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“He probado muchas cosas y siempre me he sentido una marginal”

Muerta recientemente, a los 93 años, la escritora Angélica Gorodischer dejó una buena cantidad de cuentos y novelas, con eje en el policial y la ciencia ficción. El rescate de una entrevista hecha en 1997 es porque la pinta entera en su relación con la literatura y muestra su gracia y su ingenio


Muerta recientemente a los 93 años la escritora rosarina Angélica Gorodischer fue una de las voces más importantes de la literatura argentina y, sobre todo, de la ciencia ficción en Iberoamérica. Con textos como Kalpa Imperial o Trafalgar, trabajó la idea de distopía para describir lo injusto y desigual de las sociedades, al tiempo que construyó una literatura lúcida y original que le valió reconocimiento internacional en todo el orbe de habla hispana y en otros países donde fue traducida.

Entre sus novelas se encuentran Opus dos, la mencionada Kalpa Imperial, Floreros del alabastro, Jugo de Mango y La noche del inocente, y entre  los cuentos y relatos Cuentos con soldados, Las pelucas, Casta luna electrónica, el aludido Trafalgar, Como triunfar en la vida, Las Repúblicas, Menta, Querido amigo y Las nenas.

En setiembre de 1997, la entrevisté para la revista Vasto Mundo. Me resultó grato volver sobre ese material ante su irreparable partida, sobre todo porque recordé que mi intención era hablar sobre su rol de escritora y sobre la cocina de sus textos con preguntas bien directas. También allí elegía el que consideraba su mejor libro y rescataba el oficio sobre la inspiración, “que se escapa rápido”, siempre con su innata frescura a cuestas y con tal predisposición y elocuencia que su voz sigue sonando intacta como aquella vez en el living de su casa cuando decía: “Siempre he sido una marginal. No es que me sienta discriminada o desplazada, pero a mí el centro no me atrae mucho, siempre he escrito policiales, ciencia ficción, he andado por la literatura de mujeres, es decir, siempre he hecho cosas que andaban por la corteza”.

La entrevista –que confío sirva para volver sobre sus libros, o para empezarlos– comenzaba así:

Hay escritores rosarinos que viven en otras partes del mundo, también los hay en otros sitios del país y están, claro, los que han elegido esta ciudad como la morada desde la cual pensar sus obras. De estos últimos, quizás una de las más conocidas y reconocidas sea Angélica Gorodischer que, con una prolífica cantidad de libros (entre novelas y libros de relatos) en su haber, continúa paseando su imaginación –y también su cuerpo ya que se admite como empedernida viajera– por el tiempo y el espacio más diversos.

—¿Qué valor tiene en tu vida la literatura?

—La literatura es mi vida, no concibo otra vida que no sea la de la escritura. Quiero decir, primero se vive, además la vida es muy interesante, pero se vive mejor porque se escribe, yo vivo mejor porque escribo. No podría tener otro oficio. A una le gustaría ser paracaidista por ejemplo, o prima donna, a mí me encantaría porque tengo una veta exhibicionista. La profesión que me llena la vida es la de escritora. Y es una profesión maravillosa porque no cesa nunca. Si una pudiera jubilarse de escritora, y bueno, yo seguiría escribiendo, ¿no? Una tiene que seguir haciendo eso tan importante que te llena la vida, pero lo mismo debe sentir un fabricante de bicicletas que manifiesta: yo jamás voy a jubilarme porque mi vida es esto.

—¿Qué constantes encontrás y podrías señalar, entonces, entre tu modo de vida y tu literatura?

—Toda mi vida está ligada a la literatura. Me siento muy satisfecha con lo que hago. Pero te quiero decir que a veces me siento muy culpable. Me siento como una especie de vampiro. Yo miro todo con los ojos de a ver si esto se puede escribir. Es horrible lo que te digo, pero es la pura verdad. Una película, un incidente en la calle, un dolor propio o ajeno, un viaje.

Un canguro metafísico

—¿Qué te da la pauta de que sería posible llevarlo a la escritura?

—Creo que todo se puede literaturizar, claro que yo no literaturizo todo, se hace una selección, pero mi mirada es la de ¿a ver si esto lo puedo escribir? De todos modos, las cosas que se pueden escribir surgen en el momento que menos se piensa. Como decía Borges: el tema te asalta.

—¿Hay como un depósito de esos temas que uno va viendo o escuchando?

—Y…yo me guardo todo. Una vez lo dije hace mucho y mirá, ahora me vuelve: una especie de canguro metafísico. Tengo buena oreja, oigo los diálogos, me interesa sonsacar a la gente, no con mala intención, pero me interesa qué es lo que piensa, qué es lo que dice la gente; además las jergas, las distintas jergas son muy interesantes. Y todo eso se oye, se ve, todo eso se guarda como se guardan las lecturas, uno no está pendiente de sus lecturas, pero a veces se está escribiendo algo y una dice ¡ah mirá! Bachelard dice tal cosa en un libro, ¿en qué libro era? Entonces una va y busca el libro. Otras veces una se acuerda: ¿qué era lo que decía la vieja tarada de la otra cuadra? Y le viene bárbaro, no es que una la transcriba literalmente, pero viene bien para el tono, el ritmo, siempre sirve para algo. Toda la literatura viene de la literatura, como también decía el maestro Borges, pero también viene de la vida, viene de lo que una busca, de lo que una está dispuesta a oír, de lo que se está dispuesta a ver e imaginar, claro.

—¿A cuáles considerás tus mejores libros?

—Mis mejores libros creo que son…

—Es difícil, ¿eh?

—(Risas) Sí, me quedé. Yo creo que Prodigios es un excelente libro, un libro que escribí a contrapelo. Totalmente en contra de mi manera de ser y escribir. Yo sostenía ante una amiga que el oficio le permite hacer a una lo que quiere con las palabras. Ella me decía que el oficio no era todo. Estoy un poco de acuerdo con ella, el oficio no es todo. Y a partir de eso yo dije: vamos a ver si podemos construir una novela a puro oficio, no me lo creía pero dije: vamos a hacer la prueba.

—¿Creías que inspiración y oficio se daban conjuntamente?

—Yo creía que el oficio podía reemplazar a la inspiración, que es muy chiquita, que sale y desaparece, que si no la agarrás enseguida, se te va.

—Sale cuando quiere, además

—No, se puede provocar, es decir, yo cuando quiero, puedo. Pero es una cosa muy chiquita y sostuve que se podía hacer algo a puro oficio. Incluso en contra de una misma. Porque una a veces se escucha a la gente joven que dice que no se puede escribir por encargo. ¡No, momentito! Si se tiene oficio se puede. No solo se puede sino que es un ejercicio muy significativo, muy estimulante. Los señores del Siglo de Oro y del Renacimiento escribían por encargo y mirá las cosas que escribieron.

La marginalidad productiva

—¿Qué camino recorriste entre el primero y el último libro?

—Creo que he probado muchas cosas. Siempre he sido una marginal. No es que me sienta discriminada o desplazada, pero a mí el centro no me atrae mucho, siempre he escrito policiales, ciencia ficción, he andado por la literatura de mujeres, es decir, siempre he hecho cosas que andaban por la corteza. Por eso pienso que la marginalidad es productiva. Las cosas interesantes salen de los márgenes. No es que me haya propuesto escribir cosas marginales. Pero yo digo: esto que la gente mira con malos ojos debe ser muy interesante. He comprobado que es así.

—¿Siempre ocurrió de esta forma?

—Bueno, a mis primeros tres libros yo no puedo repudiarlos, pobrecitos, porque son míos y no podría. Pero si me sintiera inclinada a repudiarlos, diría que mi primer libro es mi cuarto libro, Bajo las jubeas en flor. Diría que empecé allí. Los otros tres diría…que fueron como ensayos, fueron como tomar un camino para ver hacia dónde me llevaban, y después retroceder y tomar otro, y así.

—Cuando escribís, ¿tenés algún modelo de literatura en particular o de escritor, sobre todo en relación a la ciencia ficción y el policial?

—No, no consciente; pero una siempre tiene modelos, siempre tiene papás. Los modelos son aquellos que una armó, una ha amado a mucha gente y sigue amando a alguna. Sigo amando a Borges y a Balzac, y sigo amando a Natalia Guinzburg y a Virginia Woolf, por supuesto. Hay otros que se me han caído, se me han muerto, otros que ya no importan, pero cuando una escribe, detrás hay una cola de a diez en fondo que llega más o menos al año mil, escritores y escritoras que vienen y se colocan detrás de una y hacen comentarios de este tipo: «!Huy qué tarada, las cosas que está escribiendo esta mina!», y otros dirán: «!Che!, no está tan mal ¿eh? Fijate que no está nada mal!» Pero esas son cosas que una piensa después y se da cuenta de dónde las ha sacado. Hay un libro mío que es un homenaje a Raymond Chandler, que me encanta como escritor y desprecio como persona. Floreros de alabastro, alfombras de Bokhara es un libro de Chandler, así como Prodigios es un libro de la Guinzburg y de Guimaraes Rosa. Así como  en mi última novela, La noche del inocente (publicada a principios de 1997)), estoy segura de que estaba (Robert Hans) Van Gulik detrás de mí. Estoy segura porque eso salía de mis lecturas de El monasterio encantado y del Hospital de San Joan, en Barcelona. Cuando vi ese edificio vi la novela. Mi nuera me decía de ir a verlo y yo no quería, pero me convenció y después no me arrepentí, ¡es una locura total!, claro que no es del siglo XII, es del siglo XX, pero es de un barroco genial, muy interesante.

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