Ciudad

Historia de vida

Huyó del abuso, se refugió en la calle y le sacaron a sus hijas

Luciana Barbera vivió en la calle desde los 13 años. Hoy tiene 21 y lucha para volver a tener a sus dos niñas de 2 y 4 años


Luciana Barbera tiene 21 años. Cuando tenía 13 no le quedó otra opción que irse de su casa porque sufría abusos de un familiar directo. Le contó a su mamá de las vejaciones que padecía. No le creyeron. Cuando su papá se enteró de la acusación, la respuesta que recibió fue una fuerte paliza que nunca se olvidará. La violencia física era moneda corriente. La joven quedó en situación de calle durante muchos años: dormía en vagones o debajo de un puente. Donde podía. Al tiempo tomó como “techo propio” la entrada del supermercado Carrefour, de Pueyrredón y Córdoba. Tiene dos hijas. No las dejaba ni a sol ni a sombra, pero en octubre de 2017 las separaron por una medida excepcional de la Secretaría de Niñez, Adolescencia y Familia. “Tengo una prohibición de acercamiento. A mis hijas nunca les faltó nada. Nunca fueron maltratadas. A pesar de que no les pude dar un techo, siempre estuvieron bien cuidadas. Hace dos años que lucho para poder verlas”, contó a El Ciudadano.

 

Deambulando

Cansada de los abusos de su entorno familiar, en una de sus huidas, vivió un tiempo en el Hogar de Tránsito Raquel Butazzoni, que da asistencia y contención a aquellas menores madres, solteras, y primerizas.  Su padre la sacó de allí y la llevó a su casa.

Pero se fue de la casa de sus padres. Prefería vivir a la intemperie antes que seguir sufriendo abusos en su propio hogar. En la calle conoció a los padres de sus dos hijas –que hoy tienen cuatro  y dos años–pero ninguno se hizo cargo de las pequeñas.

De a poco fue tomando como “techo propio” la entrada del supermercado, de Pueyrredón y Córdoba. Allí se las rebuscaba: cuidaba y lavaba autos para darle de comer a sus hijas. “Se me hacía difícil con las dos nenas. Cuando tenía que lavar un auto, las dejaba un ratito con una persona de confianza. Hacía rápido para volver con ellas”.

“Los vecinos y los empleados del supermercado siempre me ayudaron. A las nenas las cambiaba y les lavaba la ropa en el baño. Los empleados del bar me calentaban agua y me iba a una obra en construcción que quedaba a la vuelta y las bañaba adentro de un balde”.

Luciana nunca dejó a sus hijas. Las protegió y se las rebuscó para alimentarlas, vestirlas y bañarlas. Pero también sabía que vivir en la calle no era lo mejor y estaban expuestas a algunos riesgos.

Para Luciana y sus hijas la calle se transformó en su único refugio y, ante esa situación, la Secretaría de la Niñez, Adolescencia y Familia tomó una decisión: alojarlas en el hotel, de Callao 117 bis y hacerles un seguimiento con un asistente social.

“Siempre estaba acompañada con un asistente social del hospital Roque Sáenz Peña. Hasta para ir al kiosco. Iban rotando cada ocho horas, y a veces, me tocaba un hombre. Le decía que no lo podía dejar dormir en la misma habitación donde estaba con mis hijas. Dormía en una silla, pero me sentía muy incómoda”.

Al tiempo fue derivada al hotel Bahía, de Maipú al 1200. “Estuve sólo tres días porque me citaron desde Niñez. La acompañante me avisó que me tenía que presentar allí. Fui con mis hijas. Me hicieron entrar  en una oficina y me dijeron que pase sola. Las nenas se quedaron afuera”.

Y siguió: “El 24 de octubre de 2017 me dijeron que mis hijas no podían estar más conmigo. Salí de la oficina y no estaban más. Me agarró un ataque de nervios y me llevaron esposada a la comisaría 2ª. No me dejaron ni despedirme”.

A las horas que liberaron a Luciana de la comisaría de Paraguay al 1100, llamó a sus familiares para preguntar si sus hijas estaban con algunos de ellos: “Tengo prohibición de acercamiento a mis hijas y a la Secretaría de Niñez”.

 

El día D

A pesar de que Luciana no vivía en su casa familiar, nunca perdió el vínculo con su madre, que murió en febrero de 2017. “La veía una vez por mes cuando iba a cobrar la asignación familiar para mis hermanos en un banco del centro. La extraño mucho. Tuve problemas con las drogas porque no podía soportar el dolor de no tenerla más”.

La joven explicó que en algunas oportunidades se le pasó por su cabeza “hacer locuras”. Ahora dice que está bien, tranquila y que no consume ningún tipo de drogas.

 

Pensionados

Luciana hoy vive con su novio en una pensión de barrio Echesortu. En una habitación reducida tiene una cama de una plaza (que le había comprado para las niñas) y una mesa con dos sillas. Las paredes están decoradas con fotos de sus hijas y flores de cartulina. En la cama hay peluches que son de las niñas. “Decoré la habitación como si fuese para chicos. Para darle un poco de alegría. Sé que un día las voy a volver a tener conmigo”.

Para ganarse el pan de cada día, la joven hace tortas fritas para que su novio salga a venderlas. También intentan cuidar autos, pero se les hace cuesta arriba, ya que “los operativos de controles le sacan hasta los baldes”.

 

Color esperanza

Uno de los requisitos básicos de la ley de Niñez es darle prioridad al niño, niña y adolescente, pero también generar políticas para revincularlas con sus padres biológicos.

Luciana fue a Tribunales en varias oportunidades y pudo ver el expediente que se tramita en el Juzgado de Familia N° 4, que hace el control de legalidad de la medida excepcional que dictaminó Niñez: la tomó para proteger a las niñas de 2 y 4 años, ya que se evaluó que estaban en riesgo, pero a su mamá no la tuvieron en cuenta.

La causa de la joven está judicializada hace dos años. Las nenas están con una familia sustituta. “No sé con quién están. Nunca me dejaron llamarlas por teléfono ni para un cumpleaños”.

Luciana se escapó de su casa familiar por vivir situaciones de abuso y de violencia. Esos fueron algunos de los motivos que la llevaron a vivir por mucho tiempo en la calle. Hace dos años que les sacaron a sus hijas. Dice que se siente engañada y humillada. Quiere recuperarlas y tiene esperanza que en un futuro, no muy lejano, volverán a estar las tres juntas y que en poco tiempo volverá a escuchar que sus hijas le digan mamá.

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