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Jorge Luis Borges, Grecia y la Hora XXV

El nazismo es la expresión más patética de la barbarie capitalista.

La reaparición de los neonazis en el escenario político europeo y particularmente en Grecia durante las últimas campañas electorales no puede sino generar inquietud. El fascismo y el nazismo son las expresiones más patéticas de la barbarie capitalista; a toda la crueldad de este sistema se le agrega el discurso y las prácticas del nacionalismo y el racismo. Es el paroxismo destructivo y tanático encarnado en una ideología, es decir, la racionalización de la aniquilación de los otros, de lo diferente, a quien se atribuye la culpa de los males.

Decía el anarquista itálico Luiggi Fabbri que el fascismo es una  “contrarrevolución preventiva” en realidad, estos grupos aparecen en plena crisis proclamándose como los salvadores mesiánicos, y el clima de pauperización creciente es el caldo de cultivo para el fanatismo chauvinista que transformado en políticas de Estado se patentiza en leyes y persecución a los inmigrantes en diversas latitudes.

Acaso transcurridas tantas décadas desde el truculento ocaso del Tercer Reich alemán, aún hay nostálgicos de semejante carnicería humana, que entre otras cosas perpetró un genocidio y sistematizó la destrucción de millones de seres humanos en campos de trabajos forzados, concentración y exterminio.

En su novela La Hora XXV (1949), el escritor rumano Constantin Virgil Gheorghiu describe la odisea y el sufrimiento de Iohhan Moritz, un campesino a quien un colaboracionista de los nazis que ocupan Rumania denuncia como de origen judío y por lo tanto es detenido por la Gestapo y enviado a padecer suplicios en un campo de trabajos forzados. Gheorghiu narra los padecimientos de Moritz y su resistencia tenaz frente a sus verdugos; a su vez describe la crueldad hecha sistema.

En un ensayo de Jorge Luis Borges titulado Anotación al 23 de agosto de 1944,  contenido en su libro Otras Inquisiciones, es posible leer lo siguiente: “…Ser nazi (jugar a la barbarie enérgica, jugar a ser un viking, un tártaro, un conquistador del siglo XVI…) es, a la larga, una imposibilidad mental y moral…”.

En efecto, apelar al fanatismo nacionalista y xenófobo creyendo con esto conjurar las raíces de la crisis capitalista mundial es tan absurdo como creer que condenando a millones de trabajadores y jubilados a la indigencia, en aplicación de políticas socioeconómicas regresivas, se logrará superar el descalabro ocasionado por esas mismas políticas.

La emergencia de grupúsculos de fascistoides y neonazis puede ser sólo un epifenómeno pasajero de la crisis global contemporánea, pero también debería ser una señal de alerta del huevo de la serpiente que el propio sistema engendra y alimenta.

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