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Ciencia y Tecnología

Investigar también es un arte

Gustavo Sosa es un ingeniero forestal dedicado a la biología que para desarrollar sus trabajos aplica un método tan simple como eficaz: detenerse a observar algún comportamiento de la naturaleza que le llame la atención.


Gustavo Sosa es un ingeniero forestal que eligió la biología. Doctorado en bioquímica y fotosíntesis, continuó en la genética con un posdoctorado en fisiología celular. Luego se fue a Estados Unidos a trabajar en la regulación de la expresión de genes con Erich Grotewold.

Todo comenzó hace unos años cuando este ingeniero forestal, trabajando como asistente de investigación en Santiago del Estero, en la Facultad de Agronomía, decidió observar a las plantas. “Voy al campo y cuando encuentro algo que me llama la atención, paro”, repite hasta el cansancio Sosa durante la entrevista. Con esta simple metodología de mirar para ver, contagió al pequeño grupo integrado por María Lucía Travaini, doctora en Biología; e Ignacio García Labari, a punto de concluir su doctorado.

Entonces fueron tres personas las que se preguntaban ¿por qué debajo de los algarrobos no crecían yuyos? Y reflexionaban: “Un terreno desnudo está a disposición de todas las especies. ¿Por qué algunas logran proliferar a costa de otras que sucumben? Entre otras hipótesis, nosotros creemos que es por una cuestión química. Por eso, justamente, las recogemos y las llevamos al laboratorio”.

Pedían permiso en Flora y Fauna para que les dejasen sacar plantas del borde de los caminos. Recorrían y miraban. Donde encontraban algo que les llamara la atención, paraban. “Si vemos una planta con tres florcitas creciendo sola, seguimos; pero si vemos la misma planta creciendo y propagándose, paramos; porque si esa planta logró colonizar un sector del terreno, por algo es”, sostienen.

Poco a poco fueron conformando una “library” que alberga a algo más de 2.500 extractos que esperan ser seleccionados para su posterior purificación.

“Hacemos un screening de productos naturales a partir de extractos acuosos; de los que nos quedamos con aquellos extractos que inhiben al 100 por ciento en lechuga o en otras variedades y que son solubles en agua. De los primeros mil, seleccionamos cuatro extractos que fueron los que tuvieron un mejor comportamiento, tanto con la lechuga como con diferentes variedades de soja, maíz, trigo, alfalfa. Y a partir de ellos empezamos la purificación”, detalla.

—¿Este trabajo es bioquímico o biomolecular?

—Comienza siendo un trabajo de ecología: buscamos bajar la agresividad de los químicos contra el medioambiente, para lo cual recorremos cientos de miles de kilómetros para obtener las muestras. Previamente hicimos estudios de plantas para saber dónde debíamos ir: un botánico las clasificaba, luego venía el trabajo bioquímico de aislar las muestras y después un trabajo biológico; una vez hecho esto, se pasa a biología molecular para poder aislar el gen que eventualmente produzca esa molécula.

—¿Un trabajo paciente?

—Investigar es una forma de ver la vida. Nuestro rol es descubrir. Estamos en la etapa temprana del descubrimiento. Los hitos de estos proyectos son los siguientes: la etapa ecológica, cuando vamos al encuentro de la planta; encontrarles sus propiedades; y purificar los principios seleccionados. Recién después salimos en busca de los inversores para dar a conocer la potencialidad del descubrimiento, y la posterior negociación de la molécula.

La necesaria financiación

—¿Cómo se financian estos proyectos?

—Normalmente, cuando empezamos a buscar fondos para este tipo de trabajos el financista que puede aparecer es la empresa del sector. Si es un proyecto en agroquímicos, comenzamos a contactar a empresas que tienen agroquímicos. Después están los inversores no tan simples de ver en primera instancia, que son personas diversificadas en diferentes negocios con experiencias en inversiones de riesgo. Ingresamos a sus páginas web, elaboramos un resumen general sobre nuestra actividad y sobre el proyecto que tenemos en mente desarrollar y les solicitamos una entrevista.

—¿En Rosario existe este tipo de inversor dispuesto a contribuir y asociarse con alguien que conocen poco o nada?

—Sí, hay. De hecho encontramos en nuestra ciudad un inversor privado y formamos Inbioar SA (Investigaciones Biológicas en Agroquímicos Rosario), de la que es directora científica María Lucía Travaini. A este grupo de trabajo lo integramos con Néstor Carrillo y Eduardo Ceccarelli como consultores; Helmuth Walter, ex vicedirector de BASF a nivel global, quien es nuestro asesor internacional, e Ignacio García Labari como asistente.

Sosa recuerda que “como en nuestro país no podíamos purificar compuestos y, luego de comprar el equipo HPLS para purificar principios activos, cuando lo traíamos a Rosario nos lo robaron de una camioneta. Le escribí a tres profesores entendidos en la materia, Stephen Hudges, de la Universidad de Duke, Estados Unidos, quien fue el que me contestó de inmediato. Nos intercambiamos acuerdos y cuando me envió el definitivo, se lo reenvié a Helmuth Walter a Alemania, quien me respondió que hacía treinta años que era amigo de Stephen, lo cual hizo que las cosas volaran. A su vez, cuando Stephen se enteró, me dijo que si estaba Helmuth él quería estar”.

Hudges es investigador y en la actualidad es el director de un instituto que se dedica a la investigación de productos derivados de plantas que pueden llegar a utilizarse como agroquímicos. Su instituto depende del United States Department of Agriculture (Usda).

“Nosotros estábamos buscando un laboratorio que fuera experto en la purificación de productos naturales, que en nuestro caso serán usados como herbicidas. Es el referente. No hay publicación en el mundo sobre purificación de productos naturales que no lo referencie”, expresó.

Lucía Travaini fue a ese laboratorio a principios del año pasado, estuvo apenas 5 semanas y trajo dos moléculas puras. “Volví en septiembre del año pasado, y en marzo de este año fui nuevamente porque las compuestos eran interesantes, tanto para nosotros como para ellos, y ambos queríamos saber más sobre su funcionamiento”, indicó.

Travaini regresó al país para hacer más ensayos biológicos de esos compuestos: “Los comparamos con el ácido pelargónico, un compuesto comercial que se usa como bioherbicida en jardinería, en lugares donde hay personas, canchas de golf, jardines, parques, etcétera”.

—¿Qué encontraron?

—Que el nuestro se comportó como un equivalente. Al regresar de Estados Unidos discutimos qué hacer, si patentarlo o recurrir a una industria y patentarlo junto con ella; esto último, que fue lo que nos aconsejó Helmuth, hicimos. Nos pusimos en contacto con una empresa multinacional de Israel, que se llama Evogene, que se mostró interesada en adquirir nuestro conocimiento.

Con el gobierno de Paraguay

“Hace unos meses conseguimos una entrevista con el ministro de Agricultura de Paraguay”, sostiene con entusiasmo Sosa. Y sigue: “El gobierno de ese país se comprometió a darnos los fondos por tres años. Con lo cual invitamos al resto del grupo, organizamos un acuerdo entre el Usda y el Ministerio de Agricultura de Paraguay, nosotros como empresa y una universidad paraguaya. En pocos días definimos el plan de acción para hacerlo en Paraguay y ya está encaminado”, enfatiza Gustavo Sosa, quien agrega: “Tenemos pensado hacer lo mismo en Uruguay y Estados Unidos”.

Se debe tener en cuenta que a estos herbicidas se los puede usar en cultivos orgánicos, ya que se adecuan a este tipo de cultivo y puede permitir que los mismos se hagan en mayores extensiones porque se va a contar con el herbicida adecuado que justifique una gran inversión.

A tal fin se han contactado con una empresa del oeste de Estados Unidos que se dedica a tecnologías limpias, la Wells Fargo Bank CleanTecnology, y están esperando su respuesta.

Ignacio García Labari apunta que “actualmente el mundo está necesitando compuestos biodegradables porque hace muchos años que se usan químicos que comprometen el suelo y el resto del ambiente, contaminando el agua y afectando a la vida animal. Creo que estamos haciendo un trabajo que la sociedad necesita”.

“Las plantas son biofábricas, tienen la capacidad de producir moléculas que son diversas químicamente y a la vez con diversos mecanismos de acción; con nuestras moléculas, nosotros les podemos proveer aquello que calza justo con sus necesidades”, sintetiza Lucía Travaini.

Párrafo final

Después de mucho esfuerzo y dedicación, el grupo de trabajo liderado por Gustavo Sosa, orientado a la búsqueda de herbicidas naturales, ha arribado a su etapa de madurez.

“Esto empezó hace unos cinco años y coincidió con la primera nota que nos hizo (NdR: en referencia al autor de esta nota)”, recuerda Gustavo Sosa, y agrega: “Era la etapa del screening (selección y evaluación de alguna cosa); su segunda nota coincidió con los extractos seleccionados de una muestra que contaba con algo más de dos mil plantas; la tercera de sus notas nos encontraba abordando el momento de trasformar en productos las sustancias seleccionadas; esta, su cuarta nota, coincide con la proyección de nuestra empresa al mundo”.

Cuando se le pregunta a Sosa qué le dejan estos años de trabajo, no duda en afirmar que lo han transformado en “una persona más humilde que nunca soñó con trabajar con referentes mundiales como Stephen Hudges, del Usda, y con Helmuth Walter, quien hizo el desarrollo de BASF a nivel global. Este trabajo es parecido al de un artista. Hacer este trabajo en Argentina con fondos privados y dentro de una universidad pública e integrar un grupo como el que logramos conformar es una felicidad, por sobre todas las cosas”.

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