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Historias en la sala de espera

Ocho grupos de voluntarios de lectura amenizan las tardes a bebés y niños de los hogares y hospitales locales. El incentivo a la literatura hace de esta obra de bien un disparador a la imaginación y el saber.

La lectura parte desde chicos de 6 meses de edad, cuando pueden prestar atención.
La lectura parte desde chicos de 6 meses de edad, cuando pueden prestar atención.

Luciana Sosa

¿Existe un escenario más triste y gris que el de una sala de espera de un hospital? Los chicos que llegan con una dolencia al lugar tienen, aunque sea por tan sólo un par de minutos, un momento repleto de personajes, colores, historias y alguno que otro monstruo gracias a los integrantes del Voluntariado de Lectura de Cuentos. Es así como la fiebre, los dolores de panza o cualquier otro problema de salud transitorio pasan a un segundo plano con semejante acto de amor. La idea surgió hace cinco años en Capital Federal, en el ámbito de la Sociedad Argentina de Pediatría. En Rosario hay ocho grupos, y uno de ellos es el que se reúne en el hospital Juan Bautista Alberdi, en el barrio homónimo.

María Magdalena Pedalino es una de las integrantes de los que visitan el hospital Alberdi. Ella, junto a otras seis personas relata historias breves en la sala de espera de ese centro de salud semanalmente. “En realidad, esta actividad es tan gratificante que siempre nos quedamos un poco o mucho más”, explicó Pedalino a El Ciudadano.

Quien dedicara cuarenta de sus 73 años a la pediatría hoy relata cuentos que ella misma crea (algunos), gracias a las herramientas obtenidas con Silvia Beloso, la profesora de literatura infantil que capacitó al grupo. “También hay cuentos clásicos, pero breves”, sostuvo.

Por su parte, la doctora Estella Morales fue una de las responsables de esta iniciativa impulsada desde Buenos Aires y trabaja en conjunto con los grupos rosarinos.

Además de esta formación que visita el Alberdi, otras se encargan de amenizar las tardes en el Hogar de Huérfanos, los chicos del barrio Toba que cuentan con la ayuda de la hermana María Jordán, el hogar de Madres Menores, el hospital Carrasco y el Roque Sáenz Peña, entre otros espacios.

“El grupo en general lleva cinco años de vida y nosotros uno menos. La experiencia es sumamente enriquecedora y pudimos compartirlo hace poco en un congreso de pediatría, donde expusimos que había un bebé de 7 meses que lloraba mucho, estaba muy irritado y le pusimos uno de los discos que tenemos con música para chicos. Fue increíble ver cómo ese bebé se calmó hasta dormirse”, recordó.

 Entre el material que posee el grupo hay unos 300 libros donados, con textos para todas las edades (dedican la lectura a los chicos desde unos 6 meses de edad) y algunos discos compactos con música de los Beatles y risas de bebés grabadas.

“Esto no es cuestión de ponerse a leer como si leyéramos el diario. Es todo un arte narrar cuentos: hay que actuarlos un poco, cambiar las voces y los tonos y los chicos quedan atrapados”, detalló Pedalino, quien, como el resto de los integrantes del equipo, se capacitó para esta tarea y aconseja que los padres se tomen el trabajo de leerles cuentos a sus hijos con esta modalidad. “Es como si el chico viviera la historia en ese instante”, sostuvo respecto de lo que se consigue.

En el Alberdi no hay salas de internación para niños, por lo que la lectura se realiza en la sala de espera. “Allí –dijo Pedalino– se motiva a la lectura al resto de la familia, porque quienes acompañan a los chicos también prestan atención y de esa manera el mensaje llega a ellos”.

“Esta actividad va más allá de la lectura: es la motivación para que los chicos lean. A veces les damos algunos cuentos a los padres que están allí para que participen de este rato de lectura. En tanto, a los más grandes, de unos 8 años en adelante, les prestamos los textos y que ellos solitos los lean en una sala que nos prestan en el hospital, porque a esa edad no les gusta la idea de juntarse con chicos tan chiquitos”, expresó.

En medio de esta experiencia, María Angélica ha tenido momentos inolvidables que aún la emocionan cada vez que los recuerda. “Es increíble lo que se siente cuando notás que un chico de 4 años te mira atento, entusiasmado. Hay un brillo en los ojitos que te llena el alma de emoción”, dijo la coordinadora del grupo que apela a recursos como títeres y narraciones propias para ayudar a los chicos a pasar mejor sus tardes, sea en una sala de espera, en un hogar o en su propio barrio.

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