelen arrancar por el circuito más ilegal, consiguiéndolas de cualquier modo”, destacó la funcionaria.

De hecho, tal como explicó Danielli, en las clases medias y altas se destaca una problemática en relación a la adicción pero que escapa a las drogas comúnmente conocidas. La tecnología y el trabajo también pueden tomar características adictivas, y con tales comenzar a deteriorar la salud de quien está consumiendo. Padecimiento que, además, puede ser por partida doble: por un lado la adicción en sí, y por otro el desconocimiento del problema “Todo eso que hace que uno no pueda elegir a qué dedicar el tiempo y cómo disfrutar los momentos libres. Se vuelven adicciones y por ende, enfermedades mentales”, explica Danielli.

Y da ejemplos que parecen comunes y hasta cotidianos. “Nadie va a poner en cuestión a una mujer que no pueda dejar de ir al shopping a comprarse cosas”, dice. Y advierte que, para peor, “en ese punto hay un entramado social que favorece al consumo, y depende de la clase social a qué consumo se accede”.

Y en eso mismo, en el entramado cultural y social que hay detrás de la nueva mirada que atraviesa al problema de las adicciones, radica la dificultad de poder resolverlas. Y muchas se vuelven químicas. “Si uno se pone a observar las propagandas de la tele, la mayoría son de analgésicos. Eso se va filtrando en el imaginario de cada uno de nosotros y es algo muy difícil de revertir. Por un lado, se empieza a pensar que a través de un remedio uno puede resolver cuestiones existenciales; y por otro, el tiempo que una persona puede soportar entre lo que le pasa y la solución a eso es cada vez más corto. Eso hace que el consumo sea más exacerbado, porque baja la tolerancia del tiempo de malestar. Y todo, en su conjunto, hace que aumente el consumo de cualquier droga”.

La dirección de Salud Mental depende de la Secretaría de Salud Pública; en consecuencia, lo que ocupa ante todo es la salud, “no juzgar si está bien o mal consumir”. A partir de eso, se distingue el consumo de una persona “incluida socialmente” que el de otra más vulnerable, una diferencia que puede empeorar situaciones ya graves de por sí.

“Eso es porque se consumen drogas de menor calidad y hay menor capacidad de elección de qué se consume”, explica Danielli. “Se busca lo más barato y eso es lo que más daño hace a la salud”.

La funcionaria advierte, además, que el daño puede trascender los límites individuales. E incluso se agrava con la ausencia de infraestructura simple. “Nosotros vemos que ahí donde aparecen los espacios con más problemática de consumo es donde hay más problemas de todo tipo. Hay relaciones complicadas por la ilegalidad, los modos de vida, la falta de propuestas para jóvenes. Los barrios más complicados son aquellos que no tienen clubes, que no tienen vida social”, explica la funcionaria.

Danielli marca que la vulnerabilidad en esas condiciones, se multiplica: “Quedan afuera de la sociedad y caen en los circuitos delictivos relacionados con el narcotráfico. Muchas veces se dice que unos pibes en cierto lugar están complicados por el consumo, cuando en realidad lo que les complica es todo el entramado”, completa.

Para Danielli, el consumo no deja de ser una consecuencia. Incluso una que no es de las más graves: “Nadie se muere por lo que consume, sino por homicidios, suicidios”, marca.

La pregunta ante semejante panorama, es:  ¿dónde están y cuáles son las soluciones? Y hay: las propuestas van desde dispositivos barriales, ofertas culturales y deportivas hasta internaciones. Existen cinco “equipos” en barrios trabajando la línea de prevención a través de la generación de actividades y vínculos, abocados principalmente a los jóvenes, esos mismos que no se acercan a pedir ayuda. “Porque otra realidad es que en Rosario predomina el pedido de tratamiento por parte de adultos”, cuenta la funcionaria.

“Eso tiene que ver con el momento de una persona de querer o no hacer algo con eso. Cuando la situación escapa a lo que puede hacer el efector de salud en cuestión, Salud Mental se encarga de contratar a asociaciones civiles que acompañen internaciones o tratamientos intensivos. Además, cada efector está contactado con un servicio de toxicología que trabaja con abstinencia, desintoxicaciones o deshabituaciones. Tenemos alrededor de 50 solicitudes por mes para una intervención extra, lo cual ha aumentado muchísimo, pero también ha aumentado la capacidad de la Secretaría, porque en una época se podían tomar 11 solicitudes por año”, completa Danielli. Y marca que la respuesta no se agota allí: hay menores que requieran otra intervención, “el caso queda a cargo de Desarrollo Social de la provincia”.

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